-¿Qué es el Centro Social San José de Calasanz?

-Desde 2008, en la ciudad de Serra comenzamos una misión para trabajar con lo que llaman los Meninos de Rua, los chicos de la calle de entre 6 y 18 años. El objetivo es hacer un trabajo educativo con los niños y niñas más necesitados, y para ello construimos el Centro Social José de Calasanz, un lugar donde ellos pueden seguir formándose cuando no están en la escuela, aprendiendo valores humanos, ciudadanía, etc. También les ofrecemos clases de refuerzo durante los siete días de la semana y, de esta manera, conseguimos darles una educación integral. Lo importante es que los 330 chicos y chicas con los que trabajamos estén todo el día ocupados con actividades educativas, culturales y deportivas y no se queden en la calle. Para ello contamos con trabajadores contratados, pero sobre todo con voluntarios, tanto de la ciudad de Serra como provenientes de otros países como España.

¿Cómo ha afectado la pandemia al trabajo que hacen?

-La pandemia ha sido una catástrofe, porque esta enfermedad es selectiva, no trata a todos por igual. Los que más sufren son los más vulnerables, y esos eran los nuestros. Desde que el virus llegó al país entre marzo y abril del año pasado, se cerraron las escuelas, por lo que nosotros también tuvimos que parar nuestro trabajo con los más pequeños, y estos llevan desde entonces sin hacer nada. En el sentido educativo, ha habido un retroceso de más de dos años tanto para la sociabilidad de los niños como para el tema cognitivo. Los que podían han mantenido algunas clases gracias a Internet, pero los nuestros han estado totalmente parados. Como mucho algunos han podido seguir una cartilla de tareas escolares que les vamos mandando cada mes.

Y ¿qué han hecho ustedes mientras tanto?

-Nosotros nos hemos tenido que reinventar y hemos transformado todas las salas y salones del centro social para así poder distribuir alimentos, medicinas y productos de higiene a la población. Gracias a las donaciones hemos repartido toneladas, que han sido muy necesarias ya que desde el gobierno central no se han propuesto apenas medidas de ayuda.

¿No ha habido ayuda del Gobierno?

-No, el Gobierno ha sido un desastre. Es impresionante la negligencia con la que ha tratado el tema de la pandemia. Ellos han sido los principales propulsores del negacionismo y la han ridiculizado por completo. Para cuando llegó el virus al país, ya teníamos ejemplos de medidas que servían para prevenir los contagios que llevaba meses sufriendo Europa. Aun así, desde el gobierno central no se hizo nada y eso nos ha llevado a las más de 500.000 muertes, con hasta 4.000 fallecidos por día. Unas cifras prácticamente de guerra. Al estar fallando el poder Ejecutivo máximo, cada estado ha tenido que meter mano por separado. Todo esto ha creado mucho desgaste entre el ejecutivo nacional y los gobernadores de cada estado, así como una notable diferencia entre los mismos. Algunos gobernadores han sabido trabajar para minimizar los daños causados por la covid con medidas como el cierre perimetral o el toque de queda a las 20 horas. Espirito Santo, el estado en el que trabajamos nosotros, ha sido de los que menos incidencia de muerte recoge. En cambio en el estado del Amazonas por ejemplo, al no tomar las medidas necesarias y la mala previsión, los hospitales sufrieron por la falta de existencias. Empezaron a quedarse sin botellas de oxígeno y hubo una oleada de muertos, así como de robos y contrabando.

Y, más de un año después, ¿cómo ve la situación?

-Ahora la veo más controlada. Las cifras de muertos y contagios han descendido muchísimo y la vacuna ha ido haciéndose paso, aunque más lento de lo que me gustaría, porque las infraestructuras del país no ayudan. Las vacunas no se pueden transportar de cualquier forma, hay que mantenerlas en un estado de enfriamiento que resulta muy difícil de mantener en zonas como el Amazonas. Es por eso que se ha decidido mover a la población por áreas y en días asignados a las grandes urbes, para que puedan vacunarse mientras se evitan las aglomeraciones.

Además, a partir de la necesidad, y gracias al trabajo de los centro de salud de cada barrio junto a la Iglesia y diferentes entidades, se ha conseguido mapear sobre todo las regiones más difíciles y vulnerables, y hacer un censo con las personas que viven ahí. De esta manera ahora se puede contar con una lista lo más exacta posible para repartir las vacunas.

Teniendo en cuenta que el ritmo de vacunación va para adelante, ¿cómo ve el futuro?

-A día de hoy, veo que aún queda un largo camino para poder decir que el mayor país de América Latina ha superado la pandemia. Todo depende de la ligereza con la que cuenten los procesos el reparto de las vacunas. Pero si el propio Gobierno sigue manteniendo la economía como algo prioritario y no pone medidas que de verdad ayuden a la contención del virus, no vamos a poder avanzar, y van a terminar pagando el pato los mismos de siempre.

Pero, ¿se puede sacar algo positivo de la pandemia?

-Yo creo que podemos aprender algunos valores de la pandemia. Nos está enseñando que, para progresar, no vale que sólo unos pocos estén bien, porque los muros no funcionan. En este mundo tan globalizado la gente se mueve, así que necesitamos ayudarnos mutuamente para poder prosperar de verdad. Por ejemplo, cuando Estados Unidos dona vacunas a los países del sur, lo hacen para que el día de mañana, cuando un mexicano o un brasileño cruce la frontera, no vuelva a meter el virus en el país. Como repetía continuamente el anterior presidente de Brasil Lula da Silva, "lo importante es que los progresos sean para todos”.