La cosa es muy sencilla. O debería serlo: si tu carrera mítica se llama París-Roubaix, mantienes el nombre aunque haga casi 60 años que no sale de la capital (desde 1967 en Chantilly, a 50 kilómetros de París, y desde 1977 en Compiegne, a 85). Y si se llama Lieja-Bastoña-Lieja, lo sigue siendo aunque muchos años haya acabado en Ans (a 9 km de Lieja). Ídem para la Milán-Turín, que lleva un par de años partiendo de Rho (a 9 km de Milán). Y la Flecha Valona (bautizada así en su génesis porque atravesaba Valonia como una flecha, de este a oeste) no cambia su nombre ahora que en el mapa parece más una croqueta que una flecha... El nombre de una gran carrera es mucho más que información, es tradición. Y, por eso, a muchos nos parece una auténtica profanación que la Dauphiné pase a llamarse Tour Auvergne-Rhône-Alpes (vaya nombrecito) o la Gante-Wevelgem, con sus 91 años de historia, sea ahora En los campos de Flandes. En fin.
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