El comisario quiere ser claro desde el principio. “No es una exposición sobre la historia del punk”. La premisa con la que David G. Torres ha estado trabajando diez años y que cristaliza en esta muestra no tiene ese sentido. Pretende averiguar si el género musical que se tornó en movimiento cultural y social ha dejado sus posos en el arte contemporáneo; si hoy, la rabia, el inconformismo o la crítica feroz contra lo establecido, lo icónico, lo poderoso sigue siendo fuente de inspiración de los artistas más allá de sus diferencias formales y sus tendencias: si sigue vigente, por tanto, la radicalidad en la cultura actual. “Creo que la respuesta es afirmativa o por lo menos para mí”, apunta, aunque es desde el pasado jueves y hasta el 31 de enero de 2016 el momento de que el público que acuda a Artium en Vitoria tome partido.

“Es una de las exposiciones del año en el Estado” apuesta Daniel Castillejo, director de un museo que para la ocasión ha unido fuerzas con el madrileño Centro de Arte 2 de Mayo. “Es una muestra que sí o sí se tenía que ver en la CAV como referencia obligada que fue y es para el punk”, añade Torres, quien se anticipa a las voces que pueden poner en cuestión que una pulsión nacida y desarrollada de manera fundamental en la calle se exponga en un recinto como Artium. El punk es, dentro de sus esencias, controversia y también lo puede ser en este caso.

Medio centenar de creadores internacionales, estatales y vascos (como el alavés Pepo Salazar) se hacen visibles a través de más de 60 piezas (fotografía, audiovisuales, pintura, instalación, escultura...) para conformar Punk. Sus rastros en el arte contemporáneo. De hecho, la muestra desborda las paredes del centro y aparcar en su entrada. “Estamos ante creadores que son referentes”, dice Torres, quien ha dispuesto un recorrido dividido en seis áreas.

La primera, según describe el centro alavés, está vinculada a la importancia de la superficie en el movimiento punk: la moda, el diseño y el aspecto exterior como medios para hacer frente al convencionalismo. Esa influencia se ve en la recuperación de eslóganes, canciones y personajes, en el recurso al feísmo y el mal diseño, y en el uso del ruido y la música por artistas como João Onofre, Jamie Reid, Carlos Aires o Dan Graham. De ahí se pasa a las visiones sobre el hecho diferencial en una sociedad que impone límites sin casi salidas. La alienación, el gore, lo psicótico eran recurrentes en la escena punk y han sido elementos presentes en las obras de Martin Kippenberger, Paul McCarthy, Raymond Pettibon, Santiago Sierra o Jordi Colomer, como se ve en el segundo de los espacios.

El punk como respuesta violenta a un sistema que considera violento encuentra ecos en obras de Jean Michel Basquiat, Jimmie Durham, Nan Goldin, Chris Burden o Claire Fontaine. A continuación, la muestra alude a la vinculación de muchos de los protagonistas de este movimiento con el anarquismo. Su huella es uno de los elementos más identificativos del punk y configura una actitud presente en el arte contemporáneo, como puede comprobarse en piezas de Federico Solmi, Claire Fontaine, Juan Pérez Agirregoikoa, Tere Recarens o Itziar Okariz. La quinta área, por su parte, revela la marca del terrorismo y las acciones violentas en obras de DETEXT, Chiara Fumai, Mabel Palacín, Tony Cokes, Christoph Draeger o Joan Morey. La exposición se cierra con un grupo de creaciones que hacen referencia al sexo como reivindicación libertaria, como denuncia o como arma para recuperar el sarcasmo, lo que se ve con Guerrilla Girls, Tracey Emin, Raisa Maudit o María Pratts.

Una conferencia del comisario, la performance Box sized DIE de João Onofre con la colaboración de la banda de death metal Sorgerth y un concierto de Piztupunk, formación nacida entre Álava y Gipuzkoa fueron las actividades que el viernes acompañaron la apertura de la exposición.