Es una suerte que, a estas alturas, un artista como Pablo Milanés siga haciendo giras. Y es un verdadero privilegio que, de un tiempo a esta parte, el cubano incluya Pamplona en su lista de ciudades en las que actuar. En la última década, la del sábado fue la tercera visita que nos hacía (antes pasó por el Gayarre en otra ocasión y también por el Auditorio Barañáin). Y es que a sus 75 años, el cubano sigue en plena actividad, publicando discos y embarcándose en extensas giras; aún le quedan varias fechas en nuestro país, y después le esperan México, Estados Unidos, Argentina, Perú e incluso Estocolmo. El proyecto que le ocupa en la actualidad lleva por título Esencia y en él repasa los temas más emblemáticos de su discografía acompañado únicamente por una pianista y una violonchelista. Una manera diferente de acercarse al gigantesco cancionero de este autor, fundador en su momento de la Nueva trova cubana (junto a Silvio Rodríguez y Noel Nicola, entre otros). Después de casi cinco décadas de carrera, y con varios problemas de salud felizmente superados, el caribeño se encuentra en un excelente estado de forma. Así lo demostró en el Gayarre.

Las entradas se habían vendido con antelación, por lo que el teatro presentaba un aspecto formidable. Con una puntualidad digna de ser agradecida salieron las dos instrumentistas, que ofrecieron una hermosa introducción hasta que Milanés apareció en escena, recibido con aplausos. El cubano correspondió sonriendo y abriendo los brazos en cruz. Sin mediar palabra, agarro su guitarra, se sentó en una silla que no abandonaría en toda la noche y saludó con una buena interpretación de Matinal, tema extraído de su relativamente reciente disco Regalo (2007). En las primeras canciones, Pablo tocó la guitarra, como hizo en Plegaria, construyendo un bucle junto con el piano. Sin embargo, durante la mayor parte de la actuación se dedicó únicamente a cantar, dejando que todo el peso instrumental recayese en exclusiva sobre el piano y el violonchelo. Así interpretaron De qué callada manera, en la que el piano viró hacia ritmos caribeños, más animados, que consiguieron arrancar una de las primeras grandes ovaciones. Le siguieron Amor de otoño, de su último disco hasta la fecha, Renacimiento, y Canción de amor para una niña grande, dedicada esta última a su hija.

El piano fue el instrumento esencial de la velada, el encargado de construir la base armónica sobre la que Pablo Milanés cantaba. El violonchelo, por su parte, adornaba por aquí y por allá, conformando un resultado final de lo más lucido. Conforme la actuación fue avanzando, la presencia de viejos éxitos fue haciéndose más presente, caso de Ya ves, Amor o Años, interrumpida por una estruendosa ovación tras su primer verso. No hubo sorpresas es el tramo final: Para vivir, Yolanda (con estribillo coreado por el público) y El breve espacio en que no estás. Que sea breve. Que vuelva pronto.