bilbao - A la espera de la gran estrella de la segunda y última jornada del BIME, Jamiroquai, que no había salido a escena a la hora de cerrar esta edición, hubo mucha, diversa y buena música durante la tarde en el BEC. Reinó la estadounidense Brittany Howard, con su música negra, actualizada pero con el retrovisor en la tradición, de Nina Simone a Jackie Wilson y Prince, mientras Banpiro Maitaleak respondieron con creces a la expectación levantada a pesar de algunos problemas de sonido.

Conocida por ser la vocalista de Alabama Shakes, la estadounidense Brittany Howard confirmó ayer que ha dado un paso adelante, valiente y libérrimo con un concierto de música pegada al presente y de proyección pop, pero enraizada en el r&b, el soul y el funk. Esa fotografía se evidenció desde su inicio con He loves me, introducida con una arenga gospel pre-grabada, hasta su agur, ya todos embargados de emoción, con Run to me, en el que sonó como si la rebelde Nina Simone se diera un baño de sintetizadores.

Cómoda al micrófono y juguetona a la guitarra, alejada del virtuosismo pero capaz de emocionar en cada nota, a Simone también le hizo un guiño al desnudarse en Short and sweet, a Van Morrison en la apertura de Stay high, y el homenaje a Prince fue más allá de su versión de The breakdown (también recordó a otro grande, Jackie Wilson, con Higher and higher), como evidenció la funkie History repeats y sus inflexiones vocales, o el aroma hip hopero de Baby. Brittany, ayudada por una voz superlativa y un octeto con dos coristas, se mostró en su mejor momento, capaz de volar más allá de sus Alabama Shakes.

La representación internacional incluyó también a The Divine Comedy, grupo que tras su paso por el cómodo Antzerkia hace tres años, ocupó uno de los escenarios principales para presentar Office politics, disco en el que su pop orquestal, clasicista y ajeno a las normas de la moda, abre la ventana a los sintetizadores para zumbar a la dictadura de la tecnología y su repercusión en las personas a través de la precariedad laboral

El siempre teatral Hannon arrancó con un himno, Europop, en el que tras saludar, nos preguntó “¿qué os gustaría saber, qué os gustaría oír?” sobre un teclado nuevaolero, y hasta que encaró el final con la caricia de la inolvidable Tonight we fly, con su timbre a lo Morrisey, ofreció una panorámica ajustada de una carrera sin mácula y ya con un nutrido fondo de armario, en la que el dandy vocalista (traje y corbata rosa) regaló himnos como Generation sex, Absent friends y el dulce To the rescue, que contrapuso a las recientes Infernal machine, con manto electrónico, y la balada con visos de clásico Norman and Norma.

De Mark Lanegan, que venía de protagonizar una espantada en Barcelona debido al mal sonido, escuchamos el inicio de un concierto que confirmó que el vocalista grunge de Screaming Trees mantiene su voz poderosa y oscura en la gira de su reciente Somebody’s knocking. Así lo demostraron temas de ese álbum, como Disbelief suspension, y otros anteriores como el rockista Hit the city, que sonaron entre la rudeza eléctrica y las bases sintéticas.

Experimentación euskaldun Ya lo anunciaba el refranero popular: Dios los cría... y ellos se juntan. Habían colaborado en sus proyectos en solitario, pero la personalidad rebelde y la traslación musical al terreno de lo experimental de Maite Arroitajauregi e Iban Urizar, ambos conocidos como Mursego y Amorante, respectivamente, hacía presagiar un encuentro sobre los escenarios más estable. Loraldia se lo permitió con Banpiro Maitaleak, y ayer defendieron su colaboración, todo un ariete contra las normas y reglas establecidas, ante un público expectante.

Como siempre, el cello de Maite fue solo la punta del iceberg, como la trompeta de Iban, para llegar (y sorprender) al oyente con sus cachivaches variados (pedales, platillos chinos, guitarra, harmonium, cencerro, palmas, melódica...), el uso del beat box y sus habituales loops creados sobre la marcha, en el escenario y ante la mirada y el oído alucinado del público, jugando con la improvisación. Chuparon, como buenos vampiros, de múltiples estilos (tropicales, África, electrónica, rap, clásica deconstruida...) e idiomas (el catalán para las presentaciones), pasando de la canción al recitado o el grito en un set caótico y anárquico, con problemas de sonido que sirvieron de acicate creativo y profundamente político con citas a la República y a la Guerra Civil (De Gernika a Ay Carmela), a temas propios como Cumbia villera de la ciudad armera y hasta a Eskorbuto con auto-tune.

Por su parte, Carolina Durante, grupo en boca de todos y causante de la recuperación de las guitarras en años de urban y reggetón, agitó al público más joven con sus himnos generacionales, repletos de ruido y melodía, de Cayetano a El himno titular o Joder, no sé.