ste es un ejemplo más que se suma a una larga lista de proyectos culturales que se ven instrumentalizados, manipulados o desarmados por parte de políticos de diferente signo que deciden sobre el devenir de la cultura entendiéndola como recurso para sus propios réditos e intereses”. Es un fragmento del manifiesto Dejadnos hacer-Utzi sortzen difundido con motivo del desmantelamiento del proyecto Hiriartea-Centro de Cultura Contemporánea por parte del actual equipo de gobierno del Ayuntamiento de Pamplona. Una decisión que cortó en seco el desarrollo de una propuesta implementada en la legislatura anterior, con el consiguiente despido de la persona que superó un proceso de selección de personal y la pérdida de una estrategia basada en el pensamiento crítico, las prácticas contemporáneas y el uso de la mediación como herramienta para llegar a toda la ciudadanía. ¿A cambio? De momento, nada. En noviembre del año pasado, la concejala María García-Barberena dijo que algunos de los talleres realizados habían sido “interesantes”, y que, por tanto, se iban a “seguir realizando”, y que, además, habría “muchas más cosas”. Sin embargo, a día de hoy no se sabe a qué se refería ni ha presentado un proyecto o una estrategia cultural para la ciudad.

En diciembre de 2018, la pamplonesa Arantza Santesteban, gestora cultural, comisaria, investigadora y cineasta, fue seleccionada para coordinar el proyecto Hiriartea lanzado por el área de Cultura municipal de entonces después de superar el proceso y las pruebas habilitadas por el Consistorio y que fueron juzgadas por un tribunal del que formaron parte: Juan Zapater, director de BilbaoArte; Javier Manzanos, técnico de Artes Plásticas del Ayuntamiento; Nuria Goñi, pedagoga municipal; Leire San Martín, responsable de mediación cultural del Centro Internacional Tabakalera de Donostia, y un enlace sindical del Ayuntamiento. Su propuesta se basaba en ir más allá de la programación de exposiciones para generar en la Ciudadela una dinámica que integrara todas las prácticas artísticas y la experiencia y el pensamiento contemporáneos. Como toda iniciativa que arranca de cero, “requirió de mucho esfuerzo, energía y visión estratégica, además de presupuesto y de habilitar espacios”, comenta Santesteban, que desde el principio tuvo claro que lo más importante era “contar con la comunidad artística, los trabajadores de la cultura y la ciudadanía”. De ahí, y aunque hasta junio se activaron las muestras Es o no es, una relectura de la Colección de Arte municipal junto con la de Pi y Fernandino -visitada por público adulto y escolar-, y Abstraktu, con visitas con artistas interdisciplinares y con escolares, además de talleres familiares, para esta profesional, las que marcaron “un antes y un después” fueron las dos jornadas Fabular Hiriartea, celebradas el 13 de abril y el 20 de junio. Más de 60 personas, “una cifra nada desdeñable para Pamplona”, acudieron a escuchar y a dialogar sobre un proyecto que “no se impuso, sino que se pensó entre todas y todos”. En ambas citas salieron cuestiones como la precariedad de la profesión cultural, la necesidad de cuidar los espacios y a las personas que se dedican a este ámbito y la importancia de ser conscientes de que los tiempos de la cultura no son los tiempos de la política, entre otras. “Y nos sirvieron para confirmar la intuición que ya teníamos al presentar nuestra propuesta”, y es que existía -“y existe”- la “necesidad de crear un vínculo entre práctica artística y pensamiento crítico”.

Con el conocimiento obtenido en esos procesos, “elaboramos la programación de septiembre de 2019 a enero de 2020”, con una asistencia y participación “que me sorprendió muchísimo” y una “generación de diálogos entre artistas de distintas disciplinas -y público de diferentes edades- muy interesantes e importantes”. “En las dinámicas culturales contemporáneas ya no se trata solo de llenar los espacios de programación”, sino de “crear vínculos, interrelaciones, estrategias integradoras”, y para eso “hacen falta profesionales preparados”, afirma Santesteban, que pone como ejemplo la jornada sobre mediación cultural que en noviembre unió a expertas del Ayuntamiento de Pamplona, de la Universidad Pública de Navarra y del Centro Huarte en el Condestable. Tanto esa actividad, “que provocó un cruce de ideas muy valioso”, como las anteriores “generaron una expectativa” entre los artistas y la ciudadanía, satisfechos de que “estuviéramos resignificando un espacio -Ciudadela- que todos conocían, pero que podía dar lugar a nuevas relaciones y prácticas”. Una expectativa frustrada.

Un par de días antes del encuentro sobre mediación, Santesteban se enteró de que la concejala de Cultura no tenía previsto continuar con Hiriartea. “Yo ya había notado que existía una cierta desconfianza y poco interés en el proyecto, pero no me habían dicho nada directamente”, señala, que lamenta que “muchas veces” se use la cultura “para reafirmar la posición política”. “No tenía ningún sentido cortar el proceso, no hubo ningún criterio profesional para hacerlo o una crítica por un trabajo mal hecho, al revés. Es una pena que se desarmen proyectos que están creciendo y que, al igual que ha pasado con otros que nacieron poco a poco y con reflexión, como Tabakalera, por ejemplo, nunca sabremos adónde podría haber llegado”, continúa, e incide en que es preciso contar con “técnicos formados” para diseñar y aplicar este tipo de estrategias “en el conjunto de una ciudad”.

“Tras la decisión del Consistorio, gestores y artistas lanzaron el manifiesto Dejadnos hacer-Utzi sortzen. Entre ellos estaba Lara Molina, que también firmó una de las alegaciones presentadas -y desestimadas- para evitar la eliminación del proyecto y del puesto. “Fue un ejemplo más de injerencia política y por eso vimos que había que denunciarlo. Tuvimos la ocasión de ser partícipes del proceso de gestación de Hiriartea y de pronto todo se frustró, está claro que ha sido una mala práctica política”, agrega la gestora, y subraya la capacidad que había tenido este proyecto para “destacar el valor público de la cultura”. Y se apoya en la filósofa Marina Garcés, que defiende que la cultura es “un bien de primer orden porque nos hace la vida posible; un recurso común que nos permite dar sentido a lo que tenemos alrededor”. En las dinámicas contemporáneas se entiende como “una herramienta para ser más libres, para vivir en una sociedad que se piensa, que se reinterpreta”, frente a las prácticas tradicionales, repetitivas y basadas más en las cifras -de visitantes, de entradas vendidas- y en “el conocimiento estanco” que “no nos permite avanzar, sino permanecer siempre en el mismo punto”, indica Molina. “La tendencia de muchas instituciones sigue siendo la del acceso pasivo de la ciudadanía a la cultura, como si esta fuera un objeto”, cuando lo contemporáneo es considerarla “un adjetivo”. Un adjetivo que apela a todos los órdenes de la vida y que se construye “entre todos”. “Lo bueno que tenía Hiriartea es que se estaba creando desde la colaboración de artistas, trabajadores de la cultura y ciudadanos”, compartiendo pensamiento y conocimientos de una manera horizontal, no vertical, de la institución hacia los demás, como ha venido siendo habitual. Y esa forma de hacer “se nos ha arrebatado” y “todos perdemos”, concluye Molina.