Para alguien que no entiende ni acepta la vida sin interés por el conocimiento, debe ser complicado moverse en este mundo en que, como dice la propia Teresa Catalán, “tenemos la información en la mano, pero no cultivamos el pensamiento”. La galardonada con el máximo reconocimiento de la cultura navarra lamenta que se esté confundiendo cada vez más cultura con entretenimiento, y que la comodidad esté por encima del compromiso con la cultura y con lo que ésta nos aporta: esa identificación que nos hace falta para habitar este mundo con plenitud. La música, compositora e intelectual, doctora en Filosofía del Arte y ganadora del Premio Nacional de la Música en 2017, tiene la esperanza puesta en la juventud; en ella ve la clave para lograr una revolución en este sentido.

Con más tiempo para haber reposado la buena nueva, ¿cómo acoge elPremio Príncipe de Viana? ¿Qué supone?

-Pues han pasado días desde que me lo comunicaron, pero lo que no ha bajado nada es la emoción, la conmoción, el agradecimiento y toda esa mezcla de sentimientos y de alegría y de responsabilidad, y de un montón de cosas que me aparecieron en un primer momento y que se han mantenido. O sea, que no baja la intensidad. Por otra parte, todo el mundo está siendo muy generoso y constantemente me felicitan y hacen alusión, de manera que es imposible dejar de tenerlo presente constantemente. Es pura emoción, sí.

Decía cuando le comunicaron la noticia que el premio es una alegría y también una responsabilidad, porque implica que la excelencia siempre debe ser el objetivo. ¿Qué es para Teresa Catalán la excelencia en su ámbito, la creación musical?

-Es una mezcla de esfuerzo, trabajo, ética y honestidad. Honestidad no en el sentido de hacer las cosas que convienen, sino las cosas que son la verdad que tú quieres expresar. A veces, cuando estás en un proceso creativo, atraviesas túneles que son brillantes, o no. La creación es un aprendizaje constante, es un proceso evolutivo, un work in progress, digamos; entonces, claro, es algo muy dinámico y hay momentos brillantes y otros menos brillantes, y hay momentos de búsqueda, incluso de parálisis... No es regular. Pero cuando te han dado un premio de la importancia del que me han dado parece que todo lo que tengas que hacer o decir tiene que ser necesariamente brillante, y eso es un peso. Y por lo tanto puedes vivirlo como una responsabilidad. Vamos a ver cómo me desenvuelvo... Yo siempre he actuado queriendo hacer lo que yo consideraba que éticamente me tocaba hacer. A mí me decía mi maestro Acilu una cosa estupenda: “Debes renunciar al éxito para ser más libre”. Y es verdad, porque efectivamente cuando tienes éxito parece que estás un poco más atada a hacerlo todo más brillantemente, y es algo que es imposible de cumplir si trabajas éticamente, porque ocurre de todo. Es así.

¿Cómo define su momento creativo en la actualidad?

-Es un momento de madurez. Es ese momento en el que una encuentra que lo que hace empieza a parecerse a lo que quería hacer, y que, sobre todo, está contando los minutos restantes. Entonces es un momento de cierta premura pero de cierta tranquilidad, porque todo es más sereno.

Componer para una orquesta, ser creadora musical de obras que luego otros interpretan, implica que el reto de esa excelencia es una responsabilidad compartida. Hasta que llega el estreno de la obra que ha escrito, no sabe si ha logrado transmitir lo que quería, o si eso ha sido recogido como pensó... ¿Cómo se vive eso?

-Pues con una tensión tremenda. Los compositores, cuando escribimos, hacemos caligrafía. Y tiene que venir una sensibilidad distinta a interpretar eso, a resolver esa propuesta que tú a veces haces con torpeza. Porque la escritura musical es muy deficiente, alguien dijo que en la escritura musical está todo menos lo importante... A estas alturas, tengo la suerte de que sean intérpretes excelentes los que están trabajando mi obra. Entonces, evidentemente, cuando un intérprete es excelente, lo que ocurre es que esa obra mejora porque gana, tiene la sensibilidad del creador y la sensibilidad del intérprete, y eso son dos sensibilidades juntas que se proponen llegar al espectador, que a su vez incorporará la suya propia. Y aquello se convierte en un objeto digamos de magia, en un objeto significado, significante.

Ha nombrado al espectador, la otra pata clave en la música. ¿Cómo ve la salud de los públicos hoy?

-Pues como llevamos año y medio en una situación tan calamitosa, no podemos hablar de nada más que de problemas muy serios, porque la cultura ha sido una de las grandes afectadas por esta terrible situación. Lo que yo espero de los públicos son varias cosas. Primero, que en este país haya sistemas de educación que eduquen públicos, que eso es una deficiencia que hasta ahora no hemos logrado salvar y yo creo que va a costar mucho que se salve, porque la dirección es la contraria, han salido las Artes y la Filosofía de las aulas, y por tanto la educación de la sensibilidad deja mucho que desear. Necesitamos públicos educados, eso lo primero. Segundo, tenemos que hacer propuestas que se adapten a la nueva realidad social del público. Esta sociedad no es la que fue, no es la sociedad decimonónica, y entonces tenemos que conseguir espacios y tiempos que se adapten a la nueva sociología, a la nueva manera de abordar, de afrontar o de entender la vida.

Está claro que ha cambiado la manera de vivir y de consumir la música.

-Totalmente. Además, está ocurriendo un fenómeno social, y es que se está confundiendo cultura con entretenimiento, y eso cada vez se extiende más, porque la propuesta es de una comodidad absoluta para el espectador. Se trata o de poner atención y recibir una educación estética, o de dejarse llevar por una música funcional que nos estimula físicamente, etcétera, y que no tiene ninguna implicación de otro tipo. Y a veces las dos cosas, que son legítimas, faltaría más, se confunden. Y claro, son dos intenciones, dos realidades distintas que no deberían entorpecerse en absoluto, pero sin embargo no parece que fijemos nuestra atención. Y cuando la educación va fallando la sociedad deja de ser una sociedad crítica. Se convierte en una sociedad acrítica, es la lógica consecuencia, y es donde estamos.

El sonido de aquel piano que escuchaba cuando era niña y que estaba custodiado en el Museo de Navarra, donde su padre trabajaba como conserje, fue de alguna manera el germen de su vocación. Ahí vio claro su deseo. Y luego ha tenido que pelearlo...

-Claro, fue el germen por una razón, porque aquel piano estaba prohibido para mí, y yo creo que despertó toda la rebeldía que me ha acompañado a lo largo de mi vida y que no solo ha hecho posible que yo sea músico, sino que además, a pesar de las dificultades y de la realidad social que me ha tocado vivir, ha hecho que me haya mantenido profesionalmente en el espacio y en el tiempo, es decir, en el contexto que me ha tocado vivir y en el tiempo que he vivido, que ha sido un tiempo verdaderamente muy crispado... y sin embargo ese espíritu rebelde que amaneció en mí, se ha mantenido y se mantiene. Yo creo que sigo siendo una rebelde.

Tomás Marco destacaba recientemente que siempre ha estado atenta a la realidad social. ¿Qué le inquieta de la actual realidad social?

-Pues sobre todo esos cambios en una dirección que me cuesta aceptar, porque me parece que todo lo que sean pérdidas, es una desnaturalización de la cultura en nuestro ser, como individuo y como grupo. Entonces, si hemos alcanzado niveles de conocimiento, niveles de sensibilidad, niveles de mirada al mundo, en colectivo, en solidario, etcétera, que todo eso se pierda, disminuya, decaiga la conciencia de esa identidad y de esa necesidad, de esa complementariedad que tenemos que ejercer todos... Si como individuos y como colectivo no nos comprometemos, pues se producen unas oquedades que desajustan mucho la mirada al mundo. La desajustan muchísimo. Eso me preocupa.

¿Se refiere a la desconexión del ser humano respecto a la cultura? ¿Al individualismo que ello conlleva?

-Sí, esa falta de interés. Primero, la falta de reconocimiento de lo que la cultura es y la cultura aporta, nos aporta. O sea, cuánto necesitamos la cultura. Y luego, claro, el no compromiso con esa acción, el no compromiso con ese beneficio para el conjunto de la sociedad y por supuesto para uno mismo. Francamente, es casi inexplicable, porque al final es un bien... ¿y por qué lo dejas?

Si dejamos de cultivarlo nos falta algo muy importante.

-Exacto. Hay que entender lo que es adquirido, que además hemos sufrido para adquirirlo, y la pérdida que significa dejarlo a un lado. ¿En qué sentido digo pérdida? Hombre, la falta de identificación nos lleva al vacío. No sabemos con quién estamos, probablemente ni quiénes somos. A mí eso me parece verdaderamente una pérdida. No es baladí. Y eso me preocupa. Acepto que la sociedad cambie. Acepto que la sociedad tenológica modifique los caminos por los que vamos a caminar o por los que estamos caminando. Pero eso tiene muchas ventajas. Y esas ventajas no pueden anular las ventajas que ya teníamos. Está bien que nazcan otros usos, otros conceptos, otras visiones, otros estadíos de las cosas, pero que no sean solo para el estado de la comodidad, sino que sean también para el estado del conocimiento. Éste no puede ser un mundo hueco o desinformado. Porque ahí sí que es imprevisible hacia dónde caminamos.

¿Y ve esperanza en alguna parte?

-En la juventud. Nosotros tenemos ya las cosas muy planteadas y nos falta, no sé si energía, pero desde luego visión y comprensión de fondo de muchas cosas. Son los jóvenes los que tienen que hacer la revolución, siempre la han hecho ellos. Por eso los jóvenes ahora tienen tanta responsabilidad.

La educación es el pilar clave para avanzar.

-Efectivamente. Y ahí se comprende todo, porque ahí estarían la sociedad solidaria, la sociedad del conocimiento, la sociedad de la tecnología...

¿Qué carencias o asignaturas pendientes detecta hoy en la labor profesional de la composición musical?

-Al cambiar los tiempos tanto, ahora vivir de componer lo pueden hacer los compositores que se dedican a un determinado tipo de cosas. No a la música pura, digamos, sino a la música funcional: a la música de cine, de publicidad, a la música popular... ahí sí que hay un nicho de trabajo, de esfuerzo, de conocimiento, de creatividad... Pero luego está, siempre ha estado y ha perdurado a lo largo de los siglos, la música de escuchar, la música que es el reflejo identitario de la época a la que pertenece. Porque tú escuchas a Mozart y estás escuchando su época. Y escuchas a Bach y estás oyendo el Barroco, y no hay duda, y eso se corresponde con las artes del Barroco. Estamos reconociendo lo que era. Entonces, quienes como yo trabajamos ahora en esa expresión de lo que es la época que estamos viviendo, pues tenemos más dificultades, porque, igual ha ocurrido siempre, pero desde luego ahora la música que hacemos no la escucha la mayoría, y no solo no la escucha sino que en muchos casos ni siquiera le interesa. Entonces el panorama es precario, porque una música de esa naturaleza tiene que estar acorde con una sociedad que acoja ese fenómeno. También tengo que decir que no solo es la responsabilidad del espectador, también nosotros tenemos una responsabilidad, porque nos seguimos manteniendo en un espacio rectangular decimonónico y estamos haciendo el mismo planteamiento que se hizo en el XIX, esto no tiene sentido. Nosotros también tendremos que pensar en cómo comunicarnos con esta nueva sociedad. Y aquí enlazo con que quien mejor conoce esa sociedad, porque la está construyendo, son los jóvenes, y por tanto son ellos quienes mejor van a saber qué es lo que está pasando y qué va a a ocurrir. Concluyendo, la situación no es fácil, pero es apasionante, porque estamos en la crisis necesaria para adaptarse a esta sociedad cambiante sin dejar de recordar que nuestra función es una determinada.

¿Qué balance hace de su etapa en la docencia?

-Magnífico. Fue una etapa maravillosa. Me gusta mucho la docencia, me gusta mucho el contacto con los jóvenes, y he aprendido mucho, con ellos y de ellos. Me han mantenido alerta, viva, comprendiendo mejor lo que me rodeaba, y además poniéndome muy cerca los cambios reales que se estaban produciendo en la sociedad. Y eso es una gran ventaja, porque ahora, cuando ya tienes otra edad, te das cuenta de que te has renovado, no te has paralizado; porque la edad a veces te congela, te deja un poco exhausta, pero cuando sigues alerta con lo que te rodea, sigues con y frente a la vida. Y además con ese espíritu de vivir que ellos imbuyen, sin duda. O sea, que la etapa para mí ha sido excelente. Fueron casi más de 30 años.

Como Doctora en Filosofía del Arte, ¿cómo vive el hecho de que la Filosofía esté cada vez más arrinconada en la enseñanza y los planes de estudio? ¿Qué nos estamos perdiendo?

-Nos estamos perdiendo una cosa fundamental: aprender a pensar. Esto es lo que les decía en el primer minuto del primer día de clase a mis alumnos: aquí venís a aprender música, pero fundamentalmente venís a aprender a pensar. Porque el oficio naturalmente que hay que aprenderlo, pero lo que más hay que aprender es el concepto de lo que estás manejando, y el pensamiento que requiere para su procesamiento y evolución. Entonces, no podemos confundir información con conocimiento. Son cosas distintas. Y hoy la información la tenemos en la mano, pero si no aprendemos a pensar, no tendremos el conocimiento cerca. Este es el núcleo de la cuestión.

De información tenemos además sobresaturación...

-Claro, pero nadie sabe cómo relacionar la información, y por tanto no nos es útil. Lo significante es saber relacionar toda esa información con la sociedad del conocimiento, con el planteamiento que se debe hacer. Porque de otra manera nos quedamos en la superficie de todo, es decir, no sabemos nada.

¿Es siempre un misterio, un interrogante, aquello que mueve al artista, al creador musical?

-Sí, sí. El motor de la creación siempre es un interrogante y, por tanto, claro, es un misterio. Pero fíjate que yo creo que en la pregunta suele estar implícita la respuesta. Lo bueno y lo interesante de esto es que esa respuesta vuelve a ser una pregunta. Y esa es la rueda del conocimiento. Cuando nunca concluimos, porque siempre comenzamos por alguna parte. Siempre. Y una respuesta lo que implica necesariamente es otra pregunta que a su vez...

Sigamos preguntándonos, entonces: ¿Que una obra no tenga caducidad sería la mayor satisfacción para una compositora?

-Sin duda, claro. Porque las obras las decanta el tiempo. A lo largo de la historia ha habido miles y miles y miles de compositores, y conocemos a los que conocemos. Hay que pasar la pátina del tiempo para saber si el pensamiento que tú has dejado en esa obra es un pensamiento significado y significante en la historia del tiempo que te tocó vivir. Y claro, eso no ocurre con todas las obras que haces, puede ser que ni siquiera ocurra con una sola. No lo sé. Pero no lo sabe nadie. Lo sabrá el tiempo.

EN CORTO

  • El piano, su instrumento. Teresa Catalán se educó con el piano. “Era mi instrumento, aunque luego toqué clave, flauta, chelo”, dice, destacando que “hay muchos excelentísimos intérpretes de piano, y, claro, la obra que compones para ese instrumento tiene más oportunidades que una obra orquestal”. De él le gusta “todo”. “Es un instrumento completo, capaz de representar muy bien la expresión, la densidad, todo”.
  • Una compositora ... Ante el reto de tener que quedarse con una, elige “recordar a Emiliana de Zubeldía, navarra, y completamente olvidada, a pesar de sus 99 años de vida y de una vida brillante de éxitos en lo profesional”, dice.
  • Una intérprete ... “Por proximidad, quiero destacar a María Antonia Rodríguez, actual gerente de la Orquesta Sinfónica de Navarra, que ha sido una extraordinaria flautista, de las más brillantes que he conocido”.
  • Escucha música ... “Cua ndo no estoy trabajando intensamente en una obra. Escucho de todo. Puedo pasar de una obra de Luigi Nono a un tango de Piazzolla. Es que creo que música hay solo de dos tipos, buena y mala”, afirma.
  • Una ciudad para vivir . .. “Pamplona”.
  • Un lugar par a escapar y desconectar... “San Sebastián. O Ituren”.