El historietista Paco Roca acaba de cumplir uno de los sueños de su vida, ganar el Gran Premio del Salón Comic Barcelona, reconocimiento que le llega en un momento dulce de su carrera, en la que no deja de tocar palos diferentes y con una agenda para cumplir con los lectores sin casi tiempo para trabajar.

Roca (Valencia, 1969) es uno de los autores españoles que en los últimos veinte años han convertido el cómic en un medio cultural serio para muchos lectores adultos, a través del humor (Memorias de un dibujante en pijama), la memoria histórica (Los surcos del azar) o con historias íntimas y familiares (Arrugas o La casa).

Una trayectoria jalonada de premios: Nacional del Cómic 2008; Goya al mejor guión adaptado por Arrugas (2011), Eisner 2020 a mejor obra extranjera o la medalla de Oro en Bellas Artes 2021- a la que se suma ahora el Gran Premio del Salón, el soñado por cualquier autor de cómic, asegura en una entrevista a Efe.

“Es quizás el premio que más cariño le tengo, el más importante, por el que han pasado grandes autores y autoras que abrieron un camino que he seguido. ¡Tengo 55 años y mi única ilusión de hacerme mayor era obtener un premio como éste y cuando te lo dan ya...!”, se ríe, horas después de recibirlo, y tras una larga sesión de firmas en el stand de su editorial Astiberri en Comic Barcelona.

“Los premios están bien porque los autores somos gente insegura que duda de todo lo que hace, porque los cómics no son matemáticas. Nadie te puede decir la fórmula para saber lo que está bien o mal. Te guías un poco por instinto, los lectores, las ventas o los premios. Pero tienes que crear sin pensar para nada en ellos, acota sobre su influencia”.

El creador de El abismo del olvido es un artista accesible, que no duda en mostrar sus conflictos, los mismos que reflejan los personajes de sus obras: “Todavía piensas que estás en proceso de aprendizaje, que cada nuevo cómic sea como empezar de cero prácticamente, intentar conseguir lectores, un reto personal, narrativo, de dibujo, de lo que sea”.

Aunque no se ha ceñido a un género -también probó con la aventura documental en El tesoro del Cisne Negro- entiende que sus libros son pequeñas variaciones de una misma obra.

“Mirando atrás, piensas que estás repitiendo la misma obra de diferente manera, que solamente tienes un tema, que en muchos casos es la memoria o la melancolía, y que vas abordando de otra manera, cambiándoles la ropa, como tú vas cambiando”, comenta el dibujante y guionista que se atrevió con el cine en Arrugas.

“Hay dos tipos de historias que pueden conectar con los lectores. Unas son las que nos producen extrañeza, como Los surcos del azar, y otras que conectan con lo cotidiano, en la que los lectores se ven identificados, y a mí me gusta, porque me sirve de terapia. Puedes mostrarte cómo eres, tus inseguridades, tus miedos, lo que te gusta... y encuentras una conexión muy directa”, reflexionó.

Eso le ocurrió con La casa, la novela gráfica sobre tres hermanos que heredan la vivienda familiar, una de sus títulos más premiados, convertida también en una película con actores reales.

“Cuando la estaba haciendo pensaba que quizás no interesaría a nadie de tan normal que era y sin embargo, es el cómic que más gente me ha dicho que se sentía identificada con él. ¿Es bonito, no? Todos queremos que nos comprendan. Yo tengo la suerte de poder hacer historias personales y que la gente las comprende y te las multiplica con todas sus emociones”.