El día en el que Nils Politt, apenas una victoria en el profesionalismo, dobló a Chris Froome, cuatro veces campeón del Tour, dos de la Vuelta y poseedor de un Giro, en la crono del Dauphiné entre Firminy y Roche-La-Molière (16,4 kilómetros de recorrido y miseria), al británico que lo fue todo, se le acabó el Tour de Francia que aún no ha comenzado. El Israel anunció que Michael Woods será el líder para la Grande Boucle. Su equipo, que acudió a Froome para encontrar la gloria en París, optó por activar la alternativa de Woods, cuyo objetivo prioritario es hacerse con una etapa y apuntalar una buena general.

"Lo que pasa con Mike es que antes de unirse a nosotros, siempre fue el segundo corredor. El que trabajaba para un líder. Al unirse a Israel, le permitimos liderar, y nos demostró que es, de hecho, un líder natural. Tenemos la confianza de que puede desempeñar ese papel en la mayor carrera ciclista de todas, el Tour. Espero que luche por las victorias de etapa y que esté en la lucha por la clasificación general", aseveró Rik Verbrugghe, director del Israel tras oficializar la designación del escalador canadiense. Fue la crónica de una muerte anunciada.

El 2 de junio Froome asistió a su crucifixión en una modalidad que dominó. Fue su lápida para el Tour. El Dauphiné fue el principio y el fin del Froome, el ciclista que dominó la pasada década. Suya era la vitrina más envidiada del ciclismo. En 2019 el infortunio le atravesó el espinazo. Un escalofrío que le fundió a negro. Un accidente terrorífico mientras reconocía la crono del Dauphiné y que le reventó el fémur, le astilló para siempre.

Desde entonces, el británico se ha empeñado en regresar para reconocerse en el espejo como el último gran vueltómano. Esa imagen de Politt rebasándole como si se tratara de un cualquiera, de un ciclista caduco con una carrera anónima, fue la confirmación de que el hombre que deseaba el quinto Tour y que dominó el ciclismo desde la capitanía del Sky no volverá, no al menos el Froome que saludó en cuatro ocasiones desde los Campos Elíseos de París. Su conmovedor esfuerzo, sus incontables horas en centros de rehabilitación y los intentos de recuperar su mejor versión, no le han alcanzado.

Su lesión, una de las peores para un ciclista, la fractura abierta del fémur, han derrotado la versión brillante del británico, dispuesto a rehabilitarse como ciclista desde otro ángulo que nada tiene que ver con la jerarquía que dispuso. A Froome, que hizo del molinillo un arma mortífera, el físico le imposibilita acceder al estatus que dispuso y que le situó en la cúspide del ciclismo. La decadencia de Froome resulta más dolorosa por su propia grandeza. Es la caída de un rascacielos, la voladura en directo de un icono. En cada competición en la que se ha inscrito, el británico es un imán para las cámaras. Siempre es noticia. Desde el control de firmas hasta la meta, a la que suele llegar con retraso en las jornadas que repuntan.

Froome es la impotencia personificada, pero también la imagen del campeón que no renuncia a pelear, que dignifica la lucha del ser humano contra uno mismo. El británico es el hombre delgado que no flaqueará jamás. Se lo impide su orgullo. También su profesionalidad. En su última campaña en el Ineos, el británico se adaptó a otros roles lejos de la purpurina. Se olvidó del frac y se puso el mono de trabajo. Aguador. Finalizado el contrato con el estructura de David Brailsford, el Israel fichó a Froome en 2021 con la idea de conquistar el quinto Tour.

Con un salario de cinco millones de euros anuales, uno de lo más altos del pelotón, la escuadra israelí adquirió el pasado pensando que era el porvenir. Sucede que el presente y el futuro niegan a Froome, que ha penado en las carreras que ha disputado. Irreconocible su huella. Bienvenido al club de los imposibles. En sus apariciones, siempre barnizadas con la expectativa, nutridas por la esperanza de las utopías, por la narrativa del héroe que es capaz de resurgir de las cenizas, la prosa de la realidad se ha impuesto. El muro infranqueable. La cuenta de resultados acentúan su triste historia.

SIN RASTRO EN LA CAMPAÑA

En el comienzo del curso, en el Tour de UAE que agarró Tadej Pogacar, el chico de oro, concluyó el 47. Su siguiente aparición la hizo en la Volta a Catalunya. El británico finalizó en la 81ª plaza. El Tour de los Alpes subrayó su escaso vuelo. Fue el 93º de la general final. En el Tour de Romandía la ilusión vestía de gris oscuro. Alcanzó la 96ª posición en el recuento final. Dos años después de su terrible caída, Froome se personó en el Dauphiné, la carrera que tantas veces le sirvió como ensayo general del Tour y que venció en tres ocasiones: 2013, 2015 y 2016. Sin embargo, aquellos maravillosos años en los que la Francia ciclista eran su jardín, su Edén, fueron un desierto inacabable para el británico en el Dauphiné de la presente campaña. Para entonces estaba pintado de luto. El color del declive de Froome.