Roglic es un tipo solemne y un ciclista magnífico. No se le conocen demasiadas sonrisas en carrera al esloveno. Compite al máximo en cada poro de alquitrán. Nada logra desviar al líder del Jumbo de ese arrebato. Es su misión. Su rutina. A Roglic solo le cambia el gesto y le ilumina el rostro el triunfo. Entonces, sereno, en paz consigo mismo, le emana un sonrisa tras el grito que acabó con la adrenalina de otra victoria, la segunda en la París-Niza, que gobierna a su antojo. Una vez completado el trabajo con enorme eficiencia, el esloveno, el mejor en un final picudo en el que subrayó su ascendente sobre la carrera, posó con el puño en alto, golpeando el aire. Después acarició a su hijo y besó a su mujer. “Siempre es bonito ganar y si encima está mi familia...”, dijo el esloveno. Roglic compartió con los suyos la felicidad. Rieron él y su mujer. Fiesta en casa de los Roglic.

A su hijo, demasiado pequeño, aquella algarabía le generó curiosidad y un punto de extrañeza así que continuó siendo un niño sin más preocupación que la infancia. Vio a su padre llegar en bici, besarle y acariciarle. Aquello le pareció lo de siempre. La costumbre. Roglic es un ciclista metódico. Perteneciente a la estirpe de los saltadores de esquí, que hacen de la técnica y el método su estilo de vida, el esloveno aplica esas enseñanzas al ciclismo. No deja nada al azar el Roglic, que se maneja con la rigurosidad de los contables con tirantes y lápiz sobre la oreja. Así le salen los números en la París-Niza. Segunda etapa en la que inscribe su norme con su estilo telegráfico y fortalecimiento del liderato de la ronda francesa.

Hambriento, competitivo al extremo, Roglic evidenció su profundo impacto sobre la carrera para elevar aún más la peana en la que posa. En un final exigente, el líder sacó el martillo para aplastar la oposición de Laporte y Matthews, que trataron de discutirle el triunfo. Sucede que en escenarios de ese tipo, Roglic es un francotirador sereno y de enorme puntería. Un tiro, un muerto. La detonación de Roglic dejó sin efecto el esfuerzo de Laporte y Matthews, que entendieron que Roglic ganaría el debate sí o sí. El esloveno deletreó la victoria. Rutsch, por contra, tartamudeó. Le balbucearon las piernas después de ventilar el esfuerzo de Elissonde, que trató de agarrarse a Rutsch, un gigante. Elissonde quiso viajar sobre su grupa, como esos pajarillos que se posan sobre los rinocerontes, pero el francés estaba quemado por el esfuerzo anterior, largo, prolongado, devastador. Rutsch se estampó con un muro de prosa. La realidad le aplastó. Igual que a McNulty, cuando le mordió una caída durante la jornada y le arrancó de la carrera.

ION IZAGIRRE SUBE UN PUESTO

La baja del norteamericano le sirve a Ion Izagirre para instalarse en el podio. Es tercero el de Ormaiztegi, siempre atento, sin distracciones. Izagirre concedió una decena de segundos con Roglic, los que obtuvo el esloveno de la bonificación de meta. Lo mismo le sucedió a Schachmann, segundo en la general. Ambos atestiguaron la omnipotencia de Roglic. Hoy, en una etapa afeitada, la París-Niza regresa a la montaña con una jornada de 119 kilómetros lejos de los 166 previstos inicialmente. El último puerto del recorrido conduce a meta después de una subida de 16,3 kilómetros al 6,3 % de desnivel medio. Allí se espera otra vez a Roglic, fiel a su liturgia. Competir y ganar.