El 27 de marzo de 2022, cerca de las 17.00 horas, sonaron las campanas alegres. Las de celebración. Aconteció un hecho histórico en Bélgica. En la Gante-Wevelgem, un joven muchacho eritreo de 21 años, sonreía el gozo de la incredulidad. Lo nunca visto. Era Biniam Girmay (Asmara, el 2 de abril de 2000). El eritreo derribó un muro de décadas y atravesó la Gante-Wevelgem para posar al continente africano en uno de los lugares sagrados del ciclismo, en una de sus grandes clásicas de adoquines.

A Girmay no le pesaron las piedras y tampoco el peso de África sobre sus hombros. Le arropó un continente. Eso le sitúa más allá de la gloria deportiva y le acerca a la dimensión histórica. El primer ciclista de raza negra en culminar una hazaña semejante. El eritreo, medalla de plata en Mundial sub'23, escribió con letras de oro una victoria para siempre. Girmay conquistó un hito para el ciclismo y colocó un foco sobre África y sus ciclistas, que se abren paso desde la necesidad. Girmay es su faro, un pionero, el guía de un continente oprimido.

"Es sensacional, algo increíble para mí. No me esperaba esto. Creo que es algo bueno para todo el ciclismo africano", aseguró el eritreo, la estrella que viene. Girmay se cubrió de gloria tras cambiar de planes. Improvisó. Su idea era competir en Francia, pero viró su pensamiento y se personó en Gante-Wevelgem, el ensayo general del Tour de Flandes. A los 21 años, el eritreo enmarca la victoria en los anales del ciclismo. Más joven ganador que Rik Van Looy, Bernard Hinault, Francesco Moser, Sean Kelly, Tom Boonen o Peter Sagan. En un escenario grandilocuente, Girmay, que batió al esprint a Laporte, Van Gestel y Stuyben, se consagró con un logro incomparable debido a su transcendencia. Su legado es imborrable. Es leyenda. De aquí a la eternidad. La victoria de Girmay contiene un enorme significado que escapa al ámbito del ciclismo. Es un cuña para abrir el camino del futuro. Una conquista sin parangón en una carrera contracultural, lo que concede aún más eco al logro.

TODOS CONTRA VAN AERT

Girmay se agigantó en el feudo del colosal Van Aert, tan esplendoroso y brillante, una central eléctrica de vatios, que comienza a padecer el síndrome Sagan. Al igual que el eslovaco de los tres Mundiales, figura indiscutible, un imán carismático y pintón, padece los rigores del favoritismo. En la Gante-Wevelgem demostró ser el más fuerte cuando el adoquín y la potencia bruta deletrearon las líneas de diálogo de la clásica.

El problema para Van Aert fue que en la carrera, además de los adoquines, del doble paso por el Kemmelberg, donde el belga fue tremendamente superior, hubo demasiado asfalto. Un regalo para Girmay, que agradeció la alfombra para entrar en la historia deprisa, al esprint. Sonaron las campanas. Sonrió Girmay su gesta, la felicidad de África.