El único momento tranquilo del día de Sebastián Álvaro (Madrid, 1950) es la hora del desayuno. Temprano. El resto de su jornada resulta, tal y como él mismo asegura, "una vorágine". Pero cómo no va a serlo, si en tan solo una vida ha logrado convertirse en alpinista, documentalista, aventurero, periodista, montañero y director. Y siempre de los mejores. Porque el creador de Al filo de lo imposible es una persona inusual, de las de otra época, esa en la que los valores eran fundamentales para llegar a la cumbre. Por ello, por su defensa y transmisión de su pasión vital por la montaña, recibe el premio WOP del BBK Mendi Film Bilbao-Bizkaia.

Primero, felicidades por el premio. Su nombre se añade a una lista en la que están Peter Habeler, Juanjo San Sebastián, Nives Meroi y Romano Benet...

-Es una lista que está muy bien y estoy muy contento de estar al lado de buenos amigos y de gente que ha destacado por defender lo mismo en lo que yo creo. Eso te da una idea de hermandad sobre todo en los últimos tiempos donde se defienden cosas tan diferentes de lo que nosotros hemos creído toda la vida. Pero no hay que dejarse avasallar por el ruido de cosas que en realidad ni son alpinismo ni defienden los valores del alpinismo clásico.

Así que cree que los valores del alpinismo han cambiado.

-La mentalidad de las personas y las sociedades va cambiando con el paso del tiempo, pero creo que hay valores comunes que modelan nuestra personalidad como son el sentimiento y el grado de civilización que alcanzamos como sociedad.

¿A qué valores se refiere?

-Tienen que ver con cosas como la compasión, la valentía, la sabiduría, la prudencia... Pero esto nos viene de muy atrás, de los valores del mundo clásico en el que hay cosas bien vistas, como por ejemplo la valentía; mientras que la cobardía, la deshonestidad o la traición siempre han estado mal vistas en todas las sociedades.

Ahora que hay viajes turísticos al Everest y colas por llegar a su cima..., ¿cree que se han perdido los valores del alpinismo clásico?

-Eso debe llevar, sobre todo a los dirigentes de países como Nepal, a replantearse qué están haciendo mal y qué deberían hacer para arreglar la situación. Porque hay países pobres, vulnerables y fácilmente corruptibles que no cumplen siquiera su propia legislación.

Explíquese.

-En la entrada al parque que alberga la región del Everest hay inscrita una normativa en la que dice que no puedes dejar basura, ni atentar contra la fauna del lugar, ni volar drones... Con multas de hasta 5.000 dólares. Pero en el mismo lugar ves cómo se acometen toda clase de atropellos, se usan helicópteros, que solo se deberían utilizar para sacar a personas heridas, para llevar a personas o aprovisionar los campamentos de altura... Es decir, la propia organización promueve que se dejen plásticos y bombonas de oxígeno y que en primavera se monte una ciudad provisional de más de 2.000 personas sobre el glaciar Khumbu. Y todo ello está basado en la codicia de unos pocos, porque el gran negocio del Everest hace que durante apenas dos meses se repartan entre unos pocos 30 millones de euros.

¿Ha acabado la democratización de las cumbres con los principios del alpinismo?

-Primero fue la masificación, luego alguien se dio cuenta de que eso podía ser rentable y pasó a la comercialización y ahora estamos en el último estadio que supone la banalización de las cumbres. Pero hablar de democratización es una idea falsa porque es evidente que no todo el mundo puede tener acceso a las montañas más altas.

Cierto, quizá no sea la palabra más adecuada.

-A las montañas hay que respetarlas y conservarlas porque ellas ya estaban cuando nosotros llegamos y probablemente sigan ahí cuando nos extingamos. Tenemos una visión egocéntrica del planeta y decir que el K2 tiene que estar al alcance de todos los humanos es una estupidez que además atenta contra los valores de la civilización. Solo encubre un negocio de personas que quieren que las montañas se conviertan en una sucesión de cuerdas hasta la cumbre, que quieren que haya bombonas de oxígeno por todos los lados y que quieren que la gente pague fortunas para encubrir su incapacidad de poder subir con sus propias fuerzas a la cima de una montaña.

Respecto a eso, ¿cree que sigue habiendo expediciones pioneras o ya se ha descubierto todo?

-Creo que todavía hay lugar para el descubrimiento y la exploración en amplias zonas del planeta. Lo que pasa es que son lugares restringidos a los que cuesta mucho entrar. Además buena parte del alpinismo que se practica hoy en día no quiere hacer lo que hicieron los pioneros: explorar, enterarse de por dónde puede ir la ruta de ascenso, intentarlo y, si no se puede, volver al año siguiente. Todo en grupos pequeños y en actividades duras, fuertes y comprometidas.

Pero habrá excepciones.

-Claro, me gusta recordar al malogrado David Lama y su intento en la pared noreste del Masherbrum, una montaña que cuenta con pocas ascensiones y que puede ser uno de los grandes retos del futuro. Claro que aún hay lugares y ascensiones, mucho terreno de juego para seguir practicando el alpinismo clásico al margen de las caravanas montadas por gente sin escrúpulos.

Hablando ya de su trayectoria, acumula centenares de expediciones, documentales y aventuras. Ha visto lugares remotos e increíbles. ¿Puede quedarse con uno?

-Me podría quedar con unos cuantos si se me permite.

Claro.

-Me gustaría quedarme con el Karakórum, con parte de la Patagonia chilena y la Tierra de Fuego; y luego ya con los grandes desiertos que continúan desiertos como son el interior de la Antártida, el Taklamakán y el Gran Mar de Arena.

¿Por qué el Karakórum es tan recurrente en la lista de los alpinistas?

-Porque tiene las montañas más bellas de la tierra. Es un mundo muy agreste, es una zona del planeta relativamente pequeña respecto al Himalaya pero en ese lugar se da la mayor concentración de alta montaña del mundo. Allí hay cinco montañas de más de 8.000 metros y unas 130 cumbres entre principales y secundarias que superan los 6.000. A estas no se les pone nombre por lo que hay valles en los que todavía no ha entrado un alpinista a escalar. El Karakórum es, sin duda, uno de los lugares donde aún se puede hacer alpinismo alejado de las expediciones comerciales. Es uno de esos lugares donde se sigue teniendo acceso a lo que Kant llamó el sentimiento sublime: un lugar que atrae y a la vez te repele con fiereza. Porque cuando el Karakórum se cabrea te das cuenta de que te puede borrar de un manotazo.

¿Qué se siente al llegar donde nadie o muy pocos han llegado?

-Pues básicamente felicidad. No creo mucho en la felicidad constante, pero sí en momentos de plenitud de llegar a sitios donde te ha costado mucho llegar, a sitios en los que vas a estar de paso pero a los que en esos momentos tienes acceso. Eso es algo que hoy en día la sociedad tiene proscrito. Llegar a un lugar ajeno a la domesticación de los seres humanos, donde todavía puedes sentir la tierra primigenia tal y como era antes de la llegada de los hombres. Es decir, la belleza total, el silencio total y la soledad total.

Por último, ¿con qué disfruta más: con el hecho de poder ir a esos sitios o con transmitir lo vivido y lo visto a la sociedad?

-Me quedo con todo. Con la vida que he tenido la fortuna de vivir y que he vivido con esfuerzo y trabajo. Me quedo con haber podido compartir eso a través de libros, documentales y vídeos; ayudando a tener una civilización más amable. Me quedo con poder contar a la gente la profunda sensación que se tiene con el contacto con la naturaleza. Me quedo con todos los amigos que he querido y amado, con todos con los que he podido compartir esa clase de sentimientos.