Bilbao - El Manomanista es como un cuadro de Francisco de Goya, en el que los matices negros de un cielo a punto de quebrarse marcan la diferencia. La clave en el Manomanista es una fina línea, un trazo ligero de lapicero, a vuelapluma, a ojímetro, colocada entre dos contendientes afilados hasta lo insospechado, a los que solo les falta a estas alturas romperse la crisma en un escenario tan negro como un firmamento goyesco: el frontón Bizkaia. Las fronteras son matices. Los matices son fronteras. Y son barreras. Mikel Urrutikoetxea considera que le queda pasar de estraperlo por la aduana del saque, cuestión que, bajo su punto de vista, es el “pero” que podría poner a lo que va de mano a mano. Echando la vista atrás, el vizcaíno no cosechó premio desde el primer disparo ante Oinatz Bengoetxea y sí que sacó cuatro cartones con la jugada inicial ante Joseba Ezkurdia. “Por poner un pero, con el saque no he andado del todo fino. Es una de las cosas a mejorar”, revela el de Zaratamo, extraordinario restador, quizás el mejor del cuadro profesional. Sin haber tenido sensación de dominio con el primer golpe, con los datos en la mano, Mikel supera las expectativas de sus dos rivales pasados: Oinatz únicamente le metió uno y Ezkurdia, un grandísimo sacador, dos. La receta: “Si arrimas bien a la pared, es complicado restar”. Enfrente, Iker Irribarria aspira a repetir su buena actuación ante Danel Elezkano. En la eliminatoria de semifinales sacó bien, por la pared, quitando opciones a su compañero de empresa. “Esa es la referencia”, verbaliza el zurdo de Arama, quien hasta ese momento no tuvo excesiva suerte en ese aspecto. Ante Víctor falló cuatro restos y metió dos saques, ante Altuna erró cinco y se anotó dos y en su última cita volteó los números: dos restos errados y tres saques favorables. “Nos conocemos bien. Sabemos cómo juega cada uno y los detalles pequeños marcarán”, agrega el guipuzcoano.

Con todo, la final del Manomanista se abrió ayer definitivamente con la elección de material, de guante blanco, sin problemas, con la que se cierra el tiempo de barbecho de los contendientes, que tuvieron que esperar tres semanas desde que ganaron sus encuentros de semifinales hasta que el domingo se vistan de blanco en el Bizkaia de Bilbao con el único objetivo del 22 y la txapela. “No hay mucha diferencia con las pelotas. Quizás las de Urrutikoetxea andan algo más por el suelo. No hay problema ninguno”, manifiesta Irribarria. Su contrincante contempla un escenario similar, en el que no hubo cueros fuera de foco, bajo su punto de vista. Al de Zaratamo le costó dar con los dos que usará. “Me he quedado a gusto. Las diez pelotas del lote eran parecidas y por eso me ha costado más decantarme. De cualquier forma, con el calor cambian”, remacha el vizcaíno.

Si bien no hubo discusión alguna con los lotes apartados por los intendentes, Apezetxea y Beloki, y el seleccionador de material, Alustiza, antes de las semifinales, el estado de la mano izquierda de Urrutikoetxea tampoco apunta a capital. “A nadie le gusta aplazar una final, pero tenía la zurda inflamada y nos decidimos a pedir el retraso. A medida de que han ido pasando los días, la mano me ha dejado entrenar. Si salgo el domingo, será con todo, sin excusas”, desbroza el todoterreno de Baiko, quien contempla que “la planificación cambia, pero el trabajo hecho es bueno”.

Tanto Urrutikoetxea como Irribarria ya empiezan a notar las mariposillas en la tripa por la cercanía de la final. El domingo serán pitbulls. “Se nota la tensión”, dice el aramarra. Mikel, entretanto, está “tranquilo. El sábado sentiré el cosquilleo”, finaliza. Otra frontera: el reloj.