Juan Soto Ivars acaba de publicar un análisis sobre las voces que quieren conducir a la sociedad actual a distintas metas. Habla de las tribus de todo tipo que buscan adoctrinar con sus puntos de vista sin dejar un hueco ni a la respuesta ni la reflexión. Conoce muy bien los medios de comunicación, porque es un asiduo en ellos, y también ensalza el valor de la libertad de expresión, valor que considera que está a la baja, sobre todo en las redes sociales.

La casa del ahorcado, ¿el lugar donde no hay que mentar la soga?

-Eso dice el refrán, pero en la sociedad de hoy telecomunicada, la casa del ahorcado ya no tiene puertas y tampoco ventanas. No hay lugares aislados donde se pueda hablar de ciertas cosas sin tener problemas.

Los nuevos pensadores señalan que vivimos en una democracia oprimida.

-Vivimos en una democracia tensionada y en una sociedad partida en tribus. Es un conjunto de tribus identitarias que intentan imponer sus normas y tensan las democracias.

¿Estas tensiones quitan valor a la democracia?

-La debilitan. Un sistema donde la libertad de expresión no se desarrolla es una democracia que no permite discutir bien las ideas. Ahora las discusiones han sido sustituidas por reyertas tribales. Son discusiones de frontera, pero es que es muy difícil que se discuta de una forma racional.

¿A qué grupos se refiere al hablar de tribus: partidos políticos, referentes de poder económico, religioso o social?

-Un poco de todo, y a veces, ni siquiera eso. A veces las tribus se forman en torno a las identidades más sencillas y menos culturales. Se forman tribus a partir de cualquier cosa.

En estos momentos de pandemia casi hay que pedir permiso para ir de vacaciones y para disfrutar de ciertos derechos. ¿En qué ha influido la situación sanitaria en la actuación de los clanes tribales?

-Este libro lo tenía casi acabado cuando se empezó a hablar de un virus en China, luego se dijo que había llegado a Italia, y lo que ocurrió después ya lo sabemos todos. En el libro, el que tenía casi acabado, yo decía que de estas luchas tribales solo nos podía sacar una situación que fuera una amenaza común, que diera a todos el mismo miedo y que uniera a los que son distintos en un mismo reto.

Muy premonitorio...

-Claro que no pensaba en el virus, pensaba en el calentamiento global. Cuando llegó el virus tuve que cambiar mucho el libro y entonces vi que me había equivocado en todo.

¿El virus no unió a los diferentes e incluso desunió a los que pertenecían a una misma tribu?

-Esa es la verdad. La llegada del virus y sus consecuencias no hicieron más que exacerbar esas discusiones y hacerlas más extremas en la mayoría de los casos.

Es de suponer que hablamos de luchas de poder.

-Algo que es eterno en el mundo pasado y en el presente.

Y para colmar el vaso, que ya estaba a rebosar, llegaron los negacionistas.

-El negacionismo es interesante. Al final se ha creado una nueva tribu, aquellos que niegan a un virus que está matando a tanta gente. Ese negacionismo se desarrolla alrededor de un tabú muy arraigado entre nosotros.

¿Qué tabú?

-El de no mirar a la muerte a los ojos. Los negacionistas están tan desbordados por la situación que se niegan a reconocer que lo que está ocurriendo les puede afectar también a ellos. Creo que el negacionismo es una respuesta ante esa inmensa incertidumbre que se desplegó ante todos, el mundo occidental incluido, a partir de marzo del año pasado.

Pero negacionistas siempre han existido.

-Y el coronavirus los ha vuelto a poner de frente. Es una reacción de mucha gente ante un mundo muy científico y ante una tecnoutopía. Negacionistas los hay de muchos tipos. Están los que niegan el holocausto, la violencia de género€ Pueden aparecer negacionismos por cualquier circunstancia. Posiblemente podríamos decir que son resistencias a hegemonías.

¿Se puede considerar a la ciencia una hegemonía?

-Lo es, y es una hegemonía tremenda. Vivimos en un mundo muy organizado en algunas cuestiones y aparecen siempre los herejes.

Que vamos a salir mejores de esta pandemia se convirtió en una especie de mantra que repetían muchos sectores. ¿Cómo ve a esta especie de buenismo surgido tras la invasión de este virus?

-Es un buenismo que bebe de la bondad y de la compasión, también del optimismo, pero hay otro que es una pose virtuosa. Este es el más común, el que más se detecta y el que más mofa o cabreo produce. Estamos en una sociedad que se ha vuelto más protestante en el sentido más americano. Eso lleva a que la gente haga guiños a la virtud. Todo esto es lo que nos lleva a un buenismo que no viene de una compasión real.

¿Vivimos en un escaparate constante? Porque no parece un lugar muy sano...

-Por eso surge ese buenismo de pose, es lo que vende bien en esos escaparates en los que nos colocamos. Hablamos de las redes sociales y en ellas nos mostramos llorando en todos los sentidos para mostrar una falsa imagen de bondad o compasión. Pienso que este buenismo es una muestra de narcisismo y vanidad, pero estaríamos en las mismas si ejerciéramos el malismo.

El malismo estaría peor visto, ¿o no?

-No creas. La pose de canalla muy exagerada enfrente de ese buenismo también vende. El acorazarse en el sentido contrario también lo estamos viendo. Es el decir que a uno nada le importa, es el egoísmo narcisista y vanidoso. Siempre van a seguir apareciendo tribus rivales y nuevas fracturas en la sociedad.

¿No éramos tan narcisistas antes de las redes sociales?

-Tanto no. Las redes sociales han tenido muchos efectos negativos en los que nadie pensó cuando comenzaron a aparecer. Decían que nos iban a acercar a los demás y ha pasado todo lo contrario. Ves a una cuadrilla de personas y cada uno está con su teléfono sin mirarse a la cara. Esta es una postal muy común del siglo XXI.

También se las publicitaba como redes de expresión de libertad.

-Y se han convertido en una nueva plataforma de censura merced a los linchamientos digitales. Las redes sociales son el resumen perfecto de lo que ocurre cuando una tecnología se crea antes de hacerse preguntas morales. Al final, las usamos todos y ahora es cuando miramos hacia atrás y vemos los problemas que han producido.

¿Y dónde colocamos lo políticamente correcto? ¿Puede haber una tribu de los que practican eso de que todo debe ser correcto?

-De hecho la corrección política, no siempre está presente solo en la izquierda, porque la derecha también tiene la suya. Son referentes ante amenazas simbólicas. La corrección política es una serie de normas para que no se nombre la soga en la casa del ahorcado.

Hablemos de los medios de comunicación, que usted conoce bien. ¿Qué papel juegan a la hora de evitar hablar de la soga en la casa del ahorcado?

-Son copartícipes de todo lo que estamos hablando. Los medios sirven demasiado a menudo como altavoz de la indignación, de alguna forma la legitiman y convierten la indignación histérica en una noticia, cuando a lo mejor solo es una tormenta en un vaso de agua.

¿Por qué utiliza el término demasiado?

-Porque los medios han sido muchas veces cómplices, antes y ahora. Es cierto que llevan demasiado tiempo haciéndolo, aunque ahora hay algunos que pretenden hacer todo de otra forma. Los medios son parte de este problema, sobre todo cuando se convierten en cajas de resonancia de las pasiones tribales según les convenga.

Hay quien responsabiliza a los medios de haber creado el pánico durante la pandemia.

-Tampoco sé si los necesitábamos para que hubiera pánico. La situación ya daba bastante miedo sin tener el relato de los medios. En el momento en el que nos encerraron en casa en marzo del año pasado y se rompieron los vínculos sociales el pánico ya estaba en todos nosotros. Desde el punto de vista de los medios, se ha jugado un papel que no estaba previsto. La información ha sido muy rápida, muy contradictoria. Al principio los medios han intentado mantener a la población informada. Después, con el tema de la vacunación, han cometido más errores. A veces lo han hecho con la ayuda de los gobiernos, tanto el central como los autonómicos. Se han dado informaciones muy alarmistas.