La navaja con más filo de Albacete es el viento, al que todos temen en el pelotón. Asusta la leyenda del viento manchego, que cuenta historias de grandes derrotas entre los abanicos, de ciclistas que se perdieron en las ráfagas que ululan, fantasmales, en la planicie. Hace un cuarto de siglo, a Rominger y Escartín se los llevó el viento cuando la ONCE decidió cortar por lo sano aprovechando el soplido del viento. Se quedaron aislados. El corte fue profundísimo. Más de siete minutos. De aquel episodio quedó el recuerdo del triunfo de Jalabert en Albacete y la Vuelta que conquistó Zülle, que se agarró a la cola del viento para subirse al cielo de la carrera. Camino de Albacete, una ciudad construida por la velocidad de los esprintnes, no existe refugio en el que guarecerse. Ay, el viento, doloroso, vengativo y cruel, que blande su amenaza despiadada. En un día de esos que provocan desasosiego e inquietud, en el que conviene respirar hondo, el pánico al viento provocó una caída en las entrañas del pelotón en una amplia recta a las afueras de Albacete.

El líder Taaramäe probó el asfalto duro y negro. Perdió su estatus. Luto. Bardet, desconchado, y Mikel Nieve, herido, tampoco hilaron con el resto. La montonera, con medio pelotón atrapado entre cuerpos y carbono, dislocó el final, pero no lo quebró. Los grandes favoritos salvaron el pellejo. Una victoria íntima para Mikel Landa. El de Murgia rozó el suelo. Se golpeó la mano izquierda en la caída que arrastró a tantos. Afortunadamente, apenas le quedó un rasguño. Un leve recordatorio de que la carrera no hace prisioneros. El alavés, feliz tras sobrevivir al caos, continúa entre los jerarcas. Esquivó la mala suerte, la fatalidad que le cerca y le agobia. Roglic y Bernal tampoco contaron daños. Mas, Miguel Ángel López y Valverde, obligados a perseguir por el corte de la caída, consiguieron cicatrizar el retraso a tiempo. Resoplaron los favoritos, aliviados en meta. Los que se mantuvieron en pie esperaron a la gran mayoría de los caídos -Ion Izagirre y Omar Fraile también padecieron contusiones- para descubrir que el ingenio no solo transpira en los garajes de los visionarios. El centro comercial de Albacete se llama Albacenter. En el callejero de la ciudad se desató el caballaje del esprint. En el pleito de la velocidad bramó Jasper Philipsen. El belga que se bautizó en el Gamonal, continuó su idilio en Albacete con una esprint que dominó de punta a punta. Ni Jakobsen ni Dainese pudieron sombrear a Philipsen. Lejos de la alegría del belga, apareció el gesto de derrota de Taaramäe, que se quedó sin liderato, arrastrado el maillot por el asfalto. Kenny Elissonde se quedó con la preciada prenda.

Xabier Mikel Azparren (Euskaltel-Euskadi), Oier Lazkano (Caja Rural) y Pelayo Sánchez (Burgos-BH) se adentraron en otra aventura quimérica. A los equipos con menos brillantina y lentejuelas les atraen los retos. Azparren, donostiarra, debutante, hijo y nieto del ciclismo, se embarcó sin pensárselo. Es un muelle. El Euskaltel-Euskadi, pasión naranja, se lanzó otra vez a las carreteras que tiran líneas al horizonte para dejar su impronta. La marca de agua de la formación vasca es la perseverancia. Con Azparren compartió metraje Oier Lazkano, un gran rodador. El gasteiztarra es joven. Al igual que el donostiarra debuta en la carrera, aunque Lazkano sabe lo que es ganar como profesional. Conquistó una etapa de la Vuelta a Portugal. Fue un yo contra el mundo. Quijote. Antes de la salida de Tarancón, Lazkano anunció sus intenciones. "Lo que es seguro es que al final algún día entraré en la fuga y estaremos dando guerra".

La guerra de los vencidos son escaramuzas y tiros desperdigados al aire para los generales, cuya preocupación estaba en los flancos, en los giros del viento que todo lo enredan. La guardia alta para cubrir el costado. Azparren, Lazkano y Sánchez masticaron rectas inagotables en perfecta comunión. Al menos se hacían compañía en lugares inhabitados, donde la vida transcurre por la carretera. La gris costura de la nada. Una bandera belga erguida sobre una autocaravana, bailaba al viento. Una visión inquietante. Los aerogeneradores, los gigantes del viento, los brazos que mueven el cielo, giraban su letanía.

FIN DE LA AVENTURA

Roglic, que es el líder aunque no vista de rojo, ordenó a sus costaleros agruparse por si alguien conectaba el ventilador. La muchachada de Carthy obró de la misma manera mientras los equipos de los velocistas mordisqueaban la ventaja de los fugados, que dejaron de ser tres. Sánchez izó la bandera blanca en la España vacía, un páramo infinito solo alterado por algún polígono a modo de arco del triunfo para pueblos deslizados por el olvido. La memoria de los ciclistas remitía al viento. Por eso el Ineos de Bernal aceleró. El sistema nervioso de los favoritos empezó a latir con fuerza en un enjambre en continuo movimiento. Los gregarios buscaban a sus líderes. Abejas obreras pendientes de sus reinas. Lazkano y Azparren no estaban dispuestos a dimitir. El forzudo Lazkano dinamitó la resistencia de Azparren. El gasteiztarra mantuvo el pulso hasta los estertores.

Por detrás, arreciaron los nervios. Tensión entre los favoritos, remolcados a la cabeza en un carrusel de agitación. El frenesí se instauró en el tuétano del pelotón, que se fue al suelo. Landa se enredó en la maraña, pero se reactivó de inmediato. Lo mismo que Roglic y Bernal. A Mas, López y Valverde les costó un rato reubicarse antes de anidar con los mejores. La caída desnudó del liderato a Taaramäe, uno de los perjudicados junto a Bardet y Nieve. Descolgados del drama los grandes favoritos, el pelotón se topó con otro esprint que Philipsen, más rápido que el viento, resolvió. Es su segundo éxito en la Vuelta. El de Landa, que rozó el suelo, es mantenerse en pie. Su Vuelta sigue intacta.