El adiós del zar de la pértiga
Hay deportistas que sólo brillan gracias a su capacidad de sufrimiento y otros que son prodigios de la naturaleza, y a este último grupo pertenece sin duda Sergei Bubka, el zar de la pértiga, un atleta con unas condiciones físicas tan impresionantes que en más de una ocasión le propusieron probar fortuna en el decatlón.
Con 1,85 metros de altura, 80 kilos de peso, mucha velocidad (acreditó 10:46 en los 100 metros) y una gran fuerza en su tren superior, Bubka basó su éxito en su capacidad para doblar las pértigas más duras, creadas expresamente para él por la empresa Sky Pole con fibra de vidrio y grafito. Esas pértigas que sólo él era capaz de usar le catapultaron literalmente hacia todos los récords del mundo que se propuso entre 1984 (con 20 años casi recién cumplidos) y 1994.
Y fueron unos cuantos: 17 al aire libre y 18 en pista cubierta. Hasta su eclosión, el récord al aire libre estaba en 5,83, y él lo elevó la friolera de 31 centímetros, hasta los 6,14 que consiguió en julio de 1994 en Sestriere (Italia). En pista cubierta, se encontró el récord en 5,80 y lo dejó 35 centímetros más arriba, con los 6,15 que saltó en febrero de 1993 en Donetsk, la ciudad de Ucrania cercana a su Lugansk natal (antigua Voroshilovgrado) en la que se formó como atleta.
Su primera marca conocida son los 2,70 que logró con 11 años, y ya a los 16, de la mano de su entrenador Vitaly Petrov, era capaz de superar los 5 metros. El éxito en los Campeonatos Júniors de la URSS, con un salto de 5,10, le animaron definitivamente a especializarse en la pértiga, una disciplina con una larga y brillante tradición en la Unión Soviética. Y cuando a los 19 años saltó 5,72, en su país se dieron cuenta de que estaban ante una gran promesa. Un año después, ya era imparable.
PALMARÉS
Seis mundiales, unos Juegos
La eclosión de Sergei Bubka coincidió con la creación de los Mundiales de Atletismo, cuya primera edición se disputó en 1983, y el ucraniano se convirtió en una referencia constante en la competición, con sus oros en Helsinki'83, Roma-87, Tokio'91, Stuttgart'93, Goteborg'95 y Atenas'97. Y a ellos hay que añadir los Mundiales en pista cubierta de París'85, Indianapolis'87 y Sevilla'91.
Es decir, tres lustros de dominio absoluto. Sin embargo, en los Juegos Olímpicos no tuvo fortuna: No pudo ir a los de Los Angeles'84, porque la URSS devolvió a los estadounidenses el boicot a los de Moscú'80. Ganó los de Seúl'88. En Barcelona'92 vivió el único momento negro de su carrera: dos fallos en 5,70, la altura en la que en esa época comenzaba sus competiciones, y otro en 5,75.
Es decir, eliminado sin ningún salto válido. Y en Atlanta no pudo competir por una lesión en el tendón de Aquiles. Un gafe con los Juegos que, en todo caso, apenas empaña su trayectoria deportiva.
Por su costumbre de ir casi siempre de centímetro en centímetro en los récords lo cual le garantizaba mayor fama e ingresos extras, sólo queda la duda de cuánto habría podido saltar realmente en esos años en los que estaba en la cima de su trayectoria deportiva.