ues cuando entre cabezadas del respetable estaba por terminar semejante tostón de carrera, vino el excesivo Aleix para darle un toque esperpéntico al tórrido domingo en Montmeló. No es la primera vez que ocurre en este circuito, que se lo pregunten al bueno de Julián Simón. El problema es que el característico contador de este circuito, en una gran torre luminosa, marca Lap 0 cuando queda aún la última vuelta. Pero vamos, que para eso tienes el dashboard, la pizarra de los mecánicos y la bandera de cuadros. Así que no hay excusa para semejante despiste. Quizá las ganas que tenía de lamentarse por no haber ganado el GP de casa (bueno, el de casa sería el inexistente GP de Andorra, para ser justos) cuando todos le daban por ganador seguro. Pero así es Aleix, excesivo en todo. Las imágenes del box, llorando desesperado con toda su troupe familiar al unísono, eran dantescas. Lo peor es que no ha perdido sólo un podio, sino unos puntos valiosísimos de cara al campeonato, del que es ya claro candidato. Esto y el arrastrón de Nakagami que se llevó por delante al otro candidato, Bagnaia, dan alas y aliento a Quartararo. Sabíamos que en los circuitos europeos se comenzaría a clarificar todo, pero es indudable que Europa es Quartararo. Y todo a lomos de una Yamaha que continúa adoleciendo una clara falta de potencia y que, excepto a manos del francés, anda perdida cada carrera por la cola del pelotón. Ni Morbidelli, ni Dovi, ni el peque de los Binder, nada de nada. Así que claramente no es la moto, es el piloto el que la está haciendo ganadora. Solo él. Y probablemente renovará el título, pero ¿a qué coste? ¿Les suena eso de una moto que solo marcha en manos de un único piloto? ¿Y cómo ha acabado? La tentación de una fábrica de dejarse llevar cuando un piloto hace ganadora una moto que no es la mejor, es muy grande. Mirar a otro lado y celebrar los éxitos individuales. Pero ya se ha visto que cuando eso se rompe (igual de fácil que un húmero) entonces miras al box y te preguntas qué haces con aquel tractor solitario. l