l jueves comenzó bastante esperanzador para la familia afgana de la tudelana Silvia Arrastia: sus suegros, sus cuñadas y las sobrinas de su marido, que habían pasado la noche a la intemperie a las afueras del aeropuerto de Kabul, acababan de recibir una llamada de una persona que hablaba en español. Era una llamada desde el Ministerio de Defensa de España. Serían las nueve de la mañana. Desde el Ministerio les volvieron a pedir una vez más sus datos, nombres, apellidos, identificaciones e incluso fotografías del lugar donde se encontraban. El perímetro del aeropuerto de Kabul tiene más de cinco kilómetros de largo. Apostados alrededor de esas lindes aguardaban miles de personas, que al igual que la familia de Silvia y su marido Aziz, trataban de salir del país. La imagen era absolutamente descorazonadora: esas miles de personas se apiñaban con agua turbia hasta la cintura en un canal de desagüe que rodea las instalaciones del aeropuerto, agitando sus papeles, visados, salvoconductos o fotocopias de contratos de haber trabajado o colaborado con países extranjeros. Rogando ser evacuadas.

La familia de Aziz también aguardaba allí, en esos mismos canales de agua sucia. Agitaban unas improvisadas banderas de España y pañuelos rojos que habían cosido las noches anteriores en la clandestinidad. Las agitaban con la esperanza de ser vistos por alguna de las tropas o por los efectivos de seguridad de España. Esperaban con una enclenque señal de móvil que se iba y venía a que les enviasen algún documento si era necesario, aunque les habían confirmado que ya estaban en una lista prioritaria del Ministerio de Defensa para sacarles del país.

La familia de Silvia y Aziz que aguardaba allí era, sobre todo, y a excepción de su madre y su padre, niños y niñas. Desde su hermana de 16 años hasta un bebé. La espera allí con semejante prole era desesperante. Después de esa llamada de la mañana que se alargó durante más de seis o siete horas, no ocurrió nada más. Fue tiempo eterno en el que parecía que no pasaba nada. Los niños estaban agotados bajo el sol, así que en algún momento decidieron irse un poco más lejos para poder estar a la sombra o al menos poder darles algo de agua y refrescar a los niños.

Desde Tudela, Silvia y Aziz tenían encendida la televisión con un canal de noticias 24 horas siguiendo minuto a minuto la actualidad completamente angustiados y pendientes del teléfono. Mientras tanto, en el Palacio de Navarra desde primera hora de la mañana y tras los contactos del día anterior miércoles trataban también de tocar todas las puertas para saber sobre la situación de esta familia afgano-tudelana. Eran contactos discretos y debían ser cautelosos de no desvelar muchos datos para proteger su identidad. Desde el Departamento de Justicia y Políticas Migratorias, el consejero Eduardo Santos y todo su equipo estaban en comunicación directa con Silvia y también el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Exteriores. De igual manera, todo el gabinete del Gobierno de Navarra estaba informado de la situación y la seguían de cerca. No eran palabras vacías, eran hechos. La propia presidenta María Chivite había hecho suya la causa de Silvia y se había puesto en contacto también con Madrid para hacer todo lo posible para acercar a esta familia hasta Navarra.

Eran las cuatro de la tarde en Tudela cuando llegó la terrible noticia: dos bombas habían explotado en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul. A partir de ese momento los acontecimientos dieron un giro dramático. Eran casi las siete de la tarde en la capital de Afganistán, dos suicidas habían hecho estallar explosivos en esas mismas acequias atestadas de gente que esperaban a ser evacuadas del país. Más de cien muertos, entre ellos 13 militares estadounidenses, y cientos de heridos. Una escena dantesca. La bomba estalló exactamente en el mismo lugar donde la familia de Silvia y Aziz habían pasado toda la mañana. Pero esa decisión azarosa de ir a por agua y estar a la sombra para proteger a los niños quizás les salvó la vida, porque se vieron obligados desplazarse un centenar de metros. Y eso les hizo quedarse lejos de la explosión.

La familia de Silvia y Aziz estaban bien, estaban sanos y salvos. Aunque el caos y el terror de la explosión y los heridos provocó un tumulto de gente, estampidas y aplastamientos. Algunos de esos pisotones y avalanchas de gente provocaron heridas y magulladuras en algunas de las niñas y parientes de Silvia.

Al otro lado del teléfono, en Tudela, Silvia y Aziz estaban hundidos. Derrotados y angustiados. Las informaciones eran confusas. La mayoría de los estados europeos como Bélgica, Alemania, Holanda, Suecia daban por concluidas ya sus misiones de evacuación y abandonaban en ese mismo momento el país. Justo instantes antes de la explosión, España había logrado despegar un vuelo con 140 afganos/as, pero muchas otras como la familia de Aziz quedaban fuera del aeropuerto. Desde el Ministerio de Defensa y Asuntos Exteriores de España insistían que resistirían hasta el final. "No tiremos la toalla todavía, aún hay una posibilidad", les decían a Silvia y Aziz. El panorama que quedaba ya por la noche era desolador. Tras las sucesivas explosiones y tiroteos, el aeropuerto había quedado vacío, los talibanes controlaban los accesos y habían echado a todo el mundo de allí. Las posibilidades de ser evacuadas se reducían al mínimo.

En Navarra el cruce de llamadas, contactos y correos electrónicos era constante. Hasta casi la medianoche, la propia presidenta de Navarra, María Chivite, seguía en comunicación directa con el delegado del Gobierno de España en Navarra, José Luis Arrasti, y estos a su vez con el Centro Nacional de Inteligencia y el Ministerio de Asuntos Exteriores. Obviamente, desde Madrid no podían ofrecerles información detallada sobre operaciones militares. Pero desde Navarra sí que podían seguir ejerciendo presión -lo que aquí llamamos "dar la tabarra" muy diplomáticamente- hasta el último momento. Por su parte, el consejero Eduardo Santos y su equipo, seguían al tanto de las noticias, con el teléfono encendido, en contacto con el Ministerio de Defensa y la Secretaría de Estado de Migraciones, que no les podían decir otra cosa más que la familia de Aziz estaba en una lista prioritaria. Pero desgraciadamente la situación de seguridad se había deteriorado tanto en las últimas horas que hacía imposible ningún movimiento. La familia de Silvia ya estaba lejos de aeropuerto. Y en el recinto no quedaba nadie. Como ellos muchas familias afganas que esperaban ser evacuadas por España quedaron sin ninguna oportunidad. Y con el temor de nuevos tiroteos, represalias y atentados.

Desde el gabinete de la presidenta María Chivite dicen que ayer "fue un día muy triste". "Aquí, en el gobierno, estamos todos desolados por no haberlo conseguido, no ha sido el final esperado. Pero sí estamos muy orgullosos de la respuesta de toda la sociedad navarra, del empeño y empuje de todas las instituciones", aseguran. Afirman que ayer en el Gobierno de Navarra recibieron llamadas de decenas de ayuntamientos y municipios de toda la geografía foral, y de todos partidos políticos, interesándose no solo por el caso de Silvia y Aziz, si no también para ofrecer recursos y ayuda de todo tipo a las familias afganas que ya han llegado estos días a Navarra. La respuesta y al apoyo de la sociedad navarra ha sido impresionante.

Desde el Palacio de Navarra siguieron en contacto con

el Ministerio de Defensa

y Exteriores hasta medianoche

Decenas de ayuntamientos y municipios llamaron para ofrecer ayuda a esa y otras familias afganas

La familia de Silvia y Aziz salvaron su vida de milagro en el momento de la explosión de las bombas

El atentado suicida en el aeropuerto truncó toda posibilidad de evacuación, nadie más pudo entrar y todos los países se marcharon