Cuando China despierte, el mundo temblará”, dijo Napoleón Bonaparte. No sabemos si China realmente ha despertado, pero sí sabemos que el mundo tembló ante la posibilidad de la intervención directa de China al inicio de la invasión de Ucrania. Tras el claro apoyo de los primeros días de invasión, China logró distanciarse de los combates en Ucrania marcando terreno respecto a los belicosos deseos de Putin. Un silencio enigmático rodeó a partir de entonces su postura ante el devenir de la Guerra de Ucrania.

Pero cuando parecía que la temida Tercera Guerra Mundial se limitaba a una nueva Guerra Fría en el continente europeo, el cruce de amenazas entre la administración Biden y el gobierno de Pekín respecto a una posible intervención militar china en Taiwán ha hecho saltar de nuevo todas las alarmas. Un escenario bélico que podría eclipsar al ucraniano con un enfrentamiento directo entre las dos grandes potencias mundiales, ante cuya posibilidad real muchos autores llevan años llamando la atención.

Uno de ellos, el politólogo norteamericano Graham Allison, acuñó en 2012 el término “trampa de Tucídides”, denominando así al argumento que utilizó el historiador y militar ateniense para justificar la guerra del Peloponeso, entendiendo aquel conflicto como la respuesta de una potencia hegemónica, en aquel caso Esparta, al desafío de una nueva potencia que emergía, Atenas. Según Allison, en el mundo actual, la trampa de Tucídides podría darse entre unos Estados Unidos que ven peligrar su hegemonía mundial ante una China que parece que superará pronto en todos los ámbitos a los norteamericanos. Allison se plantea si Estados Unidos será capaz de escapar a la trampa de Tucídides y evitar buscar la confrontación directa con China. ¿Pero serán los chinos capaces de evitarla también?

China también parece ver con desconfianza las relaciones entre su país y occidente, pero no sólo en perspectiva futura, sino también a la hora de interpretar su pasado más reciente. Para los historiadores chinos en 1839 comenzaron “los cien años de humillación” con el inicio de las guerras del opio, con las que los británicos trataban de asegurar sus negocios en el mercado del opio en China. Se iniciaba así un periodo en el que el reino de China se convirtió en un títere en manos de las potencias occidentales, que llegó a su máximo de injerencia sobre el destino del país con la brutal invasión japonesa del país en 1931.

Para la historiografía china aquel siglo de humillaciones terminó con la derrota de los japoneses en 1945. Sin embargo, los historiadores del Partido Comunista Chino prefieren poner fin al siglo de injurias en 1949, con la victoria de Mao sobre el nacionalista y aliado de Occidente Chiang Kai Shek, dando así nacimiento a la China comunista. La de Mao sería la primera revolución de una China que trataba de sacudirse el yugo de Occidente y conseguir convertir de nuevo a China en la potencia que fue en otros tiempos.

Pero con Mao se inició una época de turbulencias y crisis continuas que no consiguió hacer despegar a China. La modernización y el crecimiento económico despegaron tras la muerte del líder comunista chino, gracias a un nuevo dirigente reformista, Deng Xiao Ping. Este llevó adelante la segunda revolución del país, adoptando para ello la economía de mercado pero sin renunciar en lo político al partido único.

En 1989 demostraría a los jóvenes estudiantes que pedían más democracia en Tiananmén que el partido único era incuestionable en la Nueva China. Economía de mercado sí, pero sin democracia liberal. Comenzaba el despegue económico de China, que en tres décadas ha sido capaz de ponerse a la altura de los Estados Unidos.

El ascenso de Xi Jinping

En 2012 un nuevo líder llegaba para poner a China a la altura del nuevo milenio y de su poder económico mundial. Xi Jinping, un dirigente que fraguó su ascenso político en la lucha contra la corrupción dentro del Partido, iniciaba lo que él mismo calificaría como la tercera revolución. Para ello se valió del asombroso desarrollo y modernización del país. Además del desarrollo económico, Xi Jinping retomó la visión histórica que entiende la historia reciente de China como la de una humillación infligida por Occidente. Xi se marcó como objetivo el volver a colocar a China como el milenario Reino Central, reclamando su parte de poder en un mundo en el que los Estados Unidos ya no pueden ejercer el papel de potencia hegemónica y absoluta.

Esta lectura del papel de China que hace Xi Jinping no ha hecho más que aumentar las reticencias de Occidente respecto a su proyecto. Uno de los pilares de la nueva China de Xi Jinping ha consistido en colocar al Partido Comunista Chino en el centro ideológico y cultural de la sociedad china. Xi ha vuelto a centralizar todo el poder en manos del partido, desde su política económica hasta el control de la sociedad. Nada debe escapar a la supervisión del partido. La censura y el control de internet han sido uno de los aspectos más criticados de la nueva política de Xi, junto a la vulneración de derechos humanos contra las minorías étnicas del país y la oposición política, que pide mayor democratización del sistema. Estas medidas no han hecho más que aumentar las críticas desde occidente al cada vez mayor autoritarismo del régimen de Pekín, retroalimentando las suspicacias del gobierno chino hacia la opinión pública y las administraciones occidentales.

Xi Jinping ha logrado concentrar en su persona el poder político, económico e ideológico del país como ningún líder hizo desde Mao o Deng. Pero la nueva China con la que Xi sueña también ve en el ámbito militar un desafío al que enfrentarse. Su proyecto de modernización del ejército ha apostado por una mejora tecnológica y una reorganización completa, con el objetivo final, como él mismo ha dicho públicamente, de “la preparación para el combate”. Todo un desafío a la única superioridad clara que por ahora parece mantener los Estados Unidos respecto a China, el del poderío militar.

Carrera armamentística

Esta carrera armamentística que parece haber dado inicio China ha aumentado la tensión en el área del Pacífico, zona que para algunos autores será el área económica más importante del planeta en el futuro, y por el que la lucha por la hegemonía entre chinos y estadounidenses puede decidir el destino del resto del mundo. Estados Unidos parece haber aceptado el reto desde hace tiempo, y muchos ven en la retirada de Afganistán el desplazamiento de recursos hacia su propia carrera de militarización de su red de bases y regiones aliadas en la zona del Pacífico.

Pero en este juego chinos y norteamericanos no están solos. Existen varios conflictos en la región entre los distintos aliados de ambos países que podrían hacer saltar la chispa. Uno de los más conocidos es el coreano, que cada cierto tiempo amenaza con retrotraernos a los peores días de la guerra fría. Otro es el del mar de china meridional, clave en el tráfico marítimo de mercancías a nivel mundial y de gran importancia en recursos energéticos, que se disputa China con países como Vietnam, Malasia, Filipinas o Brunei. Sin olvidar el conflicto de las islas Senkaku, que se disputan China y Japón.

Pero el conflicto estrella es el de la isla de Taiwán. China la considera parte de su territorio y afirma que debe formar parte de su integridad como nación. A su vez Taiwán, que sirvió como refugio a las tropas derrotadas de Chiang Kai Shek, también se ve como la verdadera China y se niega a caer en manos del régimen comunista de Pekín. Solo el apoyo norteamericano a Taiwán ha evitado la invasión de la isla, hasta ahora.

La cuestión de Taiwán

La retórica entre los Estados Unidos y China por la cuestión de Taiwán ha ido endureciéndose día a día con los cruces de declaraciones entre los portavoces norteamericanos y los responsables de exteriores chinos. Las últimas declaraciones del ministro de defensa chino en el Foro de Seguridad de Singapur, condenando la estrategia del Indo-Pacífico norteamericano, acusando a los Estados Unidos de secuestrar las voluntades de múltiples países del pacífico para ponerlos en contra de China, y subrayando que China está dispuesta a reintegran Taiwán incluso por la fuerza, parecen augurar momentos de tensión en un futuro. El enigmático silencio que China adoptó respecto a Ucrania, evitando la intervención directa en la crisis, parece roto en lo referente a Taiwán, que parece abrir un foco de tensión incluso más peligroso que el de Ucrania.

¿Serán capaces ambos países de evitar el conflicto y escapar a la trampa de Tucídides? Los representantes chinos no paran de describir su futura hegemonía como cultural o económica, asegurando que no utilizarán la fuerza militar para imponerse, ejerciendo un poder blando que se verá legitimado por los valores culturales y filosóficos de un reino milenario que parece volver a su lugar originario.

Al otro lado del Pacífico, los Estados Unidos pregonan que la guerra no es una opción para ellos y que un mundo interconectado económica y culturalmente parece condenado a entenderse y evitar el conflicto. Veremos en un futuro si ambas declaraciones de paz y amistad son verdaderas. Esperemos que Tucídides se equivoque esta vez y el enigma que encierra una China como gran potencia mundial para el futuro de la humanidad no signifique una nueva Guerra Mundial, negando la validez de cierta frase confuciana que dice “como no hay dos soles, tampoco puede haber dos emperadores”.