Cuando muchos creían que el expresidente Trump empezaba a moderar sus modales para adquirir un tono más respetable como posible futuro presidente, volvió a sus exabruptos y comparaciones insultantes que parecen totalmente innecesarias en una campaña electoral en que goza de una ventaja casi decisiva. El “casi” es importante porque, si bien los medios informativos a un lado y otro del espectro político insisten en que ya es prácticamente el candidato republicano ungido para las elecciones de noviembre, el único rival que le queda todavía tiene motivos de esperanza de llevarse la candidatura de su partido.

Es porque esta rival, Nikki Haley, la exembajadora ante las Naciones Unidas y exgobernadora de su estado nativo de Carolina del Sur, no solamente tiene algunas ventajas claras sobre Trump, sino que ha conseguido que su rival vuelva a las andadas en sus denuestos y repugne a votantes que necesitará para ganar las elecciones.

Haley, que quedó en tercer lugar en la contienda semejante a una primaria del estado de Iowa, superó todos los pronósticos en New Hampshire donde, si bien perdió, quedó a tan solo 10 puntos de diferencia de Trump y prometió seguir luchando hasta el día en que se celebren primarias en su estado de Carolina: si también pierde allá, se plegará a la realidad de que los republicanos prefieren a Trump, pero mantiene las esperanzas de que esto no suceda.

Los resultados fueron tan buenos en comparación a las previsiones, que Haley prácticamente celebró su derrota como si hubiera sido una victoria, algo que seguramente irritó tanto a Trump que reanudó su táctica de ataques personales y llamó a la misma persona a la que había nombrado hace pocos años embajadora ante la ONU, el primer puesto diplomático del país, una “cabeza de chorlito”, es decir, una tonta.

Es algo que sus seguidores corearon inmediatamente y se pusieron a cantar, probablemente sin darse cuenta de que semejante comportamiento ha de tener un efecto funesto sobre un grupo relativamente pequeño, pero esencial para ganar las elecciones: los independientes, los indecisos, quienes pueden inclinar la balanza de manera definitiva a pesar de ofrecer relativamente poco número de votos.

Está por ver cuántos seguidores ha ganado Trump para su rival Haley, pero tanto o más importante es cuánto ayuda con esta conducta al que habrá de ser su rival si Trump efectivamente se convierte en el candidato presidencial republicano. Sus exabruptos y despropósitos tan solo pueden ayudar al presidente Biden, un hombre que ha llegado a tal grado evidente de senilidad, que difícilmente podría resistir ante cualquier otro candidato.

Tanto es así, que los demócratas no dejan de barajar nombres de posibles políticos con talento que pudieran tomar el relevo de Biden antes de las elecciones si es que su salud se sigue deteriorando en los próximos diez meses, o si los republicanos cambian de candidato.

Tal vez los activistas del partido estén dispuestos a defender a Trump a capa y espada, pero no está todo en sus manos: estos incondicionales no suman porcentajes suficientes y necesitan que se les unan moderados e independientes. Además, la larga serie de pleitos y acusaciones, e incluso la posibilidad de que el Tribunal Supremo falle de alguna manera que perjudique la campaña de Trump, pesan sobre su candidatura.

Pero si mantiene esta campaña, hace realidad la estrategia electoral de Joe Biden: con su senilidad y con los problemas de inmigración y delincuencia que tiene ahora el país, parece que al actual presidente tendría muchas dificultades para ser reelegido… a no ser que su rival sea Donald Trump quien se convierte así en la mejor de sus apuestas.