Desde hace un siglo, la población judía de Estados Unidos sigue fielmente al Partido Demócrata y ha dado por una gran mayoría su voto a sus candidatos presidenciales, con la sola excepción de Jimmy Carter, que perdió este apoyo en su campaña para la reelección en 1980.

Esta fidelidad ha sido correspondida, pues las cuestiones que más han interesado a esta población judía, como la ayuda al estado de Israel, han tenido un apoyo claro por parte del gobierno norteamericano. En realidad, el apoyo ha sido de los dos partidos, aunque la población judía no ha cambiado sus preferencias para agradecer a los republicanos que también ellos apoyen políticas favorables a Israel.

Parte de este apoyo ha sido dar respaldo al gobierno de Israel, un lejano país al que emigran unos pocos ciudadanos judíos norteamericanos, pero al que casi todos apoyan de manera incondicional. Es algo que se ha reflejado en ayudas económicas generosas y en la defensa de los intereses de Israel en los foros internacionales, en acuerdos comerciales ventajosos, en cooperación tecnológica y, especialmente en elevados presupuestos de ayuda militar.

Ambos partidos están de acuerdo en conceder una generosa ayuda a Israel para defenderse en un vecindario hostil que desea la desaparición del estado judío y en considerar automáticamente amigos a quienes sean elegidos para gobernar el estado judío.

Pero las cosas están cambiando. en parte por la fuerza simple de la presión demográfica: en Estados Unidos viven poco más de siete millones y medio de judíos y tan solo tres y medio de musulmanes, en su mayoría árabes. Las previsiones son de que la población musulmana crezca mucho y rápidamente, de forma que Mahoma suplantará a Moisés como segunda religión del país (a todos los cristianos los engloban en la misma estadística) y el número de ciudadanos de origen árabe se multiplicará rápidamente para superar, tanto en religión como en demografía, a la población judía.

Es evidente que semejante cambio ha de tener consecuencias políticas y no ha hecho falta esperar a que la población musulmana supera a la judía: su influencia se nota ya en la política y en el activismo de algunos parlamentarios musulmanes que tratan de influir en la política de Estados Unidos hacia Israel.

Es algo que repentinamente quedó de manifiesto este otoño, tras el ataque de Hamás contra Israel: a pesar de que el número de víctimas israelíes fue muy elevado, con aproximadamente 1200 muertos y varios centenares de rehenes que aún siguen en cautiverio: los políticos musulmanes norteamericanos adoptaron la posición de que se trataba de un ataque justificado por la represión israelí de la población palestina.

Siguieron manifestaciones en las universidades y pancartas por doquier en defensa de los palestinos y en contra de Israel, Y no solo a cargo de estudiantes o población musulmana, sino de la progresía del momento que identifica a Israel como el opresor y a los palestinos como su víctima.

Si era previsible esta posición en los políticos musulmanes, la gran sorpresa la dio esta semana el líder de la mayoría demócrata en el Senado, un nada bisoño político que además es judío: a los cinco meses de lo que en Estados Unidos y casi el resto del mundo se ha calificado de atentado terrorista, utilizó la gran tribuna que le da su cargo para pedir un cambio de gobierno en Israel, que muestre más consideración para con los palestinos y una política más tendente a llevar la paz al Medio Oriente.

Una enorme capacidad de influencia

A diferencia de la población musulmana, los judíos norteamericanos tienen una enorme capacidad para influir en muchas áreas debido a sus posiciones de liderazgo: en grandes empresas bursátiles, despachos jurídicos de prestigio, centros de investigación y medios informativos influyentes como el New York Times, están en manos judías y cuesta imaginar que no reaccionen ante el cambio de actitud de los políticos a quienes han apoyado hasta ahora.

Especialmente porque en las filas republicanas el apoyo a Israel parece tan firme como siempre y es probable que el aspirante a regresar a la Casa Blanca, Donald Trump, aproveche el momento para atraerse a un grupo que tiene tal capacidad de influir en la opinión pública del país. Hasta podría esperar que los medios informativos o los centros culturales dejaran de atacarlo e incluso le encontraran algunas de las cualidades que ven en él casi la mitad de los votantes del país.

Y ciertamente, si los legisladores demócratas continúan acercándose a sus nuevos colegas musulmanes, es posible que se produzca un realineamiento en las preferencias y fidelidades políticas de Estados Unidos y que el Partido Republicano –incluido el ahora tan desdeñado candidato a presidente republicano– reciban un buen empuje de sus nuevos aliados sionistas.