La carrera por una reducción de costes en la que las energías renovables participaron en la década del 2010 al 2020, en competencia con las fuentes de generación fósil y luego entre ellas mismas, la eólica y la solar, y cómo fue esa carrera, se encuentra entre las principales causas de que hoy el sector esté sumergido en una crisis de viabilidad.

La industria eólica, originalmente impulsada por empresas europeas creadas para tal fin, fue posteriormente absorbida por grandes compañías multinacionales las cuales, una vez demostrado el potencial económico, entraron creando grandes y costosas estructuras corporativas. Estas fueron necesarias para alcanzar una economía de escala necesaria para lograr esa reducción de costes exigida, para poder acceder a una financiación rápida y barata en una industria intensiva en capital y para crear un footprint industrial global para suministrar tecnología a los 5 continentes.

En consecuencia, la rentabilidad de la cadena de suministro y fabricación de aerogeneradores, al final de la última década, ya se encontraba al límite provocada por dicha competición. Se entregaba tecnología con la que los operadores de los parques podían generar hasta a 20 €/MWh, precios suelo de adjudicación de proyectos mediante los mecanismos de subastas que las administraciones de todo el mundo articulaban ágilmente para abaratar el coste de la energía.

Y esta situación ya delicada ha terminado por estallar, fruto de las consecuencias de las últimas crisis desde la pandemia de la covid-19 hasta la más reciente guerra en Ucrania. Estas han provocado el incremento de los costes logísticos como no se había conocido anteriormente, así como de las materias primas necesarias para la fabricación de componentes de los aerogeneradores provocando todo ello la entrada en pérdidas al último de los fabricantes de aerogeneradores de los 5 occidentales que todavía venía disfrutando de una escueta rentabilidad positiva.

Debemos hablar entonces, no hay otra alternativa, de mecanismos de recuperación para un sector que emplea en Europa a cientos de miles de personas y genera riqueza, calidad de vida y es el vehículo principal, junto con otras tecnologías de generación de energía renovable, que nos pueda llevar hacia una descarbonización de los sistemas energético, industrial, del transporte y de modelo residencial.

La industria eólica y solar, el corazón de las energías renovables, ya muestra indicios de una concienciación para recuperar la producción en Europa y Estados Unidos. Porque para conseguir una independencia energética, que sea real, los fabricantes de aerogeneradores deben volver a tener a los proveedores lo más cerca posible. Y éstos, deben ya realizar cambios para introducir urgentemente en sus propios procesos productivos, la mayor parte de materia prima reciclada que sea tecnológicamente posible, y así mitigar progresivamente el estrangulamiento en el suministro de ciertas materias primas que están en manos de algunos países asiáticos, y porque no decirlo, también en manos de Rusia como es el caso del aluminio o el titanio.

Y todo esto es absolutamente necesario porque persigue un fin todavía más elevado e importante que el de la propia supervivencia de la industria europea, y lo que esto conlleva en términos de mantenimiento de empleo. Por encima de todo ello, por encima de nosotros mismos, está la obligación de proceder con la descarbonización del sistema en el que vivimos y que nosotros hemos creado, sin saber que no era bueno. Si alguien pretende traer la variable económica a esta ecuación, que es la realmente importante, y seguir tomando decisiones únicamente según lo que es ¨más barato¨, se le puede decir que la descarbonización no es cara, lo que va a salir carísimo es no haberla empezado hace 30 años.

El problema actual es que Europa no se comporta como un mercado que proteja la posición de sus empresas y por lo tanto de los europeos, importando la tecnología de la que carecemos y no importando todo, como sucede ahora, simplemente porque es ¨más barato¨.

Tenemos que hablar claro para que se entienda. Más allá de situaciones críticas y crisis profundas que siempre son dolorosas pero coyunturales, la serie de conflictos actuales, si algo han dejado de manifiesto es la necesidad de ser independientes energéticamente, y es precisamente a través de las tecnologías de energías renovables que se puede emprender la transformación. Y estas, si queremos alcanzar el propósito definido y no hacerlo tarde y quedarnos a medias, como a veces le pasa a Europa, se deben desplegar a gran escala, pero también producidas una industria local, con el menor impacto que sea posible en consumo de recursos naturales utilizando para ello masivamente materiales reciclados y con una planificación en su despliegue de medio y largo plazo. Es la única forma de construir donde menos daño se produzca al medio ambiente y a la biodiversidad, aunque el daño exista y por eso hay que seleccionar y gestionar a través de planes y ordenación. No sirve por tanto poner objetivos en un papel si no se habilitan los mecanismos para la aprobación de los proyectos y la concesión de puntos de conexión. Estamos, en Europa, en el paraíso de las renovables y no vamos a encontrar otro vehículo industrial y sectorial similar con el que generar calidad de vida y crecimiento sostenible.

Pero también de algún modo, las grandes compañías han perdido en los últimos años el foco en los productos, en la investigación y en el desarrollo tecnológico para ponerlo en la ingeniería financiera para maximizar el dividendo basándose en la toma de decisiones únicamente por coste, por lo que resulta ¨más barato¨. Esta estrategia casi la única, indiscutible por años, nos ha llevado a deslocalizaciones de la producción, a externalizaciones de la generación tecnológica, a las carreras de consolidación por compra de unas compañías por otras, y en definitiva a una terrible desindustrialización europea.

Pero actualmente, con una inflación en niveles de récord, el acceso abierto a una financiación todavía barata, y con la sombra de una recesión que nos amenaza por el oeste, este modelo ya no es sostenible.

Las deslocalizaciones industriales han hecho fuertes a otros mercados, comercialmente competidores por lo tanto enemigos en términos de mercado, y a Europa la han hecho terriblemente dependiente de materias primas necesarias, energía básica y perdiendo posiciones en liderazgo tecnológico. La realidad ha aparecido de golpe.

Este modelo por tanto está conduciendo a que se reduzcan el número de trabajos para la economía cotidiana, a una contracción de la industria local, a que las pequeñas y medianas empresas de la industria eólica hayan tenido que ajustar al límite, o por encima de él, los márgenes para sobrevivir. Esto impacta y lo hará todavía más, en la clase media trabajadora, que mientras exista crédito fácil no lo va a notar pero que, ya sabemos lo que ocurre por la experiencia del 2008, cuando no lo hay.

Todo esto ha tenido su evolución decadente en los últimos años, aunque la pandemia y la guerra de Ucrania nos está dejando en una situación complicada de golpe. Ahora es China, y Asia por extensión, quien posee los recursos, el conocimiento, la tecnología, el capital y la influencia para gestionar todo ello. La covid-19 ha sido un baño de realidad para Europa, incapaz de producir bienes básicos y sencillos como mascarillas quirúrgicas.

Y después han llegado los aumentos del precio de los combustibles, golpeando en la línea de flotación del sistema industrial, el transporte y la movilidad civil. Con este panorama, la ficción eufórica de la globalización es difícil ya de defender.

*Director Gerente de ENERCLUSTER y Socio Director de ABINTUS Consultoría