El 10 de julio de 1947, se cumplen 75 años, el torero Manuel Rodríguez Manolete actuaba con gran éxito en su última corrida en la plaza de toros de Pamplona que cumplía 25 años. Aquella tarde propiciaría un curioso encargo a un joven de Erratzu que entonces se iniciaba en la pintura, José Mari Apezetxea, para que retratara al diestro en el que sería el único tema taurino de su dilatada y notable carrera artística.

Última corrida de Manolete en Pamplona.

Última corrida de Manolete en Pamplona. Archivo

José Mari Apezetxea Fagoaga (Erratzu, 1927-2017) fue, con Ana Mari Marín y hasta su muerte el patriarca del movimiento que se dió en llamar Pintores de Baztán. Pintor de paisajes y emociones, se formó con su tío político, Javier Ciga, y con su amigo Ismael Fidalgo (ambos tallaron la efigie sedente creada por Jorge Oteiza del padre Llevaneras, fundador del desaparecido Colegio de Lekaroz), y nadie que le conociera le creería autor de una obra taurina. Sin embargo, aunque fuera por una sóla vez, así fue.

Apezetxea recordaba que pintó su Manolete, un óleo sobre tabla de 60 por 40 centímetros, por encargo. Entonces, con 20 años, era seminarista, quizás por influencia de su tío sacerdote Blas Fagoaga, académico de Euskaltzaindia, profesor del Seminario de Pamplona y de euskara en la Diputación Foral de Navarra. En verano, Apezetxea pasaba sus vacaciones, convaleciente de una lesión de rodilla, en la casa familiar, en Zubietea de Erratzu, que albergaba una tienda de tejidos en la planta baja.

Manolete y Julián Marín ven torear a Gitanillo de Triana.

Un representante de comercio visitó el comercio de sus padres y al verle pintando le preguntó si plasmaría al torero para un regalo. “Todavía no sé cómo ni porqué acepté”, recordaba. A Apezetxea nunca le gustó la “pintura por encargo”, pero en aquella ocasión parecía predestinado. “De otra forma”, explicaba, “no lo hubiera hecho nunca (pintar un tema taurino) porque en toda mi vida sólo he asistido a una corrida”.

Gran tarde

¡Pero qué corrida! Para documentarse Apezetxea acudió aquel 10 de julio de 1947 al coso de Pamplona para ver en acción al famoso Manolete en la cúspide de su gloria, que actuaba con Gitanillo de Triana y el tudelano Julián Marín con toros de Antonio Urquijo. Se concedieron diez orejas y tres rabos (a Manolete, cuatro orejas y dos rabos) y la pasión se desató por toda Pamplona.

El caso es que Apezetxea, con lo visto y unas fotos que le facilitó el autor del encargo, lo pintó y se lo entregó: “Por cierto que”, recordaba entre risas, “me parece que me quedé sin cobrar”, y se olvidó del asunto. Plasmó al torero con su delgadez clásica, el rostro severo y cetrino del torero e incluso con la cicatriz en la cara que ya había ganado en su lucha con los toros.

Olvidado

Ahora hace 25 años apareció el retrato, que dormía olvidado en una tienda de antigúedades de Pamplona, fue rescatado y volvió a manos de su autor para que volviera a verlo y se comprometió a restaurarlo.

Días antes, el anticuario Francisco Javier Echarri llegaba a Elizondo como juez ciclista en la Vuelta a Navarra, y comentó a un elizondarra:”¿Sabes que tengo un cuadro de Manolete pintado por Apezetxea?”. Venga, eso no puede ser, que sí, que no, y entre bromas y risas surgió el compromiso: “Si lo confirma José Mari te lo compro”. Y se lo compró.

El Manolete de Apezetxea, auténtico, confirmado por su autor que tuvo además el detalle de restaurarlo, lleva la firma JMApezecheaF, como firmaba entonces (luego, sólo Apezetxea) o quizás lo hizo para despistar, y llegó a Antigüedades Echarri (en la calle Mayor, 40, en Pamplona) con muchas otras cosas: “Lo compre en una herencia con unas cosas taurinas más”, explicaba Echarri, procedente de la familia de un renombrado músico navarro de cuyo nombre no queremos ni debemos acordarnos, que fue el destinatario del regalo. Un Manolete de cuerpo entero que, caso único en su muy notable carrera artística, pintó José Mari Apezetxea.

Dos meses después de aquel 10 de julio de 1947, Manolete, gran amigo de la Casa de Misericordia de Pamplona, era gravemente corneado por el toro Islero en la plaza de Linares y se abrían las puertas de su muerte y de su leyenda. Y su retrato, con él, cumple también 75 años.