Más de un centenar de gigantes de 24 comparsas navarras se dieron cita ayer en la tradicional gigantada, que este año ha cumplido su edición número 48. Organizada por la Orden del Volatín, en esta ocasión se trataba de una concentración especial, pues era la primera vez del acto tras ser declarado de “interés social” por el Gobierno de Navarra. Un reconocimiento a un evento que comenzó en 1975 con unas cuarenta figuras y que no ha hecho más que crecer a lo largo de los años.

Así, más de trescientos bailarines de las comparsas de Castejón, Noáin, Olite, Cascante, Fitero, Mendillorri, Carcastillo, Rotxapea y Rotxapea Txiki, Santacara, Cintruénigo, Caparroso, Javier Bozal de Artika, Corella, Fustiñana, Artika, Andosilla, Cortes, Buñuel y Viana -además de todas las comparsas de Tudela (gigantes de Tudela, Perrinche, Hermanos Gurria y Eguzki Kompartsa)-, recorrieron las calles centrales de la ciudad durante más de cuatro horas. Los niños, acompañados en su mayoría por sus madres, siguieron con interés a las figuras, que por segunda vez en la historia superaron el centenar.

Una vez más, el calor fue el protagonista, por lo que no faltaron los abanicos, botellas de agua, helados y hasta kalimotxos para hacerle frente, dejando claro que, cualesquiera que sean los materiales con los que se hacen los gigantes, estos son ignífugos. Los cerca de 35 grados que se alcanzaron, hicieron de la ruta toda una auténtica prueba de supervivencia, tanto para el público como para los danzantes, que buscaban una sombra que, en esta ciudad, parecía no existir. Quizás por eso pareció que la afluencia -siendo alta- era menor a la de otras ocasiones, en la que las calles estaban a rebosar.

Los gigantes se repartieron en tres rutas: una partió hasta la plaza Sancho VII el Fuerte, otra se quedó en la plaza de la Constitución y la última hizo lo propio hacia la plaza de la Judería. En sus respectivas plazas, las comparsas fueron alternando bailes separados y juntos para después partir hasta la plaza de los Fueros en donde, en torno a la 13 y 30, bailaron todas al unísono de la música de los gaiteros de Tudela.

En la plaza de la Judería, unos niños preguntaban a sus padres si se podían meter dentro de la fuente. “Solo las manos”, les restringían con ciertas dudas. No fuera a ser que les saliera un tercer brazo al contacto con el agua. En la plaza Nueva, otros niños protestaban porque toda la sombra que había, una finísima franja justo debajo del quiosco, estaba repleta de personas apretadas como sardinas en lata y que no parecían dispuestas a ceder un sitio tan privilegiado. “Paso de los gigantes. Vamos a tomar algo”, ordenaba una mujer a sus amigas mientras movía con rapidez un abanico rojo. “Yo me voy a quitar el pañuelo y que le den”, comentaba otro señor, respetuoso con las tradiciones, pero que prefería llegar vivo a la hora de la comida.

Tras el encuentro en la plaza de los Fueros, los gigantes salieron sin distracciones hacia los camiones, en donde se recogieron hasta el año que viene. Si a nadie le da antes un golpe de calor, claro.