Si tuviera que resumir en una frase la existencia de Carlos Polite diría que ha tenido una buena vida, y que sobretodo, ha sabido vivirla. Y para ello se ha tenido que forjar un carácter determinado a lo largo de los diferentes ambientes que uno recorre en su vivir.

Nacía un 8 de julio mientras el tudelano Julián Marín, que llevaba poco rato de alternativa, liquidaba al último de la tarde en un día de calor en Pamplona. Era la corrida de más enjundia de aquel año, y Gabino Polite y su compadre Félix, amén de otros más que allegados, alegres disfrutaban de aquella corrida del Marqués de Urquijo, con Manolete y Pepe Luis Vázquez encartelados junto al joven ribero. Tarde de éxito y jolgorio que llegaba a su cénit cuando Gabino y cuadrilla se llegaba al Mochuelo donde su madre, maña de primera, entre broncas, le enviaba a la carrera a la maternidad porque la señora Pilar, su mujer, acababa de traer al mundo su primer vástago. La que tuvieron que liar en dicho recinto al calor del sanferminero instante, que la monja jefa de la sala los echó con cajas destempladas emplazándolo para la siguiente mañana, bien lavado y arreglado. ¡ Y es que mandaban mucho las monjas por entonces! Contaría años después Gabino a Carlos, que creció en ese ambiente de alegría, compadreo y amistad que vio entre su padre y sus colegas, y donde los toros ya estaban presentes.

Inteligente, perspicaz y constante desde su tierna infancia, era un hacha en todas las materias. Tanto gustaba de las mates como adoraba la música, como devoraba bibliotecas de todo género. Y tras sus buenas notas fue a estudiar a Tarragona lo que entonces se denominaba Perito Industrial, terminando la ingeniería completa en la Universidad Laboral de Córdoba, ambas instituciones regentadas por los dominicos. Si destacaría que ya lo quisieron fichar allí para la orden, y ya por entonces se atrevía a replicar con la coplilla “a un socialista confeso viene Vd. a desconfesar”. Lo cierto es que la señora Pilar les decía a sus siguientes hijos que seguro que vuestro hermano hubiera llegado a cardenal. Cosas de madres. Pero lo claro siempre ha sido que nunca se llevó bien con la orden inquisidora, según le decía.

Fue acabada la carrera, y estando en la mili, cuando sus ojos se cruzaron con su media vida. Subiendo y bajando la cuesta del mochuelo, una joven Lola ya se había fijado en sus huesos uniformados, como si él no se hubiera dado cuenta también. Y charlando en el viejo San Juan donde Lola y su familia iban a ver jugar a su hermano Alfonso, que ya de joven despuntaba en el Osasuna fue surgiendo el noviazgo de la pareja.

Fue en al año 71 cuando juntó sus manos con Lola Fanjul, la mujer que le ha acompañado la mayor parte de su existencia. Con ella tuvo a su hijo Carlos, del que siempre habla con orgullo de padre, no por ser un abogado fino y competente, sino por ser una gran persona. Aunque siempre le quedó la espina que a él no le interesara la Tauromaquia, cosa que suplía al momento comentando que le daba sopas con ondas en el mundo del cine, otra de sus muchas aficiones, en las que desplegaba verbo y soltura ante los mejores sabedores. Pero si por encima de una afición, como podía ser para él el séptimo arte, su verdadera pasión era la música, y por encima de todos los géneros, el flamenco era su debilidad. Además en todas sus muchas vertientes, porque jamás fue un hombre que se cerrara a una sola idea. Sus muchos programas de flamenco en Radio Paraíso donde se labró legión de admiradores, muchos de ellos ojopláticos se quedaban por la de entrevistas de personajes de la farándula que atesoraba en sus sesiones radiofónicas. Años después podemos comentar que más de una, salidas al paso con amigos haciendo imitaciones de más de un personaje. O sin imitar. Pero es que en aquellos años, no existían móviles ni televisiones como para reconocer a todo el mundo. Fueron años de enjundia mientras coordinaba el bienio Sabicas en el Gayarre, y ya era conocido por el personal como el Jito Carlos. No puedo enumerar las muchas historias porque llenaríamos dos periódicos, pero si recordarán sus partidarios que entre las muchas actuaciones consiguió que Juan El Habichuela diera su último concierto en Pamplona. Y lo cierto es que era una delicia escucharle cantar. Lo mismo una soleá, un fandanguillo que un cante de ida y vuelta. Jamás podremos olvidar, los que allí estuvimos, darle rienda suelta en el campo andaluz a todo su repertorio, mientras mujeres y hombres, señores y siervos, bailaban al son de sus cantes a capella.

Pero donde Polite fue encumbrado a la categoría de maestro fue en el mundo de los toros. Y lo fue por los demás, y por mérito propio. Porque la Tauromaquia no era ni afición ni pasión para él. Siempre entendió la fiesta como algo natural, integrada en sí mismo y en su misma vida. Algo mamado desde la cuna, y buscado hasta su más última esencia conforme los años y su carácter se fueron desarrollando, porque era un devorador de libros, de charlas y de momentos. Pocos como él consiguieron cuadrar con personajes de otro tiempo. De hecho, su relación con don Eduardo Miura fue un rara avis en tiempos en que a nadie daba cara el viejo criador. El tiempo contó que en las muchas horas y charlas que ambos echaron del cine, del que ambos eran apasionados, fue el eje de toda conversación. De ahí surge su amor por esta casa, amén de la gran amistad que ha mantenido con los hijos de aquel, en especial con su querido Toto, por el que siempre tuvo un gran cariño.

Y en los medios desde sus comienzos en Radio Popular junto a otro hombre inolvidable como fue Jesús Zúñiga, al que profesaba verdadera devoción, pasando por Navarra Hoy, y por esta casa, mucho se hablará aún, porque larga es su sombra. Pero sí hay que resaltar algo que siempre se tuvo por verdad en esta casa. Cuando Polite llegaba a la redacción con su habitual “hola chicos, qué pasa guapas”, llenando de alegría y grandeza la sala, a todos quedaba claro que empezaban los Sanfermines.

Furibundo defensor del toro per se, amigo de sus amigos y recalcitrante enemigo de todos los chuflas, soberbios y trepas, era un hombre completo y complicado en sí, que cayó en las mejores manos para hacer de él una sencilla persona que lo mismo le daban las tres de la mañana leyendo sin parar, como limpiando verdura; borraja, bainetas y espárragos sus preferidas. Porque lo que se haga en la vida hay que hacerlo lo mejor posible y en las mejores circunstancias, no mirar atrás ni a los lados y disfrutar de cada momento. Carlos fue un enamorado de su familia, con pena de no haber podido disfrutar más de su joven nieto, por quien perdía la baba, y cercano, muy cercano a sus queridos. Ha sido un maestro en muchas de las artes que trató de domeñar, pero por encima de todo ha sido un maestro de la Vida.