ola, personas, ¿cómo estáis?, hartos me imagino. Supongo que nunca un solo adjetivo había unido a tanta gente. En fin, ya pasará.

Hoy me enfrento al más difícil de los 117 ERP que llevo escritos, hoy me enfrento a contar verdades. Como ya sabéis, porque lo anuncié la semana pasada, este jueves El Rincón del Paseante ha salido a la calle en forma de volumen con la recopilación de los cien primeros artículos, de lo cual me siento enormemente orgulloso; algunos lo habréis visto, otros lo habréis comprado y todos veréis en las páginas de este ejemplar una entrevista que me hacen con ocasión de su publicación. Por cualquiera de las tres vías habréis visto algo que os habrá chocado y ese algo es mi verdadera identidad. Habréis visto que Patricio Martínez de Udobro es un personaje de ficción, un personaje que a fuerza de pasear conmigo se ha ganado todo mi afecto y a fuerza de aparecer en las páginas dominicales ha ganado popularidad entre vosotros, pero no lo busquéis en el registro civil ni en el diocesano, es fruto de mi imaginación, nunca ha existido, mi verdadero nombre es Jose Castells Archanco, quizá alguno me conozcáis.

El nombre de mi paseante no es casual, es un homenaje a tres mujeres muy queridas por mí: obedece al nombre masculinizado de mi hija Patricia y a los apellidos de mis abuelas Luisa Martínez y Angelita Udobro.

Cómo empezó la cosa creo que ya lo he contado alguna vez. Resulta que yo escribía mis paseos nocturnos en mi página de FB y quienes a ella tenían acceso los comentaban elogiosamente y me decían cuánto disfrutaban paseando conmigo por las noches pamplonesas. Uno de ellos fue Joseba Santamaría, amigo de hace muchos años y director de este periódico, un día me dijo que le gustaban mucho mis escritos y le dije: pues? dame tribuna y los sacamos del FB al papel, que los lea más gente. Cuando quieras, me contestó. Concretamos el qué, el cómo y el cuánto y el 28 de enero del 2018 apareció Don Patricio en los papeles, tuvo aceptación y así se me hizo saber de varias maneras, los lectores me escribían dándome las gracias por los buenos recuerdos que de su pasado les hacía reverdecer en su cabeza y contándome que cada domingo esperaban el DIARIO DE NOTICIAS para ver por dónde había paseado esa semana y leer mis pamplonadas; vosotros me animasteis.

La historia de Pamplona y de Navarra con mayúsculas, esa que explica desde el Pompelo fundador al coronavirus ha estado presente en mis ERP pero sin pretender dar lecciones a nadie porque quiero dejar bien claro que mis títulos académicos son los mismos que los de una liebre y que lo que sé lo sé por estar vivo y por un poco de pulido que me he dado por mi cuenta; saber de Pamplona siendo de Pamplona y habiendo vivido en ella durante 62 años con las orejas y los ojos bien abiertos y algún libro que otro metido en la sesera no tiene mucho mérito, a mí me hubiese costado más pasar por la vida sin haber conocido mi entorno.

Llegar a donde he llegado y tener a día de hoy un libro en los escaparates de las librerías me demuestra que por muchos calendarios que hayas consumido y creas que todo ya se conjuga en pasado, la vida siempre te puede sorprender y traerte verbos que conjugar en futuro. Hace dos años en mi mente la posibilidad de estar escribiendo estas líneas y de haber parido un libro de 460 páginas contaba con los mismos boletos que un viaje a la luna o una tórrida aventura con Belén Esteban, pero hete aquí que la realidad nos demuestra que cualquier apriorismo ha de ser descartado.

Yo nací en el 58, por tanto mi infancia pertenece a los años 60 y 70. Mi Pamplona infantil era una ciudad pequeña, limitada, enseguida se llegaba al final de la urbe. Era esa Pamplona que tenía una tapia cuartelera al final de conde Olivetto, esa que tenía el campo en sus calles, con zonas netamente rurales, Abejeras, Rochapea, Magdalena, Iturrama, esa Pamplona en la que salir del centro y del ensanche era hacer una excursión. Esa Pamplona en la que más o menos todos nos conocíamos. Era esa Pamplona pacata, cerrada en sus tradiciones, inamovible en sus convicciones, la de iglesia y cuartel que poco a poco se fue diluyendo en el líquido del desarrollo y de la modernidad.

He contado cosas y casos con pelos y señales y en ocasiones más de uno habrá pensado, pues? ese apellido en esta o aquella circunstancia no me suena de nada; así, por ejemplo, más de una vez he comentado que mi padre fue un activo e impenitente belenista, fundador de la Asociación de Belenistas de Pamplona y no habrá faltado quien haya fruncido el ceño poniendo en duda tal aserto y en Pamplona Castells suena a portal, mula y buey, o que era un rochapeano orgulloso de su barrio, donde mi abuelo asentó sus reales con su familia cuando llegaron de Barcelona en 1928, concretamente en Joaquín Beunza 32 en un chalet que luego fue un colegio infantil, y que eran tan de la Rocha como los Huici, los de casa Tipula o los Aldaz. Todos los recuerdos, las vivencias, las correrías que D. Patricio ha hecho suyas eran suyas porque eran mías. Y todas ciertas. D. Patricio seguirá paseando con su negra silueta de paseante con txapela y bastón.

El libro no es porque sea mío pero creo que es una edición muy interesante para los que amamos nuestra pequeña ciudad y es un regalo ideal para el pamplonés ausente al que sacará una sonrisa y una lágrima. Lo podéis encontrar en la librería Walden de la calle Paulino Caballero, en La Casa del Libro, (Buttini liburudenda), de la calle Estafeta y en la librería Universitaria de Sancho el Fuerte.

Una vez hecha esta confesión quedo a vuestra entera disposición. Cuando esta mierda de pandemia acabe estaré encantado de saludaros y poneros una caña en mi bar, se llama La Fogoneta y estamos en la calle Bergamín Nº 31.

Solo me resta pedir disculpas por el engaño. Espero comprensión. Os deseo que la paciencia no se os acabe y la situación no os supere, sed prudentes que el bicho este tiene mucha guasa y aun no lo hemos vencido. Cada gesto cuenta. Cada precaución aporta. Besos pa' tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com