Lo del frío no lo lleva mal del todo, dice que a buen resguardo no se nota. Porque le tratan estupendamente y el calor de las manos amigas es mucho más fuerte. Pero no olvida que es el primer invierno que tiene que pasar fuera de casa. Solo, sin su piso, que ha tenido que dejar porque no podía pagar el alquiler, en ERTE y en plena pandemia en un invierno que, en días como el de ayer, se presenta -como poco- desapacible. Pero Luis Urbano, natural de Jaén aunque afincado en Pamplona desde que tenía tres años, no pierde la sonrisa. A sus 60 ha tenido que lidiar con una realidad que, de sopetón, le ha dejado en la calle, prácticamente sin nada. Una situación que le está poniendo a prueba, reconoce, aunque sabe que “sea como sea” va a “tirar para adelante”.

Su vida laboral ha estado siempre ligada a la hostelería. Trabajó en el bar Milton de Sancho el Fuerte, que pertenecía al jugador de Osasuna Martín Monreal. Ambos son buenos amigos. Y hace ya cinco años que trabaja en las instalaciones del Club Natación de Pamplona, en el bar, “aunque con el virus nos han mandado al ERTE, tuvimos que cerrar. Ahora sólo está abierta media barra y con cuatro mesas, no podemos hacer más”, lamenta. Sin cobrar y sin poder hacer frente al alquiler (que antes se podía permitir), este vecino de San Jorge lleva 8 meses en el albergue de Trinitarios, “haciendo servicios para ayudar a la gente” aunque espera que hacia mayo o junio la situación cambie y pueda seguir trabajando, porque confiesa que le ha dado “un bajón brutal. De tener mi vida, mi piso en alquiler y vivir solo, a verme así y aquí... Es un cambio total. Pero es una experiencia más”, valora.

Asegura que ha conocido a gente increíble: “Estar aquí te hace darte cuenta de lo que es la vida, y de la realidad de lo que se va, la situación de cada persona... De que, en el fondo, también somos agraciados con lo poco que tenemos”, explica. Agradece mucho el trato que está recibiendo y la labor de los trabajadores sociales y psicólogos. “Hay noches que me meto a la cama y no me duermo, le das muchas vueltas a la cabeza. Llevo tres meses sin cobrar un duro aunque poco a poco, con ayuda de mis hijos y el poder estar aquí, voy saliendo. Es muy duro, no se lo deseo ni a mi peor enemigo”.

Asegura que aunque la realidad le haya pegado “este palo”, espera remontar. Rehacer su vida y recuperar sus amistades, “porque ahora por vergüenza no me atrevo a estar con ellos, no quiero que me vean así. Sé que me echarían una mano pero no quiero abusar... Es muy triste, hay que verse aquí. Pero poco a poco se irá levantando la cosa y volveré a ser quien yo era, que ahora mismo no soy”, valora.

Más movimiento Son, además, meses de movimiento en el albergue. Con el frío se activan protocolos para afrontar el invierno, que siempre mueve a más personas que, al no poder resistir al raso, tienen que hacer uso de estos recursos. “Sí se nota, es normal, y ha venido más gente. Pero muchos pasan la noche y se van, no se quedan estancias largas. Aquí hay mucha gente buena, buenas personas, que se han visto en esta situación por circunstancias de la vida. Ahora más gente, por culpa de la pandemia y de la crisis”, reconoce.

Urbano se marchará pronto, dejará el albergue, y asegura que lo hará también con pena porque en él deja “a mucha gente atrás. Y creo que, además, el corazón se me ha abierto totalmente. Ahora veo a una persona que está en la calle y soy el primero hablarle, preguntarle, darle conversación e intentar ayudarle, cosa que antes no hacía. Antes habría pasado por delante sin hacerle caso, y ahora sería incapaz”, señala. Está esperando a que le llamen para trasladarse a una residencia de Cáritas en Burlada, unas instalaciones gestionadas por religiosas con 20 habitaciones en las que él espera, al menos de momento, volver a empezar y seguir con su vida. Recuperarla, al menos, cueste lo que cueste.