ola personas. Bien, parece que 2021 por fin nos ha dicho adiós, otro que se puede ir con su primo el 2020 a tomar por donde amargan los pepinos. Todos esperábamos de él el oro y el moro, todos creíamos que a poco que se esforzase superaría con creces a su predecesor, pero quiá, lo que esperábamos fetén ha sido fatal. En fin, habrá que esperar un poco más para ver cómo las aguas vuelven a su cauce y no sé por qué, quizá sea por esa necesidad imperiosa que me mueve a ser optimista, pero creo que este que empezó ayer sí que va a ser el bueno. ¿Cuáles son tus argumentos?, me diréis, pues no los tengo, tengo los mismos que para pensar que no lo va a ser y puestos a elegir prefiero la opción positiva que la negativa. Este 2022 ha de ser el año de la recuperación, el año del comienzo del olvido de esta pesadilla, un año que todos recordemos como el del final de algo chungo, como se recuerda el 18, o el 39, o el 45, o el 75, fechas en las que se celebró el final de situaciones tan indeseables como esta que nos aqueja.
Así qué desde aquí os deseo que este año, que tiene en su numeración ese infantil par de patitos y que está lleno de doses, haga honor a su nombre y aplique esos números con benevolencia y nos multiplique por 20 todas las cosas buenas y divida entre 22 todas las malas.
Os deseo de corazón que en diciembre del 22 nos encontremos todos dándonos pellizcos para ver si ha sido un sueño el año que ha pasado tan bueno, tan rico, tan positivo, tan lleno de buenas noticias, con el bicho enjaulado, con los hospitales vacíos, con los políticos capacitados, con la economía saneada, con los chorizos en el maco, con los pobres atendidos. Sin que ni una mujer más abra los noticieros porque un hijo de puta ha decidido que "o conmigo o con nadie", sin refugiados, sin pateras, sin cementerios marinos, sin majaras que matan indiscriminadamente en nombre de no sé qué dios, sin tráficos de congéneres como si fuesen ganado, sin tanta amenaza de tanto iluminado convencido de estar en posesión de la verdad. Y en casa que sea un año lleno de risas, de besos, de te quieros, de familia unida, de aprobados, notables y sobresalientes, de ascensos, de vacaciones compartidas y disfrutadas, de trabajo digno y bien remunerado, de amigos de siempre y que no se vaya ninguno, de juergas sin fin y salud para regalar. Un año de esos que digas cuando acabe, jodeeer, ¡¡VAYA AÑO!!
Probablemente esté pidiendo demasiado pero ya sabéis que siempre hay que pedir 100 para conseguir 50.
Esta semana ha incluido uno de los días destacados del año, el día de nochevieja, fecha clave en el calendario de la mayoría de los pueblos a nivel universal, pocas fiestas habrá que unifiquen tanto al mundo como esta celebración de la despedida del año. A excepción de los chinos, como era de esperar, que este año lo celebrarán el 1 de febrero y de los judíos que celebraron el 6 de septiembre la llegada del año 5782, el resto del orbe celebra el paso del 31 de diciembre al 1 de enero por todo lo alto para recibir el nuevo año como se merece. Cada lugar tiene sus tradiciones, aquí las uvas y las bragas rojas, en Italia las lentejas, en Dinamarca rompen platos, en Chile se van a celebrar a los cementerios y, como elemento común, de Japón a Hawái se queman millones de kilos de pólvora en fuegos artificiales. Este año me temo que no será la nochevieja más cañera de la historia, las restricciones se harán notar y jugarán un papel importante sin duda. De todos modos, no puedo jugar a ser adivino ya que en este momento en el que esto escribo son las 23.58 del día 30 lo que quiere decir que estoy a 24 horas y dos minutos de la hora H, ya veremos como sale. De momento voy a hablar de lo que ya ha sucedido.
Y lo que ya ha sucedido ha sido un paseíto corto que me di ayer tarde por entre calles, calles de alguna manera especiales. Salí de casa a media tarde y me fui a esas calles del ensanche que quedan un poco periféricas de la zona más comercial. Por la Avenida de Galicia salí a Sangüesa y de ésta tomé Tafalla, ambas tienen en su haber una larga acera ocupada por el antiguo colegio de maristas lo cual ya las aboca a una actividad digamos que reducida, seguí mi paseo por Padre Calatayud. Haré aquí un inciso para explicar quién era este señor a quien poca gente conoce. Pedro Antonio Calatayud era un jesuita tafallés del siglo XVII, profesor de retórica y filosofía que llevó una vida tan austera y mortificada que según dice Manuel Iribarren parecía una momia viviente. Fue autor de 39 obras, que imagino apasionantes (ironía). La calle no es mucho más animada que su titular, lugar ocupado antiguamente por infinidad de talleres, como por ejemplo los de calderería de Aranguren o los de la Guardia Civil, hoy en día tiene algo más de oferta comercial, pero dista mucho de ser la Quinta avenida. De la calle del austero jesuita he tomado el tramo final de Navarro Villoslada. Otro que tal baila. Francisco Navarro Villoslada y Navarro Villoslada, sus padres eran primos, fue un vianés del XIX que se movió como pez en el agua en distintos círculos del periodismo, la literatura y la política. Funcionario de carrera en el ministerio de gobernación, director de varios periódicos, secretario personal de Carlos VII y presidente del partido carlista, pasó a la inmortalidad con un par de obras literarias de estilo romántico-historicista, la más famosa Amaya o los vascos del siglo VIII que es un truño de cuidado. Esos fueron sus méritos y en Pamplona tiene una céntrica calle, un más céntrico monumento y un instituto a su nombre. No lo entiendo. Algún día dedicaré un ERP a los nombres de las calles de nuestra ciudad, algunos son inexplicables.
Por la esquina donde antiguamente estaba el chalet llamado 18 de julio y que albergaba un ambulatorio, doblé a la calle de Juan Huarte de San Juan, escritor y médico nacido en San Juan de Pie de Puerto en 1530 pero criado y vivido en Baeza donde falleció en 1588, autor de Examen para los ingenios de las ciencias, celebradísima y discutidísima obra en su época. Otro que no sé yo si tiene predicamento suficiente entre nosotros para tener tan céntrica calle, por ella salí a la de San Fermín, este no necesita presentación, y al cobijo de nuestro querido patrón llegué a la plaza de la Cruz. Tomé Bergamín para llegar al centro y perderme en Roncesvalles y San Ignacio por el jolgorio navideño de tiendas, gentes, luces y compras sin cuento. Sin duda vi dos caras de una misma ciudad en pocos metros. Pero eso ya es otra cosa.
Feliz año nuevo, urte berri on.
Besos pa tos.
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