Los honorables
"HAY épocas y lugares en los que no ser nadie es más honorable que ser alguien" sostiene Carlos Ruiz Zafón en El prisionero del cielo, en otra pincelada de la atmósfera atufada que envolvía a la Barcelona de postguerra. La descripción vale para entonces y cobra todo su sentido ahora. Un alguien es un individuo reconocido, popular, afamado, que hace un paseíllo de 30 metros acaparando la curiosidad de flashes y micrófonos. A su espalda, detrás de un mural de carteles con mensajes de censura, están decenas de nadies, de personas sin nombre, que expresan su queja, su malestar e indignación, no tanto con el sujeto que acude a declarar ante el juez, sino con un sistema corrupto que hace posible que él, y otros como él, abusen de esa relevancia social para ganar dinero de manera turbia. Hemos visto nacer y crecer una sociedad paralela en la que todo vale para ser alguien (vender escándalos aunque sean inciertos, desnudar las miserias propias y exagerar las ajenas, meter la mano en la caja porque los demás lo hacen y no les pillan...) y hay todo un entramado mediático que incluso acoge y alienta ese tipo de personajes que si no distinguen entre el honor y el hedor es imposible que actúen con honorabilidad. Pero las gentes anónimas han comenzado a salir a la calle reclamando -no para ellos sino para otros que tampoco son nadie para ese sistema contaminado- una vida digna para los discapacitados, una justicia igual para todos, una protección a las familias desahuciadas... La revuelta de los honorables ya está en marcha y alguien no se ha enterado.