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Casa Gurbindo Etxea

Bucólico. Así es el entorno de Casa Gurbindo Etxea al llegar a ella desde el río. Por su aspecto, puede deducirse que se entra en un ámbito de difusión ambiental. Paradojas de la vida; en tiempos en los que la información supura en nuestras manos, hay que enseñar a los niños de dónde salen los filetes, cómo crecen las lechugas o qué animales ponen los huevos, que lo de su hinchazón se aprende en la universidad de la vida. Al acercarme, me daba cuenta de que, al haberme criado entre gallinas y haber sorteado las cercas de los huertos vecinos para degustar los higos de octubre, poco me iba a aportar la visita en cuanto a la enseñanza agronómica, aunque valía la pena hacerla, siquiera fuera por ayudarme a retornar en la memoria a los años de mi infancia.

En ese estado de cierta ensoñación, me pregunté por el nombre del ampulosamente apellidado Centro de Interpretación de la Agricultura y la Ganadería, CIAG, (que ya es ser pretencioso llamar así a un lugar en el que se ven piar unas gallinas, rebuznar un burro y cómo se garbean unas yeguas a la vista de unas hileras de acelgas, borrajas y otros manjares denostados por la infancia). Dejando el talante hipercrítico al margen, lo de Casa Gurbindo Etxea me llevó a imaginar al prócer desconocido para mí, alguien que mereció que su nombre se estampara en la fachada y en los membretes del flamante centro ambiental. Me propuse indagar sobre el personaje. Resulta que una gran parte del meandro de Aranzadi ha sido obtenido por el Ayuntamiento de Pamplona para uso público (parque) a modo de cesión a cambio de unos derechos urbanísticos que se han materializado en Lezkairu y en Arrosadia. Los propietarios de las viejas huertas y de su caserío han sido compensados con aprovechamientos urbanísticos, que basta ver cómo se denominan, aprovechamientos, del verbo que te aproveche por este regalo que te hace la ciudad, para concluir que el cambio no habrá sido un mal negocio para el titular afectado, sentimientos aparte, que por una revalorización del suelo en proporción uno a diez yo me habría olvidado fácilmente de cómo plantaba mi abuelo las lechugas. Nada tengo en contra de quienes han obtenido en Aranzadi semejantes plusvalías (en todo caso envidia cochina, por obtener tanto por tan poco). Hay que reconocer que la sociedad es muy generosa en los procesos urbanísticos con los propietarios del suelo, inexplicablemente generosa, pero eso es harina de otro costal. Poco me costó deducir que el nombre de Casa Gurbindo Etxea proviene del apellido del titular de la misma.

Se me ocurrió que si haber sido el propietario de la finca es mérito suficiente para dar nombre a una dotación pública, mañana me planto en el despacho del alcalde para solicitar que la avenida de Pío XII me la pongan a mi nombre, ya que nací justo debajo de la acera de los pares, y mi casa natal no desmerecía en nada a los restos que se han salvado en Aranzadi, y las conejeras que mi abuela cuidaba no eran de menor interés didáctico que las del centro ambiental.

Pero mi novia, que es algo más sensata, me ha quitado de la cabeza esa idea, y me ha derivado hacia la búsqueda de personas que podrían dar nombre a un espacio como ese, siquiera fuera para agradecer su aportación tanto crítica como propositiva a favor del medio ambiente urbano. Nombres como el de Mario Gaviria, Lidia Biurrun o José Ignacio Sanz me han venido a la cabeza sin demasiado esfuerzo. Sin duda, otros tantos podrían unirse al listado. Méritos de distinta índole les adornan. Al último de los nombrados, fallecido ahora hace un año, podríamos agradecerle su impulso determinante hacia el saneamiento de los ríos navarros y hacia la creación del parque fluvial comarcal. Esos son méritos muy superiores a haber sacado de la tierra centenares de patatas y haber cultivado esa pieza de Aranzadi con acierto.

Ya en casa, a la vista del pliego doblado de papel de barba con sus dos pólizas estampadas, me he animado a escribir mi demanda:

Señor alcalde presidente de Pamplona-Iruña: sírvanle estas líneas como instancia formal de la solicitud de cambio de la actual denominación del CIAG de Aranzadi. El agradecimiento póstumo también lo es, siquiera sea por la ilusión que el mencionado José Ignació Sanz contagió a tantos en defensa del pensamiento racional de la acción humana sobre el territorio, y en concreto por la defensa de los ríos, el disfrute de los mismos y el parque fluvial de Pamplona y su Comarca. Es gracia que espera alcanzar, y tal y tal?

Después de presentar la instancia en el registro, he reservado por mesa para una agrocomida en el mencionado CIAG: pimiento del piquillo con anchoas, ensalada de brotes verd?, En fin, comprueben ustedes mismos el menú.

El autor es arquitecto