Síguenos en redes sociales:

Sobre la exposición de José Ramón Urtasun

El día 8 de abril se inauguró en el atrio del Parlamento la exposición Navarra 1936, de José Ramón Urtasun, promovida desde el Autobús de la Memoria, y sustentada en los argumentos de memoria histórica defendidos por todas las asociaciones memorialistas. Mienten quienes, por interés partidista, afirman que es una exposición de Podemos, pues mucho antes de que existiera, esta exposición ya itineraba por poblaciones de Navarra y fuera de ella. Repito, el único móvil es la memoria histórica, asignatura pendiente de esta sedicente democracia. Los detractores han tratado de silenciarla, mediante burdas manipulaciones y amenazas, apoyados por un periodismo siervo del Régimen. Arguyen para descalificarla supuestas ofensas contra la Iglesia y contra la vigente monarquía.

El cuadro nº 7 de la exposición recoge el espíritu de cruzada que animó a los sublevados en Navarra, alentados por las prédicas y la colaboración material de la inmensa mayoría de la Iglesia navarra. En sus Memorias de la conspiración, al recordar los comienzos del requeté, Antonio de Lizarza asegura: “Eficazmente colaboró en aquellos primeros trabajos una Junta Sacerdotal integrada por don Jesús Yániz, párroco de Caparroso (alma de la junta); don Pascasio Osácar, párroco de Noáin; don Fermín Erice, párroco de Esquíroz; don Francisco Mª Solabre, párroco de Berriozar; don Francisco Arellano, párroco de Traibuenas y don José Ulibarri, párroco de Ugar (Yerri), que andando el tiempo llegaría al alto del León un 26 de julio al frente del Tercio de Abarzuza”.

En marzo de 1934 una comisión de carlistas y de Renovación Española viajó a Italia a pedir ayuda a Mussolini. Entre otros compromisos el régimen italiano asumió entrenar a miembros de las milicias paramilitares en el uso de las armas donadas. A los entrenamientos asistió, entre otros, el citado Pascasio Osácar. Sin olvidar las fotografías de la época con seminaristas posando fusil en ristre.

José Pemartín, ideólogo del corporativismo fascista que alcanza a todas las organizaciones que impulsan el levantamiento militar afirma en ¿Qué es lo nuevo?: “La nacionalidad española se halla fundida con su ideal católico. El fascismo es, en pocas palabras, la fusión hegeliana de la nación y el Estado. Por consiguiente, si España ha de ser nacional y ha de ser fascista, el Estado español ha de ser necesariamente católico”.

El cardenal Gomá, en una de sus pastorales de guerra, escritas en la paz eclesiástica de Navarra, escribe: “Dios es celoso de su gloria, amados diocesanos, de su gloria y de su poder, “que no quiere entregar a otro” (Is. 42, 8). Por eso debía preparar la caída estrepitosa de quienes conculcaron su nombre y sus derechos en España”. ¿Cómo no iban a colaborar sus más fieles servidores con la obra divina? No otra cosa es lo que refleja el cuadro. ¿Dónde esta la ofensa a la Iglesia? A no ser que consista en contar la verdad.

Como éstas se podrían aportar mil pruebas de la estrecha colaboración de la Iglesia con los sublevados. Poco o nada hizo la Iglesia por salvar miles de vidas sacrificadas en Navarra por los vengadores de Dios, los cruzados de la Santa Cruzada. Sabían lo que ocurría y no hicieron nada por frenarlo, digan lo que digan ahora. Asistían a las ejecuciones para confesar a los que iban a ser asesinados, Como Añoveros, luego obispo de Bilbao, enviado a por el obispo Olaechea mientras éste participaba en los fastos de la coronación de Santa María la Real el 23 de agosto de 1936. Por no citar a los que participaron directamente.

Las prédicas de eclesiásticos de todo rango abundan en descalificar a quienes consideraban enemigos de la religión y de Dios, rebajándolos a la categoría de fieras para justificar su eliminación. Tarea de inmensa responsabilidad contraída por la Iglesia en el asesinato de tanto inocente. Y tras la victoria de la sublevación católico-militar-fascista vino la pesada losa del nacionalcatolicismo que tuvimos que soportar durante decenios. Nacionalcatolicismo que surge de la estrecha comunión que entrelaza a Iglesia, militares y fascistas, pistoleros incluidos, y que tan certeramente refleja uno de los últimos cuadros, donde a la sombra de los símbolos nacionalcatólicos más notables concelebran la ceremonia de su sangrienta colaboración. ¿O acaso no fue así?

Ahora canonizan a sus mártires y mienten como si nada más hubiera pasado.

La monarquía parece ser la otra gran ofendida. Uno de los cuadros muestra al esqueleto del dictador Franco sobre la urna de la democracia, coronando al rey Juan Carlos I, con el asentimiento de los padres de la Constitución, piedra angular de dicha democracia. ¿Acaso no es verdad que Juan Carlos I fue nombrado rey por Franco, y que este acto dictatorial pisotea la voluntad democrática?

El otro cuadro es el de Felipe VI. Al parecer, resultan ofensivas algunas de las medallas que cuelgan de la pechera del personaje, que hacen alusión directa al dictador. Pero este rey no ha pasado por el refrendo democrático de las urnas, sino que es el heredero de una decisión del dictador, guste o no guste. Que todo esto les ofende es evidente, pero ¿cuál es la ofensa? ¿señalar la verdad?

Por último, resulta inquietante la acusación de la señora Beltrán, portavoz del PPN, de que esta exposición quiere “remover un capítulo de la historia de este país que se enmarca en el contexto de una guerra que todos condenamos”. Como si lo sucedido nos hubiera llovido del cielo castigándonos a todos por igual; como si no hubiera responsables de lo sucedido con nombres y apellidos; ni víctimas inocentes todavía no reconocidas. ¿Qué es lo que condena la señora Beltrán? Porque esta gente, hipócritamente ofendida para ocultar sus dependencias con el franquismo, ha extendido la idea de que todos los españoles ya se reconciliaron hace años y que muestras como esta solo buscan atacar a la democracia. ¿Cuándo se ha llevado a efecto esa cacareada reconciliación? ¿Dónde está el reconocimiento de los hechos ocurridos? ¿Dónde el de sus responsables? ¿Dónde el de las víctimas ocasionadas? ¿Dónde el de los esfuerzos por aplicar la justicia a los desmanes cometidos? ¿Dónde? ¿Cómo se tiene el descaro de hablar de reconciliación sin haber dado ninguno de estos pasos? Dice el historiador Francisco Espinosa que la reconciliación no es el olvido. Y es injusto que la reconciliación consista en que las víctimas deban permanecer calladas. Por ello, esta exposición da voz a los que la dictadura y los sucesivos gobiernos sumieron en el olvido.

José Ramón Urtasun utiliza su capacidad artística para rescatar la realidad vivida en Navarra desde 1936, focalizando su mirada en algunos aspectos y momentos de la misma. Extrema el trazo y el gesto con un impactante colorido para que golpeen la mirada del espectador, sin faltar en ningún momento a la veracidad de lo ocurrido.

El objetivo de la exposición no es combatir a la democracia, como dicen hipócritamente las derechas, sino robustecerla, señalando sus debilidades más evidentes: ignorar los flagrantes delitos de lesa humanidad y abandonar a las víctimas. La muestra es un grito, todo lo elevado que se quiera, para ver si esta democracia cumple de una vez las recomendaciones hechas por organismos internacionales desde hace ya muchos años. Demasiados.

Quienes están cuestionando esta exposición, pidiendo su cierre o amenazando mediante denuncias, tratan de impedir que se conozca la verdad de lo que ocurrió a miles de víctimas inocentes. Ellas son las ofendidas, y no los hipócritas y desvergonzados denunciantes. La verdadera ofensa ha sido que nos hayamos atrevido a plantar la exposición en el lugar que las derechas han creído que era su corralito de poder, esos que nunca han condenado el golpe del 36 y han mantenido sus símbolos hasta bien entrado el siglo XXI.

¡Gracias, José Ramón Urtasun!

Ateneo Basilio Lacort