la educación cívica cimentada en la ética, promotora de los valores de igualdad y de respeto a la geografía humana en su diversidad, debería constituir el eje de la escuela en toda sociedad que se dice democrática. Desde la premisa de que ahí no hay ideología, sino el sustrato de lo que nos une más allá de adscripciones políticas y religiosas. Precisamente quienes pretenden imponer sus criterios particulares al sistema educativo reglado son quienes politizan la enseñanza blandiendo una libertad de los padres y las madres que en realidad esconde una censura esta sí ideológica y supone una afrenta a la profesionalidad de unos docentes concebidos como perversos activistas. Evidenciada la aberración intelectual del pin parental que la ultraderecha ha inoculado en todo el espectro conservador, cabe también constatar su absoluta inoperancia práctica, pues las materias que se pretenden vetar en el colegio se hallan a un clic de los hijos y las hijas en el vasto campo digital. Luego, al fondo a la derecha según se intuye, están los intereses de los educandos. Por supuesto adquirir conocimiento en la pura vertiente de la instrucción, aunque también interiorizar unas destrezas emocionales para conducirse por la vida y desarrollar un pensamiento crítico para comprender su complejidad y enfrentarse a los retos que impone. Nada de eso parece importar a quienes proclaman el sentido patrimonial y privativo de su prole pero que no dudan en usarla como arma arrojadiza con fines bastardos. Pin demencial.