o tengo coronavirus. No que yo sepa. Y no todavía. Aunque me siento como si lo tuviera de tanta turra por todas partes. Con lo tranquilo que estaba hasta hace unas pocas horas. Pero, ahora que una cierta inquietud se me ha colado por los oídos, qué gusto lavarse las manos, oigan, y a poder ser con gel virucida. Y vaya refrotes en los dedos tras palpar picaportes, barandillas y otros agarraderos comunes. Por cierto, el rostro como si no fuera del cuerpo, nunca pensé que me lo pudiera tocar tanto, casi compulsivamente. Como jamás imaginé que el codo tuviera alguna utilidad -más allá de para empinarlo-, la cara interna a modo de receptáculo del estornudo y la externa para saludarse, en plan rapero. Cuidadito asímismo con las distancias, que sean mejor como dos metros, háganme el favor. De viajes y tal, por el momento ver venir. Y las aglomeraciones, también lejos. Hombre precavido vale por dos y no pienso ponérselo fácil al COVID-19 hasta donde esté en mi mano, nunca mejor dicho. Todo lo demás son ganas de agobiarse, de participar por ejemplo del pánico colectivo que lleva a llenar el carro de la compra con comida no perecedera como si nos aguardase una guerra nuclear o a cambiarse de acera con la mera observación de alguien que tose o se suena la nariz. Lo que faltaba pal duro ante tanta histeria circundante es que la política típicamente carroñera suplante a los especialistas en la materia para intentar sacar tajada de la angustia del gentío atenazado por el miedo. Como si se pudiera hacer mucho más que restringir preventivamente las grandes concentraciones y cribar las llegadas procedentes de los países más afectados por el coronavirus, además de minimizar las infecciones con confinamientos selectivos al objeto de secuenciar el contagio para una atención médica sostenible mientras no se generalice la vacuna, al menos hasta dentro de un año. Desde la prioridad absoluta de preservar tanto al personal sanitario como a la población mayor con patologías previas, puesto que por debajo de los 65 años el índice de mortalidad no alcanza el 0,5%. Que la fiebre del coronavirus, nos lo acaben diagnosticando o no, no nos haga perder la cabeza.