e da que todos nos vamos oliendo que de esto de estar metidos en casa aún nos quedan mínimo unas 3 o 4 semanas más y que luego nos van a ir dando suelta por fases y tramos y sitios, con instrucciones muy claras en cuanto a protección, acercamiento social y a rutinas anteriores. Por lo menos hasta que el virus se vea que ha volado -si es que vuela en verano- y seguro que hasta que se encuentre una vacuna o algo parecido, que confiemos en ello. Porque en otoño o antes puede regresar, quién nos dice que no. De hecho, los expertos insisten en no darnos por seguro nada, porque no hay nada seguro aún. Tendremos que aprender a convivir con esta inquietud, este miedo, y con el consiguiente daño que eso va a generar en sectores de la economía, aquellos que más dependen de las reuniones de personas y las acumulaciones -hostelería, eventos, turismo masivo, aulas, etc, etc-. Sinceramente, asusta. Yo esta semana oscilo entre el relativo optimismo, el cansancio de la repetición y ese miedo a que esto sea más largo y cabrón de lo que imaginamos. Y no tanto por mí, aunque también: pero los niños y los mayores me dan más pena. Unos porque a pesar de que se manejan muy bien llevan mucho tiempo encerrados y aún les queda, porque su vida consiste en juntarse y jugar y porque aunque ya digo que creo que todo pasará no deja de colarse en la cabeza la loca idea de que no se lo van a pasar tan bien como quienes les precedimos. Sí, ya sé que no será así, pero supongo que toda esta irrealidad a veces lleva a tener ideas así. Y luego los mayores, aquellos que están metidos de verdad en casa, gente que está sana como lechugas pero que ya ha cumplido una edad y que oye toda clase de miserias, personas con varios años muy buenos por delante, asustados en muchos casos y en todos los casos preocupados por ellos mismos y sus menores. Todos tendremos que hacerlo muy bien en unas semanas.