o es difícil encontrar en Pedro Sánchez atisbos de humildad en su discurso. Más allá del tono pretendidamente didáctico y pausado de sus lecciones semanales televisadas a la ciudadanía, el presidente español ha convertido en parte de su discurso ante los grupos del Congreso el reconocimiento de que no toda su gestión ha sido perfecta. Esa pretendida humildad le refuerza, seguramente en sus cálculos, en la táctica que le confronta con una oposición cada vez más cainita por parte de la derecha española. Pero debería dotarse de un carácter estratégico que no acaba de calar en el proceder unilateral del Ejecutivo español. No se trata ya de reiterar los ejemplos del entorno, donde estructuras menos descentralizadas legal y administrativamente que las españolas han sido capaces de aunar los esfuerzos de instituciones y sensibilidades políticas divergentes desde el reconocimiento compartido de intereses comunes y necesidades equivalentes. Ni de desandar de golpe el camino de la unidad de mando con la que se pretendió responder a la crisis sanitaria. Se trata de que, del mismo modo que el tacticismo a corto plazo ha animado a quienes lo gestionan a dejar de poner los uniformes como emblema de su comunicación, un sentido de Estado realista acuñe una estrategia de largo plazo en la que se restaure el equilibrio de poder para devolverlo al ciudadano a través de las instituciones que le son más cercanas. Es muy oportuno corregir el tic homogeneizador admitiendo que el proceso de desescalada debe ser consciente de las realidades sociales, sanitarias, demográficas y económicas diferenciadas no solo entre comunidades, sino entre ámbitos territoriales dentro de estas. Pero el siguiente paso no puede ser, de nuevo, analizar a cada una de ellas desde una mirada centralizada, alejada de sus realidades por el sesgo de una decisión tomada desde la distancia. Las huellas de esta fórmula de gestión pueden ser duraderas en tanto ha arrebatado el sentido de la eficiencia al modelo descentralizado y su principio de subsidiariedad. Y, en términos de táctica cortoplacista, puede dinamitar el equilibrio de apoyos y conjunción de voluntades que situaron a Sánchez en Moncloa. La sesión de ayer en el Congreso visualizó una crítica cada vez más dura de la oposición, incluidos quienes le han apoyado hasta ahora, que pone en riesgo prolongar el estado de alarma. La virtud de su elección era que se le identificó como alternativa a un discurso revanchista y recentralizador de la derecha. Una versión edulcorada no sirve.