Desconozco en qué momento preciso de nuestra vida cedemos ante la espontaneidad, la claridad y sinceridad que durante la infancia atesoramos de manera casi innata. Según nuestra forma de ser decidimos cuánto y de qué manera queremos mostrar el armario personal que vamos elaborando con nuestras experiencias. Nuestro aspecto físico y apariencia nos hacen identificables y diferentes para toda persona y situación. Son nuestro sello más visible y reconocible. A la hora de atravesar la capa facial, la protectora dermis corporal y especialmente toca mostrarnos, llegan los estigmas. No hace tantos años que al médico en pueblos y ciudades pequeñas se le conocía como matasanos y al dentista sacamuelas. ¿Y despectivamente referirse al especialista en urología como pitólogo? Y no es un juego de lógica de segundo de Primaria, en el que asociamos desde fruta con frutería, ojo con oculista/oftalmólogo/a o automóvil con taller/mecánico. Si damos un paso más hacia dentro, pisamos barro caliente. Podría poner varios huecos a rellenar libremente por el lector/a ya que estoy seguro que tiene retahíla de sobra, pero con varios ejemplos sabrán a qué me refiero: loquero, pichiquiatra, manicomio, frenopático, chalado, tarado, chiflada€ Entonces, ante una pregunta del tipo, "¿has tenido que ir al psicólogo alguna vez?", lamentablemente no se hace extraña que pueda llegar una respuesta como "tendría que haber ido, pero no fui nunca. No sé por qué, pero me cuesta dar ese paso sabiendo que lo necesito". ¿Tabú, miedo, pudor, desconocimiento? Realidad. Con naturalidad y velando-invirtiendo en mi salud, si soy-somos capaces de unir cada parte del cuerpo con su especialidad médica, para aflojar el dolor de entraña, el desahogo, la escucha, confianza, las dudas, el lloro, la sinceridad, esa persona especialista y lugar de apoyo y ayuda también tiene nombre sin necesidad de decirlo en voz baja, ni cerrarme en que el problema es de los demás, nunca mío. (Aclaración y no es broma: ese especialista no es camarero/a, ni el lugar es un bar).