ba hoy a seguir reflexionando sobre lo que ha trastocado el mundo este año pandémico. Aunque se complica todo porque la actualidad desatada y vociferante nos está despistando de lo que era y sigue siendo importante. Hace un año, cuando nos quedamos en casa a mirar por la ventana esperando que fuera cosa de unas semanas y la enfermedad pudiera comenzar a controlarse, también imaginamos que aprenderíamos a ser resilientes y afianzar la salud, la educación, lo público, la sociedad. Luego se abrió el verano y se nos olvidó un poco todo: las sucesivas olas evidenciaron que aunque había medidas que contendrían la infección el poder no estaba por la labor de acomerterlas, pensando que era mejor capear el temporal y confiar en que la vacuna hiciera su milagro cuanto antes. Incluso el desastre económico se entablillaba para que todo siguiera, más o menos, dentro de unos cauces razonables

Las vacunas, claro, han llegado y se va notando. También el virus evoluciona como suele pasar haciendo que la lucha contra esta enfermedad sea una carrera de fondo no exenta de sorpresas y riegos. Y nos pilla con el pie cambiado: creíamos que ya se solucionaba todo, pero no. Así que el desapego de la población se ha incrementado y el ruido de los incómodos nos impide oír a quienes tienen algo que decir. Y estamos viviendo algo similar a una serie de éxito a la que renuevan para una segunda temporada. Notamos que algo falla en el arco argumental principal porque no es lo que se vendía al principio. Y parece que se ha optado por acumular situaciones estrambóticas para ver si cuela. Quiero pensar que el circo del transfuguismo, las cloacas y monarquías y tantas otras extravagancias son intentos algo desesperados de recuperar el interés dispersa de los espectadores, que dejamos de ser ciudadanos hace tiempo.