iempre se ha preguntado la humanidad cuál es el sentido de la vida, cómo hay que vivirla, cómo explicar lo que nos pasa, lo que sufrimos, lo que disfrutamos, por qué ese vaivén continuo de emociones, de situaciones... y las respuestas han sido tantas como culturas y épocas. Uno/a vive los primeros años sin enterarse de lo que es la vida, luego le suceden otros muchos años sin preguntarse nada y como bellamente lo expresa el poeta Jaime Gil de Biedma en su poema No volveré a ser joven: "Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante".

Y así suele ser, cuando ya las primeras canas empiezan a aparecer sientes que la ingenuidad de la vida se desvanece y generalmente un acontecer inesperado, lo más seguro que triste y duro como la pérdida de un ser querido, te pone frente a una vida que la habías invisibilizado. Te viene como un fogonazo, el dolor, la angustia, la soledad, la tristeza, situándote en medio del dolor. Un dolor no físico, que hasta entonces lo ocultabas o lo ignorabas como si la cosa no fuera contigo. Conforme avanzan los años, pierdes la permanente alegría y se instala en ti la melancolía, la duda, la incertidumbre. Sientes que tu vida pasa de la alegría a la tristeza y viceversa, rápidamente, algo te mueve incesantemente sin dejarte en paz. Es, entonces, cuando percibes en carnes propias que la vida, que la naturaleza, no da tregua. La propia naturaleza es un movimiento cíclico sucesivo que crea vida (primavera), da frutos (verano), se renueva (otoño) y descansa (invierno). Si somos parte de la naturaleza, esta no para y cada día es distinto (lluvia, frío, calor, nieve, viento, niebla, etcétera) cómo no nos vamos a sentir agitados por ella, pero ¿cómo navegar en esa inmensidad?

Colgué en Facebook el poema Varado, del libro Reflejos del devenir, expresa la sensación que a veces se tiene al sentirte "Cual barca dejada / en un descampado / apoyada tan solo por un flanco / añorando el golpeo de las olas...". Uno de los comentarios que me hicieron fue de Jose Zugasti (escultor, pintor, artista en definitiva, que ha expresado muy bien el movimiento del mar en sus creaciones Itsas dantza), el comentario es el título de este artículo "Te arrastrarán las mareas de nuevo". El mar, con la barca y las mareas me llevó al marinero, a esa persona que sí navega en esa inmensidad que es el océano, el mar, la mar.

Aquí está la clave, ser marineros/as en la vida, el marinero comprende y asume que no puede ir contra el mar, contra sus reglas, contra sus "caprichos". El buen marinero, cuando se echa a la mar a navegar, se deja llevar por lo que el mar le ofrece, arría las velas cuando el viento sopla a favor y las recoge cuando está en contra. Amarra todo y lo ata bien fuerte para que nada caiga al mar y se pierda para siempre cuando llega la tormenta y el oleaje se vuelve mareante. Cuando amaina, hace balance de daños y repara porque sabe que cualquier grieta es hacer aguas y hundirse, no se lo puede permitir porque es la muerte la que le esperaría. Cuando el mar está en calma, sin viento, espera pacientemente y aprovecha el tiempo para reorganizar el barco, para poner al día su cuaderno de bitácora, dándose más tiempo en la charla con sus compañeros/as de travesía. Y cuando por fin vuelve a navegar, esas velas lucen hermosas en su máxima tensión y coge con fuerza el timón para dirigir el barco allí donde la pesca sea una realidad. También sabe el marinero que el tiempo de navegar es limitado, que hay que volver a buen puerto para descansar, para festejar que sigue vivo, para avituallamiento, para entablar nuevas amistades, para intercambiar lo pescado por otros tesoros. Y a veces encalla inevitablemente en un bancal de arena, pero no desespera porque sabe que "le arrastrarán las mareas de nuevo".

El poeta León Felipe en su poema Navega dice: "Que no me tejan pañuelos / sino velas..." y más adelante "Soy el navegante y el camino, / el barco y el agua... / y el último puerto de la ruta". Somos marineros, marineras, de la vida, la vida es el mar y tan solo nos queda aprender a navegar. Semejante oficio no se aprende en una piscina, en un lago, se aprende a lo largo de los años en plena mar, y como dice el proverbio "mares tranquilos nunca hicieron buenos marineros". La vida es eso, oleaje, marejadas, tormentas, vientos a favor y vientos en contra, calma chicha, paz... es todo y más, y ese todo viene sin previo aviso y por momentos. La gran lección que nos ofrece el marinero es que todo pasa y todo llega, que la vida no deja que nada encalle permanentemente, que hay que tener calma y paciencia. Esto es la gran suerte, el gran regalo que nos da, ese incesante movimiento, lejos de ser un incordio, es lo mejor que nos puede pasar, es lo que nos hace sentirnos vivos, vivas.

Y sentirnos vivos nos hace apreciar los instantes felices e infelices. En palabras del escritor Álvaro Pombo, en una entrevista de la revista ON, "El juego de la felicidad e infelicidad forma parte de nuestra vida (...) ¿puedo cambiar este mundo yo solo? No ¿verdad? Pues tengamos una vida llevadera". Qué importante es esto, hacernos las vidas llevaderas los unos/as y los/as otros/as, quizás entonces, en plena travesía nos encontremos con esos momentos que merecen la pena y que le dan sentido al viaje de la vida.