esde hace décadas, la celebración del llamado en un lado del charco "Día de la Hispanidad" y al otro lado "Día de la Raza, Día de la Interculturalidad y la Plurinacionalidad, Día de la Resistencia Indígena o Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural", entre otras nominaciones, abre la caja de Pandora de la exaltación en unos de un pasado glorioso que nunca volverá y el resentimiento en otros ante la falta de sensibilidad, respeto y arrepentimiento sobre lo que fue un genocidio en mayúsculas y un expolio de materias primas y patrimonio cultural.

Alrededor de estas fechas nunca faltan los oportunistas políticos que hacen de la necesidad una virtud para pronunciar la barbaridad más grande y estar en boca de todos, esta vez con algunos días de antelación con la excusa del bicentenario de la independencia mexicana y el intercambio de declaraciones sobre la misma. Ya saben, el dicho: "Que hablen bien o mal de mí, pero que hablen". Y he aquí Aznar: "No voy a engrosar las filas de los que piden perdón. No lo voy a hacer".

Las declaraciones de la semana pasada del expresidente español, Ayuso o Toni Cantó se pueden enmarcar en ese grupo de los exaltados del pasado glorioso que necesitan recuperar un discurso radical de nacionalismo español para mantener sus cuotas de popularidad y aceptación social. Pero, más allá de la exaltación nacionalista que tan poca falta hace en los tiempos que corren en un país demasiado exaltado por ese nacionalismo patrio, hay varios elementos realmente preocupantes en sus discursos.

Por un lado, la relación que hacen Ayuso y Aznar de lo que ellos llaman "indigenismo" con el populismo y el quebranto de las democracias latinoamericanas, declarando además que "el indigenismo es el nuevo comunismo" (raro es el momento en que el comunismo no se encuentra entre sus palabras favoritas en los discursos) y que encierra un racismo más propio de aquel pasado glorioso que reivindican de derecho indiano y encomiendas que de una época en la que el respeto de los Derechos Humanos debería ser una línea roja absoluta para todo tipo de corrientes políticas.

Lo que ellos llaman "indigenismo" es un movimiento social de millones de personas que atraviesa el continente americano y se extiende por todo el planeta, protagonizado por los pueblos indígenas y originarios de las diversas partes del mundo que tienen un marco específico de protección internacional a través diversos tratados internacionales y declaraciones, y de la jurisprudencia de diversos mecanismos internacionales y tribunales nacionales.

En América Latina son los pueblos que sobrevivieron al exterminio de la corona española y que siguen sobreviviendo al racismo perpetuo y la exclusión de las repúblicas que sustituyeron a la corona. Mantienen una lucha pacífica a pesar de toda la violencia que sufren y su radicalidad se centra en reivindicar el ejercicio de los derechos que han sido reconocidos por sus países y por la comunidad internacional.

La negación del genocidio del señor Cantó y el discurso nacionalista de la liberación de pueblos oprimidos por la barbarie de otros pueblos caníbales podría ser parte de un monólogo de mal gusto y sin gracia de cualquier humorista venido a menos. Como si en esa época la Inquisición no estuviera quemando brujas y brujos (muchas más brujas que brujos) para hacerles el favor de liberar sus almas del mal o si la mal llamada Reconquista se hiciese sin utilizar la violencia y el terror.

Una vez más, se observa en ciertas corrientes políticas una necesidad de reinventar la Historia pasada y moderna, un rechazo al marco internacional de protección de Derechos Humanos y un señalamiento a quienes intentan ejercer dichos derechos. Por desgracia, una vez más, los árboles no nos dejan ver el bosque y en lugar de aprovechar la ocasión para construir un presente y un futuro de cultura compartida, se insiste en agudizar las viejas heridas del pasado y en no avanzar.

La Historia está ahí y su gestión dice mucho de la madurez de un país y de las instituciones democráticas que lo pueden dirigir. Otros países ya han reconocido los errores de sus pasados imperialistas y colonialistas. Incluso se han disculpado con sus pueblos originarios, como es el caso de Australia o más recientemente de Canadá por sus pasados (y presentes) de violencia, exclusión, racismo y aculturación. Estos países han creado instituciones para edificar un nuevo presente y han decidido avanzar hacia el futuro.

Pero sigue habiendo otros que insisten en mantener políticas de exclusión y racismo, y que confunden la estabilidad democrática con el mantenimiento de la violencia y la corrupción: Colombia con su presidente Duque y la perpetuación de la violencia, Ecuador con sus tres últimos presidentes o incluso México con esos discursos ambiguos que quieren reconocer lo que no piensan las élites que siempre gobiernan el país, sean del signo político que sean.

Por desgracia, los gobiernos de esos países cuentan con el apoyo y el reconocimiento de quienes necesitan exaltar el nacionalismo español en el Día de la Hispanidad. Pueden seguir celebrarlo mientras en otros lugares lo lloran y claman, como Mercedes Sosa cantaba en su Canción del Derrumbe Indio: "Tuve un Imperio del Sol, grande y feliz. El blanco me lo quitó, charanguito. Mi raza vencida por otra civilización".

Lo que ellos llaman "indigenismo" es un movimiento social de millones de personas que atraviesa el continente americano

La Historia está ahí y su gestión dice mucho de la madurez de un país y de las instituciones democráticas que lo pueden dirigir