ste titular lo he recogido de este diario al referirse al desbordamiento de ríos e inundaciones que ha habido en Navarra. Y es que se repite este fenómeno cada cierto tiempo, aunque en los últimos años con períodos más cortos. Ahora bien, las precipitaciones registradas y acumulaciones de agua tras 18 días han sido muy grandes, y en algunos de los lugares se han batido récords históricos.

En esta ocasión, además de los destrozos, de las importantes y gravísimas afecciones a carreteras, espacios públicos, viviendas, parques infantiles, etcétera, hay que lamentar la muerte de una mujer de la población de Sunbilla debido al deslizamiento de una ladera.

Las inundaciones ocurridas estos días sí que incitan una vez más a la reflexión, para intentar al menos reducir sus riesgos, ya que conseguir que no se produzcan es casi imposible tal y como se han configurado y construido una buena parte de nuestros municipios. Pero la muerte de una persona se puede considerar como un fracaso de la sociedad.

En las últimas décadas el indiscriminado desarrollo socioeconómico ha incrementado los tradicionales usos del río generando importantes afecciones que han desembocado en considerables impactos y han degradado los ecosistemas fluviales. A esta situación se ha llegado por el modelo de gestión que ha gobernado las políticas del agua y que ha primado más la explotación que la conservación del medio hídrico.

El clima es la fuente motriz que desencadena los episodios normales y típicos de elevada pluviometría, agravados artificialmente como consecuencia del cambio climático, al que me referiré más adelante, pero son las presiones que el modelo socioeconómico produce sobre el Dominio Público Hidráulico, junto con la erosión y la pérdida de cobertura vegetal de la cuenca hidrográfica, las que inducen en última instancia los efectos catastróficos de las inundaciones.

Edificaciones e infraestructuras diversas ocupan e invaden las llanuras de inundación, reduciendo drásticamente la capacidad de desagüe de los cauces y haciendo que personas y bienes queden expuestos a las crecidas. La vegetación natural de ribera disipa de forma natural la energía del agua. Y por tanto minimiza sus efectos destructivos. Esta función atenuadora desaparece cuando la vegetación es eliminada. Por otra parte, los encauzamientos clásicos hacen disminuir en las zonas en las que se construyen, pero trasladan el problema, normalmente agravado, a las zonas no encauzadas que existen aguas abajo.

Una cuenca que dispone de cobertura vegetal adecuada, unos ríos con vegetación de ribera natural y un Dominio Público Hidráulico liberado de ocupaciones urbanísticas, dispone de los mecanismos necesarios para al menos reducir las consecuencias catastróficas de las inundaciones.

Sin duda, partimos de una mala situación. Son muchísimos los kilómetros de ríos sometidos a elevado riesgo de inundación en Navarra. Es decir, territorios, a veces muy amplios, los hemos podido ver en las inundaciones que se repiten con bastante frecuencia en zonas de la comarca de Pamplona, en la zona Norte, en la Ribera con el río Ebro, y en las que hay infraestructuras humanas, de cualquier tipo, que pueden sufrir severos deterioros: cascos urbanos, zonas industriales, áreas de alta productividad agrícola, granjas, etcétera.

Por otra parte, hay toda una serie de cuestiones que tienen que ver con la coordinación de las administraciones, el establecimiento de sistemas de aviso y alerta temprana y la información clara y precisa a la población. Y, tras estas últimas inundaciones, habrá que analizar con la mayor amplitud y profundidad posible si ha habido improvisación y otro tipo de cuestiones.

El agua es un buen indicador para conocer los efectos de nuestra relación con el planeta porque acaba reflejando en ella todo lo que opera sobre la biosfera. Uno de los primeros impactos que está teniendo el cambio climático es la menor disponibilidad del agua. Otro de los problemas es la contaminación de los ríos, que los convierte en auténticos basureros.

El cambio climático está también detrás de la mayor frecuencia con que estamos sufriendo fenómenos meteorológicos extremos que dan lugar a desastres mal llamados naturales. Así se dice en el VI Informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Ahora bien, todavía es difícil establecer una relación directa entre estas inundaciones y el cambio climático, ya que está también la variabilidad natural.

Uno de los mayores retos de la gestión del agua es reducir el riesgo de inundaciones a través de una política de prevención que sigue siendo absolutamente necesaria. En este sentido, es primordial que las nuevas edificaciones deben construirse en lugares seguros, y en el caso de las que se sitúan hoy en día en zonas inundables, habrá que estudiar en cada caso concreto que es lo que hay que hacer.

Durante estos días hemos asistido a diversas declaraciones de algunos organismos oficiales que vienen a plantear que las inundaciones tienen que ver con que los ríos no están limpios. Detrás de esta afirmación está la idea de que los ríos que tienen vegetación están sucios y, por tanto, deben ser limpiados de forma regular. Sin embargo, la llamada vegetación de ribera es fundamental para el mantenimiento de la calidad ecológica del río, para mitigar el efecto de las inundaciones y también para favorecer la vida de la flora y la fauna.

Un río está sucio cuando contaminamos sus aguas con nuestros desechos, cuando depositamos residuos de todo tipo en su cauce, utilizándolo como un auténtico vertedero. Esto sí es un río sucio y que debe ser limpiado.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente