l ideólogo o gurú de referencia de Pedro Sánchez, ya defenestrado pero siempre de actualidad, era Iván Redondo. Según diversos analistas, le llamaban dentro del PSOE el dron ya que sobrevolaba todo. En este ámbito, quizás el mote más original era el que le pusieron a un antiguo vicepresidente del Real Madrid. Le llamaban el aerolito en referencia a las características de un extraño material que era frío como el hielo, no se sabía de dónde venía y ahí donde caía, hacía daño.

Merece la pena recordar, desde el punto de vista de Iván Redondo, que las personas votan impulsadas por tres emociones y en este orden: el miedo, el rechazo y la esperanza (recordemos que existen seis emociones básicas y universales que son, además del miedo, el asco, la ira, la sorpresa, la tristeza y la alegría). En España, fue el primer asesor que se hizo famoso por profundizar en estas ideas. De hecho, también asesoró previamente a políticos del Partido Popular. En Estados Unidos ya eran conocidos otros ideólogos como por ejemplo Dick Morris en el ámbito demócrata o Karl Rove en el republicano.

Así pues, en política ya se ha quedado, para lo malo y lo peor, la antigua tesis de Henry Kissinger, siempre influyente y con un gran poder cuando ostentó el puesto de secretario de Estado norteamericano. Según su punto de vista, lo importante no es la realidad; es lo que se percibe como tal. Y, claro, es más fácil cambiar una percepción que la realidad. Es lo que se lleva; bueno, ahora más que antes. Y no sólo es política: la idea es válida para productos, servicios e incluso amistades. Se llama marketing.

Si seguimos pensando en personas que tuvieron gran influencia en la política, nos vamos a Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno con Felipe González con un papel muy vistoso e inteligente: el de poli malo y poli bueno. En el cénit del poder de Redondo, Guerra le definió como el “tal Iván”, cuyo juego de palabras con los tomaron el poder en Afganistán, los talibanes, es claro y evidente.

Eso nos lleva a otra cuestión: ¿cesó Sánchez a Redondo debido a su gran poder? ¿O pensó que era lo más adecuado para impulsar su ejecutivo? Aunque en política la respuesta que se da más a menudo es la primera, no se puede descartar la segunda. En todo caso, Redondo decía que “si es necesario despeñarse por un barranco por el bien de mi jefe, yo lo haría sin problemas”. En su caso, no fue necesario. Ya se preocupó su jefe, precisamente, de que rodase por el barranco. La duda de la interpretación de la expresión el “tal Iván” nos lleva al talibán de verdad, tristemente de moda por la conquista del poder en Kabul. Poco se puede añadir al tema político y a la situación del país. Momentáneamente olvidado, ha vuelto a salir a la palestra por la aplicación de medidas contra la libertad de todos y, en particular, la situación de las mujeres.

Lo más destacable y que más empuja a la reflexión es que el mulá Omar (ya fallecido, era quien ostentaba el poder en Afganistán cuando Estados Unidos impulsó la operación libertad duradera) y Hamid Karzai (quien fue posteriormente presidente de Afganistán) eran tataranietos de los gobernantes que años atrás competían entre sí por esas tierras. Esto es consecuencia de una batalla inmemorial de poder y territorio entre diferentes tribus... y requiere analizar la situación desde fuera de nuestros esquemas mentales de países soberanos.

Sin embargo, no es ese el objetivo de las presentes líneas. Lo pertinente es que hay dos expresiones a las que se llegan en muchas discusiones cuando intuimos que la otra parte es incapaz de razonar. Dichas expresiones son “fascista” y talibán”. Y aquí es donde viene lo relevante; de la misma forma que para Jean Paul Sartre “el infierno son los otros”, para nosotros “los talibanes son los demás”. Esta expresión no sólo sirve siempre que alguien no piense de diferente manera en términos políticos. Sirve en términos educativos, de afición a un equipo de fútbol concreto, de convivencia o religiosos, claro. Y sí, es fácil acusar a los demás de fanáticos. Sin embargo, no nos gusta reflexionar para ver si nosotros tenemos ese problema. De la misma forma que Groucho Marx decía que “tengo una forma infalible de saber si alguien es deshonesto; basta preguntar si han sido siempre honestos. Si responden que sí, ya sé que son deshonestos”. Lo mismo ocurre en estos términos: acusar a alguien de talibán supone que posiblemente nosotros también lo somos.

Entonces, ¿existe alguna forma de saber si somos fanáticos? Claro que sí. Rolf Dobelli, especialista en Economía de la Conducta, recomienda hacernos o hacer la siguiente pregunta: ¿qué debería pasar para que abandonases un partido, una ideología o un pensamiento determinado?

Si la respuesta es “nada”, está claro.

Somos talibanes.

*Economía de la Conducta. UNED de Tudela