legí la víspera de Nochevieja para ponerme la tercera dosis contra la covid y luego la retrasé a enero no fuera a tener una mala reacción y empezáramos mal el año. Entre medias me pillé el bicho y vuelta a anular la cita. Hasta aquí, más o menos, todo culpa mía. Al salir del confinamiento no tenía claro qué hacer, incluso llamé a un teléfono del Gobierno de Navarra para información sobre vacunas y, tras mil intentos, conseguí trasladar mi pregunta al otro lado de la línea. "No sabría contestarle, somos administrativos", me dijo. Mientras me convencía de que la próxima vez que dude sobre gestión de oficinas acudiré a un médico, las autoridades -frente al parecer de inmunólogos y virólogos- apostaron por una separación de cuatro semanas entre ómicron y la dosis de refuerzo. Hoy era ese día, pero otra vez he cancelado la cita porque esta semana la Comisión de Salud Pública ha recomendado aplazar la puñetera dosis a los cinco meses de haber pasado esta variante, dado que la misma es capaz de generar una gran inmunidad. Hemos aprendido a trompicones de la pandemia; conforme aparecen las dudas, se buscan respuestas, pero si los expertos dicen desde un principio que las cosas han de hacerse de una manera, el resto -por muy autoridad que sea- a callar o nos volveremos todos locos.