No son buenos tiempos para el periodismo. Para el periodismo libre y honesto. No sé si los ha habido alguna vez en realidad. Seguramente tampoco. Creo que ese periodismo ya solo tiene refugio fiable en el periodismo local, aquí donde los hechos, las fuentes, las lectoras y lectores y quienes opinan conviven unos junto a otros. Y ese es ya mucho riesgo para manipular e intoxicar sin coste alguno. La información y la verdad siempre son incómodas. Ya han muerto cinco periodistas en apenas 17 días de guerra que cubrían informativamente la invasión rusa de Ucrania. Ya han sido asesinados por sicarios ocho periodistas en México en apenas los dos meses y medio de 2022. Y la justicia británica ha dado luz verde definitiva a la extradición de Assange a EEUU, donde será encarcelado de por vida solo por haber hecho públicos informes y documentos sobre espionajes, grandes negocios negros y atrocidades cometidas durante años. Siempre habrá periodistas trabajando para contar esas historias, desvelar la verdad y salvaguardar el servicio público que es el derecho a la información. Y siempre habrá periodistas que sufran por ello, que sean perseguidos, asesinados o encarcelados. Publicar la verdad que no quieren que sea publicada como hacía en su trabajo estos periodistas asesinados en Ucrania o en México -la lista de países donde la información es un riesgo de vida crece cada año-, sigue siendo complicado y peligroso. Pero es fundamental. En situaciones de guerra, la verdad informativa es víctima a perseguir y anular. Y los periodistas que la buscan y difunden, los primeros objetivos. La propaganda de guerra es lo que se impone. No sólo en las dictaduras más bananeras o en las autocracias más intransigentes, también en las mismas democracias. El periodista vasco Pablo González lleva más de dos semanas encarcelado en Polonia acusado de espionaje para Rusia. Polonia no ha respetado ni uno solo de los derechos que le asisten como profesional de la información ni como ciudadano europeo. Polonia ha vulnerado toda la legislación europea de protección de derechos humanos y civiles de Pablo González y también todas las obligaciones garantistas del sistema judicial europeo. Polonia ya era un Estado de la UE cuestionado por la propia UE por incumplir sus mínimos compromisos humanistas. Pero hay una enorme capa de silencio sobre su caso. La censura campa a sus anchas en la Rusia de Putin, sin duda, pero también la imposición de la verdad oficial que es propaganda ocupa prácticamente todos los espacios informativos y de opinión en Occidente. Ha tenido más atención mediática y política en España el honesto gesto de una periodista rusa denunciando ante las cámaras de televisión en directo la obligación de difundir informaciones falsas que la situación de Pablo González. Y posiblemente si un o una periodista hubiera tenido el mismo gesto en cualquiera de las grandes cadenas de televisión de Madrid, también habría sufrido represalias laborales y quizá judiciales. El silencio y la inacción de las autoridades españolas en el caso de Pablo González es democráticamente inaceptable. El silencio y la escasa solidaridad de las asociaciones de periodistas -quizá por eso mismo no pertenezco a ninguna de ellas-, una prueba más de que no son buenos tiempos para el periodismo. De que valen más la información basura y el periodismo tóxico que la información y la verdad de los hechos.