ada cual tenemos la nuestra. Marca es, según una definición bastante genial que escuché el otro día, lo que cuando salimos del ascensor otras personas que se quedan dentro dicen de nosotros. Qué majo. Más lista que nadie. Un poco snob. Muy buena gente. Pesado como los astilleros. Cada vez más empresas se ocupan muy mucho de construir su marca, su historia. El branding. Todos intuimos lo que es porque todos somos en algún momento la persona que abandona primero el ascensor y la que se queda hablando de quien ha salido antes. La marca es la esencia, los valores, se construye con las decisiones y actuaciones, también con la imagen. En personas, lo mismo. El amigo funcionario que enfila ruta al gobierno a las 7.30 vestido como si fuera al concierto de una banda londinense en Brixton está contando lo que es. La amatxo que llena de albóndigas un tupper para su hija treintañera, y luego otro con garbanzos y sopa, también. Esos ángeles que recolectan hijos ajenos del cole de paso que recogen al suyo y sobrevuelan sus carreras y escondites cuando los horarios laborales no acompañan están construyendo su marca. Las personas que siempre quieren verte pero después nunca encuentran momento para hacerlo, también. Y ya luego están seres del inframundo comisionista como Luis Medina y Alberto Luceño y esa criatura sorprendente que es el juez Adolfo Carretero, que pregunta exactamente lo que hay que preguntar.

-¿A usted le parece normal una comisión del 81% en los guantes, un 71% en los test y un 60% en las mascarillas? ¿A usted le parece normal ganar casi un millón de euros por una simple llamada telefónica?

-En mi sector, sí.

-¿De qué sector habla?

Cómo estará de corrompido nuestro mundo que nos parece que la actuación de este magistrado viene de otro. Este juez conservador es el que persiguió al humorista Dani Mateo por un sketch en el que se sonaba con la bandera española y el protagonista de otras intervenciones polémicas. Él también tiene su marca.