ivimos tan acelerados, tan agobiados, tan ocupados (de la misma forma, estar desocupado es motivo de preocupación) y tan estresados que dedicamos poco tiempo para la reflexión. Es más, el sistema parece orientado a que actuemos así. Las pantallas, las actividades, los compromisos, el trabajo, la familia, las amistades, las mascotas o las necesidades de cada día nos dejan sin tiempo para nada. Bueno, al menos dedicamos tiempo para hablar. Los asuntos de los que se hablan son comunes. El principal: los cotilleos. Se estima que más del 52% del tiempo de conversación lo empleamos así.

Otras posibilidades: trabajo, familia, educación o política. A nivel estacional, la guerra o la pandemia. De forma excepcional, aparecen asuntos como el espionaje con Pegasus. Otras veces nos tienen entretenidos con algún suceso como desapariciones o crímenes sin resolver. A menudo, aficiones comunes: literatura, cine, teatro, deporte o series de televisión. Además, la mayor parte de las veces estamos de acuerdo. Ejemplos, "los políticos no son de fiar", "vivimos en un mundo injusto", "queda mucho por hacer en el tema de la igualdad", "cómo están los precios" o "menuda primavera tenemos, hace un tiempo horroroso". Como tenemos programado un sesgo para agradar, nos gusta evitar el conflicto. Claro que se debe tener cuidado con eso: siempre aparece algún aprovechado que busca sacar tajada. Por cierto, una curiosidad: un estudio realizado en Estados Unidos demostraba que si en una reunión familiar se encontraban demócratas y republicanos, el tiempo de conversación se reducía en tres cuartos de hora. Exactamente en 2.700 segundos.

Ahora bien, ¿cuáles son los temas de los que no se habla? Para empezar, de dinero. Es un tema tabú. No gusta decir lo que ganamos o dejamos de ganar. Sí; es delicado. Existe un patrón tan arraigado como falso: pensamos que a una persona le va mejor conforme su salario es mayor. Y claro, eso siempre es relativo. La salud, la paz interior o tener la sensación de que hacemos lo que debemos son aspectos impagables. Eso es lo malo: sólo valoramos lo que se puede medir.

Poco se habla también de asuntos religiosos. La Iglesia recibe críticas, unas más razonables que otras. Tema de abusos: fundamental. Se debe analizar e investigar con profundidad. Tema de inmatriculaciones: también se debe tratar. Tema de bodas para los sacerdotes o que una mujer pueda cantar misa: aquí es donde aparece una contradicción. Mientras que las dos primeras cuestiones abarcan a toda la sociedad, el tercer caso concierne tan sólo a quienes pertenecen a la Iglesia. Es como entrar en casa ajena. Claro, es más fácil arreglar los problemas de los demás. Los nuestros, los dejamos para mañana.

Respecto del tema de la muerte, vivimos separados de ella: un recuerdo el 1 de noviembre, se compran unas florecillas por aquí, una visita el cementerio por allá y punto. No deja de ser una priorización con el corto plazo. Somos así.

Entonces, ¿en qué creemos? Para poder responder a la pregunta, habrá que comprender el significado de la palabra. Creer es confiar. Así, podemos hacer una lista. ¿Creemos en los políticos? Pocas veces. ¿En los demás? En general sí, pero no podemos olvidar que la mentira es parte de nuestra vida. En muchas ocasiones, cuando alguien afirma algo con palabras está confirmando lo contrario con hechos. Quien se queja de que los demás están enganchados al móvil, posiblemente también lo esté. Quien se queja del egoísmo de los demás, es posible que sea egoísta. Es un tema de proyección. Ahora bien, merece la pena creer en los demás. Está demostrado que una sociedad sin confianza no funciona. Y para evitar incentivos negativos como comprar un coche y no pagarlo o recibirlo sin que cumpla alguna de sus especificaciones existen regulaciones que penalizan los comportamientos inadecuados.

Una idea: valorar lo que gana una persona cuando nos hace una recomendación. Al comienzo de la campaña electoral en Andalucía, el PP (gobierno autonómico) promete miles de plazas públicas y Yolanda Díaz (gobierno central) promete millones de euros para promover el empleo en la comunidad. Siempre pensando en el pueblo.

Todo este debate nos ha desviado y a la vez nos ha acercado a la pregunta crucial. ¿En qué creemos? Cada lector debe buscar su propia respuesta. Eso pasa por comprender la principal limitación que tenemos: los aspectos educativos y culturales más integrados en nuestro interior. Ahí aparece el sentimiento religioso, identitario y comunitario junto con los valores a los que jamás podemos renunciar.

Sin embargo, debemos meditar. Un obispo alemán contaba que a él le educaron en el cristianismo y sólo en eso. En consecuencia, necesitaba investigar todas las religiones para elegir la más adecuada.

Es una tarea necesaria. Pero como no nos parece urgente, la dejamos para el más allá. Y eso está lejos. Muy lejos. l

Economía de la Conducta. UNED de Tudela