ltimamente me siento extraño. Más de lo normal, me refiero. Es una extrañeza que seguro que comparto con otros tantos y tantas como yo: los caminantes. Sí, dícese de esas personas que ponen un pie delante del otro de manera continuada para desplazarse. Venimos a ser eso. Pues, poco a poco, comenzamos según lugares y horas a ser minoría. O casi. Por ejemplo, en el trayecto que suelo usar para ir a recoger a mi hijo, que incluye una cuesta que no tiene nada que envidiar al final de la Flecha Valona, por cada caminante o caminanta que me cruzo no exagero si casi a la par están ciclistas de bici eléctrica o usuarios de patinetes eléctricos. Quizá a la par sea mucho decir, pero perfectamente puede ser dos de estos últimos por cada 3 caminantes. Esto es un cambiazo tremendo con respecto a hace 10 años e incluso 3 y supongo que es una tendencia que va a ir en aumento, porque además me fijo en que los usuarios cada vez son más jóvenes: gente perfectamente sana que antes de cogerse una bici al uso prefiere una eléctrica o incluso el nulo gasto físico que supone ir en patinete. Andar ya como que menos, eso lo dejamos para quien haya entrado ya en años o quien no tiene la opción de ir en algún trasto. A mí esto, claro, si lo comparo con que toda esa gente fuese en su coche, me parece bien, pero de igual manera me genera la duda de si algunos o muchos de estos no podrían apuntarse al gasto energético cero mientras el cuerpo les aguante, aunque, lógicamente, es un pensamiento no crítico, que cada cual vaya como le plazca, siempre y cuando no me atropellen. Porque tengo que andar con los 32 sentidos puestos. Y con el ruidito del timbre de algunas bicis metido en el yunque, que te apartas y algunos -no todos, claro- ni te dan las gracias, como si fuesen los dueños del cotarro. No sé, primero nos desplazaron los coches. Miedo me da que nos desplace la electricidad.