Este año no ha habido hogueras de San Juan, al menos por aquí cerca, no estaba el ambiente como para arriesgarse a revivir posibles fuegos que tanto dolor han causado. La decisión de no saltar la hoguera ha sido así por responsabilidad, por solidaridad, por sentido común después de lo vivido estos días pasados y del enorme desastre natural que tenemos por delante en un verano que ha arrancado negro, pero que esperemos vuelva a ser azul lo antes posible. No hay hogueras, porque todavía el ambiente huele a humo y el paisaje está herido, pero no hay incendio que nos quite la sensación de estar en la noche más especial, en el día que marca para muchos y muchas el comienzo del verano. Atrás queda ya el curso, lejos las nieves del invierno y ante los ojos, la ilusión de que esta vez sí, podamos recuperar el verano sin más limitaciones que las que cada cual decida ponerse. El ritual de la noche de San Juan no está completo sin el fuego y el agua pero esta vez ha tocado reiventarse, como también ocurrió con la pandemia. Echar al fuego virtualmente los malos momentos y quemar aquello que realmente queremos cambiar para dejar sitio para la bueno. Es importante que sean cosas que estén en nuestra mano, objetivos posibles, sueños alcanzables. Porque está bien pedir en abstracto cosas tan esenciales como que se acabe la Guerra de Ucrania y que no comiencen otras nuevas, pero creo que es tiempo de quemar nuestros propios puntos oscuros. Que todos y todas tenemos. El verano en sí mismo es tiempo de recoger lo sembrado, lo que cada persona haya ido poniendo en las diferentes balanzas en las que tratamos de equilibrar nuestro día a día. El eterno debate entre el querer y el poder, la disculpa de la falta de tiempo para perpetuar las distancias, como si los días no siguieran siendo de 24 horas; o esa tendencia al egoísmo acrecentada, sin duda, tras la pandemia en la que tras el primer baño de solidaridad se impuso la realidad de la negación, la crítica y el yo primero. Mucho que quemar y otro tanto bueno que recoger para cargar las pilas y seguir para adelante. Vivir un verano con la buena gente, con las buenas cosas, con los pequeños momentos y las grandes historias de cada día. Vivir el verano como si fuera el último o como si fuera el primero en ese despertar a tantas cosas que seguro nos esperan tras esta noche mágica sanjuanera.