El desastroso papel que ha jugado Navarra Suma esta semana impidiendo por dos veces la aprobación en el Parlamento de una declaración institucional de apoyo a la plantilla de Volkswagen Navarra es el último episodio inútil de la política inútil en que lleva ya siete años seguidos chapoteando la derecha navarra. No sé si ha sido un empecinamiento personal de Esparza o fruto consensuado del galimatías partidista en que ha derivado la coalición Navarra Suma, pero las consecuencias de la torpeza son graves. Sobre todo para Esparza como candidato de UPN en 2023, cuya imagen pública ha vuelto a salir malparada como protagonista de la negativa a participar del consenso general al que estaban dispuestos el resto de los partidos –retirando sus propuestas, como Geroa Bai, por un acuerdo común–, y como responsable del veto a la aprobación de las declaraciones instituciones del lunes y del jueves, esta pactada con el comité de empresa. Un enorme torpeza política y falta de responsabilidad y de capacidad para apostar por iniciativas positivas en una situación tan dura, excepcional y exigente para Navarra como la que se prevé para los próximos meses. Pero también para la propia imagen de la Cámara foral. Una pifia más penosa aún en un momento en que la inquietud, la incertidumbre y la duda se extienden por el conjunto de la sociedad navarra. Un estado de ánimo del que la situación de la planta de Landaben y las insistentes llamadas de atención de su plantilla es un ejemplo. Las instituciones democráticas tienen la obligación de trasladar respuestas y soluciones a las demandas y necesidades de los ciudadanos, y en un tiempo como el actual con cambios oscuros a la vista de un futuro cercano, trasladar un mínimo de capacidad y seguridad. Esta semana comienza la negociación del proyecto de Presupuestos para 2023, quizá los más estratégicos de la reciente historia de Navarra, porque de ellos, de las inversiones y de las prioridades y estabilidad que generen depende gran parte de la futura generación de riqueza y empleo y, con ello, del bienestar de la ciudadanía. Un techo de gasto histórico con 5.216 millones y una batería de medidas y proyectos presupuestarios y fiscales para tratar de revertir los efectos económicos generados por la inestabilidad global y una inflación desbocada que alcanzan ya a empresas, empleo y la economía doméstica de los hogares. Serán, además, los octavos Presupuestos que Navarra aprueba de forma consecutiva, una realidad que confirma la situación de estabilidad institucional y política que atraviesa desde el cambio político de 2015. Los tiempos que se avecinan exigen respuestas políticas nuevas, acuerdos de comunidad. Y al menos la disposición política de todos los partidos a intentar participar de esos consensos. Los Presupuestos, pendientes aún de concretar la inversión por departamentos y de la negociación con los grupos parlamentarios, pueden ser un buen escenario para un tiempo que exige más que nunca, sin renunciar al riqueza de la pluralidad política de este país, esos pactos que prioricen los intereses generales sobre los simples intereses partidistas. Su utilidad va mucho más allá del actual Gobierno foral e implica al conjunto de la sociedad en el momento histórico que se avecina. ¿Qué papel le queda ya a esta Navarra Suma atrapada en su bucle?