La voz de Jesús Quintero me atrapó a principios de los ochenta. Sus soliloquios frente al micrófono, lentos y profundos, y la melodía de Pink Floyd (Shine on you crazy diamond) que narcotizaba la madrugada. Y también los largos silencios en los que podía escucharse el latido del corazón. Aquella breve evasión de lo terrenal navegando sobre las ondas guardaba alguna relación con un programa radiofónico anterior, Medianoche, de Antonio José Alés, y sus zambullidas en los mundos del misterio, lo paranormal y la vida en el universo. Quintero y Alés exploraban espacios remotos que a la luz de la luna parecían más próximos y reales.

La irrupción de Quintero fue un fenómeno en la historia de la radio. Programado en esa frontera del día que traza la línea entre la lucidez y el sueño, sus palabras parecían flotar en el aire. El Loco de la colina era todas las noches un ejercicio de clarividencia, una ventana abierta a lo insospechado. La elección de la sintonía tampoco era casual. La canción de Pink Floyd (traducida, Sigue brillando, diamante loco) evocaba a su primer vocalista, Syd Barrett, un genio que dicen que se volvió loco de tanto imaginar mundos maravillosos que no estaban en este.

Quintero no estaba loco: hacía locuras muy meditadas. Se salía de lo normal si entendemos ‘lo normal’ como la línea que los biempensantes nos aconsejan seguir despreciando cualquier actitud o iniciativa que se salga de lo convencional. Recuerdo la noche que entró micrófono en mano en el cementerio de Sevilla, caminó entre las tumbas de famosos personajes allí enterrados y trabó conversación con ellos. Orson Welles no lo hubiera hecho mejor.

El fallecido periodista también dejó su sello en televisión con entrevistas memorables en aquel ambiente de confidencia y cercanía con el que envolvía a sus invitados, fueran estos delincuentes condenados o condenados políticos. Quintero, en sus últimos años, deploraba en público el contenedor de basuras en el que se había convertido la televisión. Con la profundidad de un psicoanalista, el periodista Daniel Ramírez escribió en su obituario publicado en El Español que el Quintero octogenario “era un periodista que soñaba con volver y sabía que no podía”. Como tantos. Hoy, sin embargo, seguimos escuchando sus silencios.