La implosion política que está viviendo Gran Bretaña merece un análisis . Que un país bastante estable políticamente, con un importante peso geopolítico en el mundo y una economía potente se encuentre en una situación de extrema fragilidad pendiente del relevo al frente del partido conservador es algo que da que pensar y que puede ir más allá de la pugna por el relevo de Liz Truss y una posible vuelta de Boris Johnson. Segunda partes nunca fueron buenas y menos cuando las primeras, lo mismo aquí que en EEUU con la sombra de Trump, tampoco lo fueron. Quizá lo que está sucediendo en Italia con el gobierno de Meloni pueda quebrar esta tesis aunque la política hoy es muy líquida y trepidante y nadie sabe como responderá este experimento del neofascismo italiano. Tambien hay que estar atentos al devenir de Francia, donde una ultraderecha más refinada ha llegado más lejos que nunca. Pero la lección inglesa es clara. Mezclar populismo político con neoliberalismo económico (bajar impuestos y dar ayudas simbólicas, salir se Europa pero decir que la economía seguirá fuerte…) empieza a ser una receta que hace aguas. O que al menos no vende como vendía antes. Hasta los mercados y las bolsas han advertido sobre el arriesgado camino de jugar demagógicamente con los impuestos en tiempos de crisis e incertidumbre. Europa, aun maltrecha por los efectos de la guerra de Ucrania, sigue siendo un referente en su modelo social de redistribución de la riqueza y un refugio democrático en el que cobijarse. Fuera de la Unión Europea hace mucho frío. El Brexit está saliendo caro a la población inglesa. El aviso a navegantes ya está dado. Quizá algunos fenómenos como el de Ayuso en Madrid aun tengan algún recorrido. A lo mejor el dumping fiscal electoral en el que se han inmerso algunas autonomías, incluso socialistas, puedan dar algunos titulares y recabar un puñado de votos con ese doble juego de bajar impuestos y pedir luego financiación solidaria de los demás. Pero fuera de este populismo fiscal incoherente de algunos líderes y los tradicionales ataques al convenio navarro y al cupo vasco, parece que empieza a calar un cierto poso de seriedad en la sociedad que liga recaudación con redistribución e impuestos con servicios públicos. Y tanto Navarra como la CAV tienen que defender su espacio y capacidad para incardinarse en el marco estatal y europeo desde su propia autonomía y capacidad de recaudar e invertir en un modelo propio de bienestar y cohesión social.